viernes, mayo 12, 2006

MI CIUDAD PERDIDA

Mi Ciudad Perdida


Ninoska Pérez Castellón

DIARIO LAS AMERICAS
Miércoles 10 de mayo, 2006


No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.

-Jorge Luis Borges



Recuerdo con precisión la primera vez que leí el ensayo de Scott Fitzgerald, My Lost City. Aunque fue fácil reconocerme en su nostalgia, el Nueva York y la época que el añoraba me eran ajenos totalmente. Fue hasta que llegué a la siguiente frase: “Se pierde todo, menos los recuerdos” que empecé a llorar. Comprendí a cabalidad que mi ciudad perdida, la adorada Habana de mi niñez, existiría mientras luchara por retenerla en mis recuerdos.

Para el exiliado los recuerdos se constituyen en la esencia misma de su existencia. Para los cubano-americanos, ya sean los que vinimos de niños o nacimos aquí, nuestros recuerdos son, en gran parte, recreados. Generalmente lo logramos en largas sobremesas o a través de historias contadas por padres, abuelos y tíos. Nos aferramos a viejas fotografías que con el tiempo son, cada vez más, las memorias de un mundo que alguna vez existió y hoy es sólo una ilusión.

<--- Guillemo Cabrera Infante, guionista del fil " The Lost City "

La Habana de mis sueños era una ciudad de luces. No la de llamativos anuncios lumínicos que abundaban por doquier. Yo recuerdo la luz de un sol quemante, brillante, que se deslizaba por las rendijas de las persianas de madera y le daba aun más intensidad a los colores de los vitrales de viejos ventanales. El atardecer brillaba con un resplandor ámbar que poseía el calor y la familiaridad de un prolongado abrazo.

Al escuchar las palabras, "La Habana nunca ha conocido la oscuridad al mediodía", pronunciadas por el patriarca de los Fellove en el film de Andy García, The Lost City, regresaron de nuevo las lágrimas. Era la sentencia inapelable. Una revolución, deshumanizada, había herido a La Habana de muerte.

Hay quienes dicen que la vida está compuesta de sueños, aunque muy pocos se atreven a convertirlos en realidad. Durante años, Andy García llevó el libreto de Guillermo Cabrera Infante a cuanto studio encontró en Hollywood sin que el rechazo lograra desanimarlo. Insistió por años, convencido que su película era su lucha personal por aferrarse al alma de su pueblo.

The Lost City, es una historia épica. Guillermo Cabrera Infante se propuso escribir un guión, pero su pasión por La Habana le hizo escribir un poema. Andy García, se atrevió a convertir el poema en un film. Y como todo gran poema nos sacude. Nos hace temblar de emoción. Las penas de los actores se convierten en nuestras. El amor nos conmueve irremediablemente

Es ese amor que surge una sola vez en la vida y jamás se logra olvidar. Es la trágica historia de dos personas que se aman desesperadamente, pero el tiempo se niega a estar de su parte. Un amor que como la marea, nunca cesa, regresando a la orilla para acariciarla, o para castigarla con la furia intensa de la traición. The Lost City es la historia de una familia que fue víctima de la convulsión política de su tiempo. De una revolución que enfrentó a hermano contra hermano. Una historia que todo cubano conoce demasiado bien. La reconocemos en el dolor de dejar atrás todo lo que una vez amamos. En la luz que añoramos, en la intensidad de los colores que se desvanecieron y en la suave brisa que aun nos acaricia cuando cerramos los ojos.

The Lost City no es ficción. Es tan real como las experiencias vividas por generaciones de cubanos en los últimos cincuenta años. Es la historia de un mundo que se desmoronó ante nuestros asombrados ojos. Es la profunda pena de ese último adiós, que aunque pudo haber sido temporal, se convirtió en algo tan permanente como la muerte. Es la maldad que destruyó a tantas familias. Pero es también la resistencia de un pueblo que no se dejó aplastar por el odio y las ambiciones de los tiranos.

Afortunadamente, The Lost City es también una aclaración histórica. Destruye mitos como el Che Guevara. Un asesino a sangre fría cuyas victimas fueron tan reales como los son sus familiares, que aun viven para recordarnos de sus crímenes y de la poca sensibilidad de quienes portan su patético rostro en camisetas o en las esferas de relojes como si fuera Mickey Mouse.

Gracias, Andy. Gracias por serle fiel a tus raíces, aunque algunos pretendan hacerte creer que no están de moda la integridad y el valor. Gracias por los extraordinarios sonidos de la música, por la poesía del apóstol. Por darle vida a nuestra ciudad perdida. Una ciudad que siempre recrearemos en nuestros sueños y preservaremos en nuestros recuerdos con la ternura de niños solitarios que jamás dejaremos de ser. Eternos refugiados, que a pesar de la generosidad de América, siempre llevaremos en nuestras almas, la carga agridulce de una ciudad perdida.