LUCIA NEWMAN: LA VIVENCIA DE NUEVE AÑOS EN LA HABANA
Lucía Newman, la ex corresponsal de la cadena CNN en La Habana, termina su estancia profesional de nueve años en Cuba con la certeza de que el país caribeño retorna a los tiempos de la centralización, el portazo a la apertura económica y el silenciamiento de las expresiones críticas que antes podían oírse en plena calle.
Cuando llegó a Cuba en 1997, en la cresta de la crisis económica conocida como período especial, el gobierno de Fidel Castro había permitido el trabajo por cuenta propia, las inversiones extranjeras marcaban un paso ascendente en el turismo y la industria, y las manifestaciones de inconformidad cobraban resonancia pública con creciente frecuencia.
'Eso ya no existe', comentó Newman durante una entrevista con El Nuevo Herald. ``Hay un retorno a la parte más. . . es que no quiero decir fundamentalista. . . cerrada, a las concepciones originarias del sistema socialista'.
Newman, de 54 años, viajó desde Argentina para participar en un panel sobre la cobertura de temas latinoamericanos en la 24ta. Convención Anual de Periodistas Hispanos, que sesionó esta semana en el Centro de Convenciones de Fort Lauderdale. Ha comenzado ya a instalarse en Buenos Aires para su nuevo reto profesional: corresponsal de la cadena árabe Al Jazeera International (AJI) en América Latina.
Lucía Newman reportando desde La Habana
Tras veinte años como reportera a tiempo completo para CNN, sintió que había llegado la hora del cambio. Y en pocas semanas piensa echar a andar la oficina de Buenos Aires, con la intención de dar la cobertura informativa que reclama un continente en franca ebullición política y social, y que ella conoce como pocos periodistas acreditados en la región.
En Cuba, asegura que entregó lo mejor de sí en una labor profesional sometida al fuego cruzado de partidarios y antagonistas del gobierno. Cubrió grandes momentos en el decursar de la isla como la visita del Papa Juan Pablo II, el intrincado caso del niño balsero Elián González y el discurso del ex presidente estadounidense Jimmy Carter en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Y tuvo también que encarar historias cotidianas de fuerte dramatismo y tensión, desde una manifestación de repudio a un disidente hasta el desalojo de una familia por órdenes gubernamentales.
¿Qué lecciones profesionales y humanas le dejan estos años en Cuba?
Como profesional fue una experiencia fascinante, aunque difícil. Todo el mundo sabe que es muy difícil, por muchas razones. El acceso a la información es una verdadera odisea. Mucha gente no quiere hablar porque representas un medio estadounidense. Los temas tienden a ser monotemáticos con el problema entre Cuba y Estados Unidos.
El reto era poder hablar de otras cosas y creo que lo logré. En lo personal, fue duro estar en medio de los dos fuegos, La Habana y Miami, porque no trabajo para Castro ni para la comunidad cubana de Miami, y eso a veces suele ser conflictivo. Pero lo más conmovedor para mí ocurrió cuando me iba y muchos cubanos se acercaron para decirme: ``Por favor no te vayas, tú eres nuestra voz, tú puedes decir las cosas que nosotros no hemos podido decir'.
Cuando CNN estableció su oficina en Cuba usted afirmó que trabajaría allí 'sin pedir ni aceptar condiciones, con el único compromiso de cumplir las normas del periodismo profesional'. Pero la realidad es que entre ejercer de corresponsal en países como México, Panamá, Chile o Nicaragua y hacerlo en Cuba hay diferencias bien claras. ¿Sí o no?
Como entre el día y la noche, o el cielo y la tierra. Es mucho más abierto, más fácil hacer periodismo en otro país que no sea Cuba. El menú es más amplio, el sistema es más permeable a la información. Hay que decir que los cubanos son la gente más franca que he conocido en mi vida, hablando de cualquier cosa menos de política. Lo que implica que no siempre pueden decir lo que quieren o piensan, y eso establece limitaciones a la hora de reportar en un país donde las coordenadas noticiosas tienen un alto matiz político.
Para muchas organizaciones periodísticas, cadenas televisivas y corresponsales extranjeros radicados en Cuba, mantenerse allí es estratégico para el 'día de la gran noticia' que todo el mundo espera. ¿No siente perderse ese momento?
[Se ríe] No. Eso va a suceder cuando tenga que suceder. Y a lo mejor iré en ese momento. O si puedo iré antes de visita, porque dejé a muchos amigos en Cuba. Es un país que amo, que se convirtió casi en una segunda patria. Le tengo mucho cariño a su pueblo. El sistema político es otra cosa. Es un sistema muy duro y vivir dentro de él tantos años, cuesta. La gran noticia no sé cuándo va a ser, pero te aseguro que muchos periodistas la cubrirán. Tal vez tenga que ir, no sé; si no, la leeré tranquila.
¿Cómo ve la situación del país, nueve años después de su llegada?
Cuando llegué a Cuba había una especie de primavera de cambios, se pronosticaba que vendrían pronto muchos cambios, un movimiento hacia una apertura no política, pero sí económica. Eso ya no existe. El país se ha cerrado nuevamente, como si fuera una vuelta a los orígenes del proceso: mayor centralización, menos crítica interna o autocrítica de lo que se oía antes por todos lados, personas como el ex canciller Roberto Robaina [destituido en 1999] ya no están en el gobierno. . . No quiero decir que Robaina era el gran liberador, pero tenía un espíritu de transformación en algunas cosas. Se creía entonces que Cuba marchaba hacia una pequeña apertura. Eso no se ve ahora. Otra vez se regresa a la idea del gran aliado salvador de la revolución. Como antes lo fue la Unión Soviética, ahora lo es Venezuela, con simpatías hacia China.
Sus últimos reportajes sobre las Navidades dolarizadas o la situación de la vivienda, hicieron pensar que había decidido ser más incisiva sobre la realidad cubana, incluso a riesgo de que la expulsaran del país. ¿Es así?
Para nada, no quería que me botaran. Me hubiera dolido mucho. Lo que pasa es que eran cosas que había que decir de una realidad que resulta muy cruda para la población. Lo cierto es que cada vez se me hacía más difícil hacer reportajes con buenas noticias de Cuba.
¿Qué personajes de la nomenclatura cubana le resultaron de más difícil acceso, además de Fidel Castro?
No puedo decir que eran inaccesibles. Cuando estás allí por mucho tiempo, obviamente que logras tener contacto con ellos, conocerlos y que te conozcan a ti. En esos nueve años tuve oportunidades de hablar con Fidel Castro, con Raúl Castro, con Carlos Lage y Ricardo Alarcón, con casi todos. No es que me querían mucho, ni tampoco que me odiaban: simplemente me toleraban.
¿Alguna vez la censuraron o amenazaron con expulsarla por una cobertura periodística incómoda para el gobierno?
Nunca me amenazaron, no me censuraron, pero fue muy arduo trabajar allí. Sé que hay sectores de la comunidad cubana de Miami que está en desacuerdo con algunas de mis coberturas, porque que sólo se reporte la podredumbre, la destrucción, la mierda que hay en Cuba. Eso sería ofrecer una visión parcializada, porque Cuba sigue teniendo cosas bellas como país. Y no todo es desastroso.
Entonces, ¿por qué decide irse a Al Jazeera International? ¿Por beneficio económico o interés personal?
No, beneficio económico para nada. Lo que sí quería definitivamente era un cambio. No quería seguir ahí. Ya era suficiente. Lo que me interesa ahora es cubrir todos los cambios económicos, sociales y políticos que están ocurriendo en el continente. Cuba no es el único país que importa en el mundo.
¿Qué historias le quedaron por hacer?
A lo mejor hubiera sido el reportaje por el cual me hubieran botado, pero no tuve tiempo para hacerlo, se me acabó el tiempo. Por ejemplo, quería realizar un reportaje sobre los problemas de los cubanos para entrar y salir del país. Hice alusión varias veces sobre ello, pero me hubiera gustado hacer un documental sobre los temas que los periodistas manejamos mucho y que son, en esencia, historias de denuncias, muy difíciles de hacer en Cuba. Cuesta hallar gente con la disposición de poner su cara y su nombre para decir cosas que todos sabemos que suceden.
¿Cuál es para usted el problema fundamental de Cuba?
[Risas] No, no lo voy a decir. Que lo diga otra persona.
De todas las coberturas, ¿cuál fue la que más humanamente le impactó?
Dos reportajes que hice sobre la vivienda, porque tenían que ver con asuntos de injusticia y de la imposibilidad de la gente de acudir a un lugar donde escuchen sus reclamos. Me conmovió tremendamente y me costó un mundo hacer uno de mis últimos reportajes, dedicado al derrumbe de unas viviendas familiares en Guanabo [al este de La Habana]. Eran casitas construidas con el esfuerzo de sus habitantes encima de una loma, ni siquiera estaban cerca de la playa, y que estaban siendo demolidas por orden del Instituto de la Vivienda.
Una demolición por orden gubernamental en un país donde se supone que no existe el desalojo desde que triunfó la revolución en 1959. Fuimos al lugar con una cámara secreta e hicimos un reportaje que resultó superimpactante. La policía inmediatamente cerró el acceso a esa parte de Guanabo para evitar otras filmaciones. Alguien me preguntó qué sentido tenía hacer ese reportaje que a nadie le importaba en el mundo. 'Lo hice para que ustedes lo vieran', le respondí.
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