lunes, enero 02, 2006

CULPABLES FUIMOS TODOS

Introducciones y carta que fueron publicadas en este blog, el 23 de octubre de 2005


CULPABLES FUIMOS TODOS

Nota del Autor del Blog.
Les diré que había leido en Cuba algunos fragmentos de esta última carta de Miguel Angel Quevedo, exdirector de la revista Bohemia, pero nunca había tenido la posibilidad de leerla completamente. La mencionada carta es un llamado a cada uno de nosotros al DISCERNIMIENTO y a la RESPONSABILIDAD, en los diferentes papeles que desempeñamos en esta vida. Si no fuera porque esa carta fue motivada por situaciones y causas que llevaron al suicidio de un ser humano, sería una carta mejor recibida, aunque les confieso que yo realmente recibí un fogonazo de alegría al leerla, ya que su contenido tan esclarecedor, y tan bien expuesto es impresionante; más aún, cuando sabemos que fue escrito en situación límite. La única observación que yo le hago a esa carta es que no matizó las culpas, pero para un sincero suicida que lo va a dejar todo, en particular la vida, es totalmente excusable ese olvido o el dejarle esa tarea a otros menos implicados para que no se pudiera interpretar ese tamizars como una manera de esquivar parte del peso de su admitida culpabilidad. Todos sabemos que la culpa no ha sido la misma para todos: algunos " tienen la culpita y otros la culpona" como dice la vieja guaracha cubana, Quevedo lo sabía.
Miguel Angel Quevedo valientemente admitió que no supo reconocer al peor entre Scila y Caribdis. Desde hace muchísimos años, aún después de leer fragmentos de su otra carta de despedida ( la carta de despedida de BOHEMIA), tuve mis resentimientos hacía Miguel Angel Quevedo, y hacia otros muchos intelectuales, por no advertirnos y no hablarnos de los métodos cautivadores y atractivos que tienen diferentes personas e ideologías para atraparnos en sus redes; estábamos esperando un oso rojo parado en sus patas traseras con sus colmillos chorreantes de sangre y con la oz y el martillo en su pecho y se nos apareció un supuesto Rey Mago o Robin Hood, blanco, barbudo, vestido de verde olivo de perfil griego con medallita de la Caridad del Cobre en su pecho y paloma blanca posada en su hombro que nos repartía las riquezas de explotadores y cómplices de asesinatos. No se nos dijo del pasado pandillero de ese individuo y que todo había sido un montaje y trampas habilmente realizadas para engañar a todo un pueblo; caimos en la trampa como muchos indios cayeron ante los primeros descubridores y colonizadores y los que no caimos en la trampa, caimos por la espada de ese régimen esclavizador de pueblo. Posteriormente entre 1959 y 1960, cuando ya era tarde, se expusieron analizaron adecuadamente esos sistemas, por ejemplo en algunas cartas pastorales de obispos cubanos y en debates publicados en Bohemia como el llevado a cabo entre el Dr. Carlos Rafaél Rodríguez y el Dr. Valdespino sobre el comunismo.
Estos 46 años han demostrado que con esquemas y maniqueísmo podemos quedar atrapados largo tiempo en un sistema político cerrado a la información y a la libertad, Paradójicamente la historia cubana anterior a 1959 nos muestra que el maniqueímo y el esquematismo informativo no nos evita caer en "falsos mesianismos" en sistemas abiertos o con ciertas aperturas pues los perversos aprovechan las oportunidades que les brinda los espacios, más grandes o más pequeños, de libertad y democracia existentes en esos sistemas para promoverse e instalarse, despues de lo cual se adueñan o cierran todos los espacios . La perversidad no desperdicia oportunidades.
Algunos factores y personas, aún hoy en día, no admiten que se equivocaron y apostaron por el peor caballo; esa soberbia es aún más grave cuando su miopía provocó la muerte de muchas personas, la mayoría jóvenes, para instalar un régimen peor que el que estaban derribando. Dios seguramente le perdonó a Miguel Angel sus errores, su suicidio y sus pecados de vida disipada. Ante este sincero y desgarrador arrepentimiento y acto de contricción no hace falta Purgatorio. El infierno ya lo pasó en Vida.
Todavía Dios espera por el arrepentimiento de muchos de esos soberbios.
*****
El texto siguiente fue extraido de http://www.elveraz.com/bohe.htm
Culpables fuimos todos
Reproducimos la autocrítica carta con que dio punto final a su existencia el director de la revista Bohemia, el hombre que mandó a Pablo de la Torriente a cubrir la guerra civil en España, Miguel Ángel Quevedo. Sobre él escribió el periodista independiente cubano Lucas Garve: "Bohemia tuvo como director y artífice una figura ya olvidada en Cuba, Miguel Ángel Quevedo. A juzgar por aquellas Bohemia que pude leer en mi infancia y adolescencia, Quevedo hizo de la revista una publicación independiente y plural, donde firmas de distintos tintes ideológicos calzaban artículos, crónicas y ensayos, cuya única razón de ser publicados se daba por la excelencia periodística. Lo mejor de la intelectualidad cubana tuvo las puertas de Bohemia abiertas sin distingo ideológicos; sin embargo, Bohemia no se convirtió en una publicación para elites. Así Bohemia contribuyó a elevar, exponer y difundir el nivel cultural de un país que avanzaba, sin contar con lo que estimo el aporte principal de la revista en la historia del país en el siglo 20: la afirmación de la identidad nacional".Si este Quevedo no hubiera tenido el mérito de hacer de aquella Bohemia, la revista cubana más conocida del mundo, y la mejor en su género de Iberoamérica, aún merecería un puesto en esta galería, por la honestidad ejemplar del último escrito de su vida.
Miami, Florida
12 de Agosto de 1969
Sr. Ernesto Montaner.
Querido Ernesto:
Cuando recibas esta carta, ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado -!al fin!- sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965. ¿Te acuerdas? Ese día entraste en mi despacho a entregarme un artículo tuyo. Conversamos un rato. Pero notaste que yo estaba ausente del diálogo. Me vistes preocupado, triste, muy triste y profundamente abrumado. Y me lo dijiste. Pensé en mi hermana Rosita, a quien adoro y se me llenaron de lágrimas los ojos [..] Te confesé que en el momento que llegaste a mi despacho, estaba pensando darme un tiro en la cabeza. Y hasta te dije que mi única preocupación era Rosita, que me viera tirado en el suelo sobre un charco de sangre. No quería dejarle esa última imagen, habiendo decidido - y también te lo confesé suicidarme acostado en el sofá para que, al verme, tuviese la impresión que dormía. Recuerdo la expresión de pena y asombro que había en tu cara. Te levantaste. Fuiste a mi escritorio y le quitaste las balas al revólver. Y allí, sentado en la silla del escritorio me dijiste: "Estás loco, Miguel, estás loco" . Me hablaste de Dios. De la perdición eterna de mi espíritu. De la brevedad de la vida. De la falta que yo le haría a Rosita, dejándola sola en el mundo. Me hablaste de veinte cosas. Y viendo que me resbalaban, me amenazaste con llamar a Rosita y a todos los empleados de Bohemia para enterarlos. Te supliqué que no lo hicieras. Comprendí la responsabilidad que mi confesión te habría echado encima. Y te juré por la vida de Rosita que no lo haría. Convencido que me habías desviado del propósito - al menos por el momento -, saliste de mi despacho. Te encontraste a la salida con Agustín Alles y se lo contaste. Y tú y Agustín se fueron a ver al doctor Esteban Valdés Castillo. Me llamaron de la casa de Valdés Castillo y me pusieron al habla con él. Un gran médico de excepcional talento. Quiso verme con urgencia, pero no nos vimos. Lo que hicimos fue hablar mucho por teléfono. Cuando no me llamaba él a mi, lo llamaba yo a él. Pero hablábamos todos los días. Con quien jamás volví a hablar jamás fue contigo. Perdóname, pero pensé que habías hecho mal al divulgar algo que yo te había dicho a ti amistosamente, en un momento de flaquezas. Y no volvimos a tener comunicación hasta hoy, en que ni tú, ni Agustín Alles, ni Valdés Castillo, ni nadie me hubiera impedido llevar a vías de hecho mi determinación. Estás, pues leyendo, la carta de un viejo amigo, muerto. Valdés Castillo tenía razón cuando afirmaba que la idea del suicidio pasaba por la mente del paciente en forma de círculos, que cada vez se iba reduciendo hasta convertirse en un punto. Mi punto llegó. Sé que después de muerto lloveran sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como "el único culpable" de la desgracia en Cuba. Yo no niego mis errores ni mi culpabilidad, lo que si niego es que fuera "el único culpable". Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad. Culpables fuimos todos. Los periodistas, que llenaban mi mesa de artículos demoledores contra todos los gobernantes, buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe, vestían el odioso uniforme de los "oposicionistas sistemáticos". Uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviera realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia. Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos, o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas conocieron la hoja penal de Fidel, su participación en el Bogotazo comunista, el asesinato de Manolo Castro, y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión. Fue culpable el Congreso que aprobó le Ley de Amnistía. Y los comentaristas de radio y de televisión que lo colmaron de elogios. La chusma que le aplaudió deliradamente en las galerías del Congreso de la República. Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió "los veinte mil muertos". Invención diabólica del diplománo Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia. Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones militares en la Sierra Máestra. Fueron culpables los curas de sotana roja que mandaban a los jóvenes para la Sierra Maestra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respalda a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder. Fue culpable Estados Unidos de América, que se incautó de las armas destinadas a las Fuerzas Armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros. Y fue culpable el State Department, que apoyó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba. Fueron culpables Gobierno y la Oposición, cuando el Diálogo Cívico, por no ceder a llegar a un acuerdo, decoroso, pacífico y patriótico. Y los infiltrados por Fidel Castro en aquella gestión, para sabotearla y hacerla fracasar, como lo hicieron. Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que, como Bohemia, le hicieron el fuego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones. Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro que nos faltaba la lección increíble y amarga: que los más "virtuosos" y los más "honrados", eran los pobres. Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en día muy dificiles. Como Rómulo Betancur, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa "Izquierda Democrática" que tan poco tiene de "democrática" y si de "izquierda". Todos, deshumanizados y fríos, me abandonaron en la celda. Cuando se convencieron que yo era anticomunista, me demostraron que eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del tercer mundo. El mundo de Mao Tse Tung. Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que pueden, aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas, no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para los millonarios no den más sus dineros a quienes después les despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradas de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie a esos voceros del odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas. Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Nuñez de Arce, cuando dijo: "Cuando un pueblo olvida sus virtudes, Ileva en sus propios vicios su tírano" Adiós. Este es mi último adiós. Y le dije a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que yo he hecho.
Miguel Angel Quevedo