LAS CLAVES DE LA SUCESIÓN EN CUBA
Por Eugenio Yáñez *
Colaboración
Miami
Florida
E.U.
La Nueva Cuba
Junio 19, 2006
Lo que se está gestando contra Cuba durante las últimas semanas y meses, por parte de la mafia anticubana que ocupa el Palacio de la Revolución, dirigida por Fidel Castro, es tremendamente preocupante, y de poder materializarse este proyecto diabólico de seguro anticipa más años de tragedia y dolor para el pueblo cubano.
A Fidel Castro no le basta el daño hecho a la nación por medio siglo, y necesita mucho más; pero no se entretiene en “detalles” cuando tiene cosas más importantes que hacer, como seguir llevando al país al desespero y el abismo antes de retirarse de esta vida, y a la vez alimentar y desarrollar la metástasis por América Latina.
Es un odio totalmente patológico a los cubanos, que derrotaron a España y a su propio padre en la guerra de Independencia con la ayuda de Estados Unidos. Es odio a todo lo que representa bienestar, prosperidad, felicidad y progreso para los cubanos. El tirano sabe perfectamente que el sistema siempre ha estado en crisis, que no funciona, que es cruel e injusto, pero es su manera de vengar la humillación española del silo XIX: al no poder hacerlo contra Estados Unidos, descarga su frustración contra los cubanos.
Casi medio siglo de castrismo, solamente castrismo y nada más que castrismo, se acerca a su fin por razones biológicas, pues el dictador se aproxima a los ochenta años de edad, y a pesar de los desmentidos de aduladores, médicos desvergonzados, y oficiales a cargo de la desinformación, está en una edad y un estado de salud en que el desenlace puede suceder sin previo aviso, en cualquier momento.
Lo que se ha desatado dentro de las esferas oficiales, por órdenes de Castro, los rumores y supuestos análisis sobre la sucesión del tirano, los posibles herederos y los escenarios que se vislumbran, así como la leyenda de que todo está planificado y organizado para que se desarrolle sin dificultades: todo está “atado y bien atado”, dijo el Caudillo Francisco Franco en España.
Castro personalmente soltó la liebre especulativa: primero vino el alerta-tabú en Noviembre del 2005, con el discurso del tirano en la Universidad de La Habana, donde por primera vez declaró públicamente que la Revolución podría autodestruirse, desde adentro. No era una declaración ni un discurso para el exterior, ni para el pueblo, sino para la “nomenklatura”.
Transcurrieron sorprendentes 40 días de silencio de los corderos, sin que “históricos” ni “organizaciones de masas” salieran a la calle gritando, asegurando al Comandante en Jefe que la continuidad revolucionaria estaba garantizada por los siglos de los siglos, amén.
Castro necesitaba, sin embargo, que el tema estuviera en el “hit parade” político nacional e internacional. Y fue Felipe Pérez Roque, Ministro de Relaciones Exteriores, quien recibió la orden de recoger el guante en la siempre fiel y unánime Asamblea Nacional del Poder Popular, a fines de diciembre, y explicar que para “garantizar la continuidad de la Revolución” hacían falta tres premisas, que en realidad se resumen en cuatro palabras: más de lo mismo, sin contar para nada con la voluntad de los cubanos.
Inmediatamente, el agente cubano-venezolano enmascarado de profesor de la UNAM de México, Heinz Dieterich, comunista alemán nostálgico del Muro de Berlín y la Stassi, y flamante “asesor ideológico” del llamado Congreso Bolivariano de los Pueblos, publica un artículo, reproducido por “La Jiribilla” en Cuba, cargado de citas teóricas y cursilería, donde dice en resumen que Pérez Roque tiene razón, que el comunismo como tal no es que sea malo, sino que fue mal aplicado, pero que aplicado convenientemente, al estilo Pérez Roque, sería una maravilla para Cuba, Venezuela, Bolivia y el mundo en general.
Mientras tanto, calladamente, discretamente, Cuba (Fidel Castro) sustituye al General José Solar como Jefe de la Brigada Fronteriza de Guantánamo, y nombra en su lugar al segundo Jefe de la Marina de Guerra, persona de poca experiencia operativa y de mando de tropas generales. Días después, sin mucho ruido, Estados Unidos sustituye a su Jefe de Base Naval en Guantánamo, y designa en su lugar al Almirante que estaba encargado de confrontar los desastres naturales y las crisis humanitarias en Texas en ocasión de los huracanes de finales del 2005.
Entretanto, otro resplandeciente admirador extranjero del Comandante, Ignacio Ramonet, director de “Le Monde Diplomatique”, publicación reducida por su propio director de lo que fuera referencia obligada en los análisis de política internacional a simple libelo izquierdista contemporáneo, saca a la luz una larguísima entrevista con Fidel Castro, que supuestamente consumió cien horas de conversación durante un período de tres años, y que tras ser denunciada como compuesta en parte por citas de discursos públicos del tirano, el propio autor se vio obligado a reconocer que “Fidel lo había autorizado” a aplicar la técnica de “goma y tijera” para redondear la entrevista.
En la “brillante” entrevista, Castro lanza a través de su plegado y plegable propagandista la información-desinformación de que sus sucesores serían personas de una “relevo generacional”, puesto que sus camaradas históricos, comenzando por su hermano Raúl, están tan seniles como él para la compleja tarea de continuar destruyendo a Cuba y a los cubanos, y menciona los nombres de Ricardo Alarcón, Presidente de la siempre fiel y unánime Asamblea Nacional del Poder Popular, Carlos Lage, Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y Felipe Pérez Roque, Ministro de Relaciones Exteriores.
Con poca diferencia en el tiempo, en este período, Evo Morales asume la presidencia de Bolivia, en una supuesta “victoria” del castro-chavismo, Forbes lanza la denuncia de la fortuna de más de 900 millones de dólares de Fidel Castro, que el tirano sale a desmentir inmediatamente, y el régimen devalúa nuevamente el dólar, manifiesta públicamente su absoluto desprecio por la UNESCO y las organizaciones no gubernamentales de ayuda humanitaria como Caritas, y desata una mini-crisis con la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, al boicotear los suministros de electricidad y agua a la sede diplomática.
¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO REALMENTE EN CUBA?
Hay quienes piensan, sobre todo en el extranjero, que Fidel Castro ha perdido poder por motivos de salud, y que todos estos fenómenos resultan de la intensa lucha de diferentes facciones dentro de Cuba para controlar la sucesión.
Por el contrario, es muy posible y demasiado probable que sea el propio dictador quien está dirigiendo el complejo juego de la sucesión y desatando los rumores de información y desinformación mientras mueve sus fichas y ata cabos sueltos.
¿Por qué ahora y no antes? ¿Y por qué tanta precipitación aparente?
Es difícil saberlo con exactitud, aún dentro de los mecanismos del poder en Cuba, pero es posible, solamente posible, no absolutamente seguro, que Castro perciba, con razón o sin ella, sea por diagnóstico médico o por intuición, que su estado de salud pudiera tener un desenlace fulminante, inmediato, sin previo aviso, y quiere estar seguro de que todo estará “atado y bien atado” en ese momento.
Lo cierto es que el nivel de incertidumbre en la nomenklatura es cada vez mayor, y que las señales desde Cuba, lanzadas por los personeros en misión oficial, o que se le escapan a los que se sienten muy desinformados, sugieren grandes preocupaciones y criterios muy divergentes.
Cuando se habla, muy responsablemente, a manera de ejemplo y enseñanza, sobre las experiencias de España en la transición a la democracia, y sus posibilidades de aplicación en Cuba postcastrista, se obvian sin embargo factores fundamentales: Franco no odiaba a los españoles, no dejó un país en bancarrota sino en desarrollo, la transición la dirigieron figuras jóvenes “de afuera”, que no estaban vinculadas al franquismo histórico, aunque formaran parte del Movimiento.
Adolfo Suárez no era una figura central del franquismo, ni rechazaba patológicamente la democracia. Las “nomenklatura” franquista, en las Cortes, pensó más en el mejor destino de España que en su propio poder, y no fue traba al proceso de liberalización que terminó llevando a España a la modernidad y el desarrollo.
La “primicia” que supuestamente ofreció Ramonet sobre la “sucesión generacional”, cuyo destino fundamental era un mensaje castrista hacia el exterior, creó malestar e incertidumbre en la nomenklatura cubana, preocupada en su propio destino después de haber dedicado su vida, por convicción o por oportunismo, a sostener un régimen en bancarrota moral y material.
Los febriles cambios, sustituciones y “promociones hacia abajo” que se desarrollan en estas semanas en Cuba, desde el Buró Político a Secretarios Provinciales del Partido, Ministros y funcionarios, y de funcionarios de menor nivel que no se publican en la prensa, así como la resurrección forzada del inútil Frankestein llamado Secretariado del Partido, sugieren un reajuste de los aparatos del poder para evidente ventaja del sucesor, quienquiera que fuera el o los designados.
Para tranquilizar a buena parte de esa nomenklatura, y en buena medida a los militares, nada serenos con la noticia de la “sucesión generacional”, el periódico Granma, órgano oficial de Fidel Castro, dio excepcional cobertura al cumpleaños 75 de Raúl Castro: dos personeros del régimen en estado de senilidad escribieron sus vivencias sobre el hermano menor, utilizando adjetivos e hipérboles anteriormente destinadas exclusivamente a Fidel Castro, presentando un idílico hermano Raúl que sería casi imprescindible nominar como Primer Secretario del Partido cuando el tirano en jefe desaparezca de esta vida.
Parece que no fue suficiente: no quedó claro a la nomenklatura si la divinización de Raúl Castro era porque en realidad estaba ya designado de antemano por el déspota, o si era porque se estaba muriendo, con su salud quebrantada por los años, por el abuso de productos de alto contenido etílico, o por ambas cosas a la vez.
Muy recientemente, en días pasados, Ricardo Alarcón se dirigió vía satélite, pues de visa nada, a una convención periodística en Fort Lauderdale, Florida: fue invitado bajo el pretexto de que sería entrevistado y que se le harían preguntas difíciles. Se le hicieron, ciertamente, pero con su experiencia de anguila escurridiza se desentendió de ellas, y los entrevistadores se las dejaron pasar.
Por momentos hubo aplausos para el entrevistado, que habló en inglés. ¿Qué puede decir un personero como Ricardo Alarcón que merezca aplausos de personas supuestamente dedicadas a la difusión de la verdad, del derecho a la libre expresión, y del derecho de los seres humanos a formarse opiniones y expresarlas libremente sin temor a represión y castigo? Los que aplaudieron sabrán por que lo hicieron, pero no merece la atención de las personas decentes.
Alarcón, experto en mentir sin sonrojarse, expresó que la salud de Fidel Castro es algo excelente, envidiable, que todo en Cuba se está solucionando, que no hay problemas ni preocupaciones, y que todo está “atado y bien atado”. Nada de eso es cierto, pero ese era el discurso para el exterior, para el extranjero.
El mismo día, casi a la misma hora, Raúl Castro hablaba, celebrando otro aniversario del Ejército Occidental, ese mismo en que en el año 1989, con hablar incoherente, impreciso y confuso, desató las primeras informaciones sobre la crisis que terminó con el propuesto Jefe de ese Ejército, General Arnaldo Ochoa, en el paredón de fusilamiento.
Esta vez fue muy pausado, preciso, exacto, y sin andarse por las ramas: estaba hablando para los militares, para esos Generales, Coroneles, Tenientes Coroneles y Mayores, Jefes de Ejército, de tipos de Fuerzas Armadas, de Divisiones y Regimientos, de Batallones y Compañías, que se preguntaban que sería de ellos con esos mosqueteros en la sucesión generacional.
Habló muy claro, sin enmascarar el lenguaje: dijo que el único sucesor “digno” del Comandante en Jefe es “el Partido Comunista de Cuba”, más nadie. Dijo eso, así, claramente, de donde se puede razonablemente colegir que ni Alarcón, ni Lage, ni Pérez Roque, serían “dignos sucesores”. Ni siquiera el mismo Raúl Castro por sí solo.
Si la sucesión y la “garantía” corresponden únicamente al Partido, entonces no habrá problemas para los hombres de uniforme verde olivo, pues Raúl Castro es el Segundo Secretario del Partido Comunista de Cuba, automáticamente Primer Secretario al faltar el Primer Secretario, el tirano en jefe.
Ciertamente, ante la ausencia de un Congreso del Partido, irrealizable ante la crisis que representaría la ausencia del “máximo líder”, un Pleno extraordinario del Comité Central del Partido debería reunirse para ratificar a Raúl Castro como Primer Secretario, o proponer una figura alternativa como máximo dirigente partidista. Si fuera solamente Raúl Castro el candidato, se aprobaría por aclamación, pero si hubiera más de uno habría que someterlo a votación. ¿Quién le pone el cascabel a ese gato, a esa hora, en ese lugar?
Los febriles y continuos supuestos desmentidos sobre el papel del General Raúl Castro como sucesor del tirano, lejos de excluir al hermano menor, precisamente vienen a confirmarlo. Los generales, los coroneles, los tenientes coroneles y mayores entendieron claramente el mensaje de Raúl Castro: seguimos en el poder, no hay peligro con nuestras carreras, ni con los privilegios, jerarquías y dineros que se están manejando: ¡Ministro de las FAR, Ordene!
Raúl Castro no es el sucesor solamente porque Fidel Castro lo quiera así, que en la lógica castrista sería razón suficiente: por el contrario, el tirano lo quiere así porque tiene que ser así, porque no queda otra opción: más nadie puede ser el sucesor en las condiciones actuales, con una economía en ruinas, una sociedad hastiada, una represión brutal, una soez dependencia del subsidio venezolano, un creciente aislamiento y rechazo en todo el mundo, un estancamiento total de la nación y todas las esperanzas desahuciadas.
Raúl Castro, a esta altura de la historia, tras 47 años de tiranía, no es la elección del tirano para una larga permanencia en el poder, por elementales razones biológicas (tiene ya 75 años), sino solo para terminar de crear las condiciones para sus queridos tres mosqueteros postcastristas, quienes seguirían sometiendo por otro medio siglo a los cubanos, y a la vez para asegurar que los privilegios y fortunas de los “cuadros históricos” y la nomenklatura queden a buen recaudo.
Basta analizar los discursos y declaraciones en parábola del tirano, del propio Raúl y de diferentes personeros del régimen para entender “El código Da Fidel Castro”, para darse cuenta de lo se que está tramando, y como.
SI LA SUCESIÓN FUESE HOY MISMO
Si la sucesión fuese hoy mismo, si el tirano falleciera ahora mismo, en este instante, ¿cómo estaría la correlación de fuerzas entre de los diferentes grupos de poder? ¿Qué controla cada grupo? En un estado de derecho esto no sería relevante, pues las cosas están perfectamente decididas, y el imperio de la ley se impone: pero en una Cuba con Fidel Castro recién fallecido, aquí está realmente la clave del poder.
¿Cuál es la verdadera correlación de fuerzas, y qué controlan los más visibles aspirantes a la sucesión, y otros no tan visibles?
RAÚL CASTRO:
MINFAR: EJÉRCITOS, FUERZA AÉREA, TANQUES, TROPAS
MINISTERIO DEL INTERIOR: ÓRGANOS DE SEGURIDAD, POLICÍA
MINISTERIO DE TRANSPORTES: FERROCARRILES, TRENES, FLOTA
INSTITUTO AERONÁUTICA: AVIACIÓN CIVIL
RESERVA ESTATAL: RECURSOS ESTRATÉGICOS
G.A.E.S.A.: ACTIVIDAD EMPRESARIAL MILITAR: CONTROL DE LA MONEDA LIBREMENTE CONVERTIBLE
PRENSA, RADIO Y TV: PROPAGANDA, PUBLICIDAD Y NOTICIAS
APARATO CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA
FELIPE PÉREZ ROQUE: MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES
CARLOS LAGE: COMITÉ EJECUTIVO CONSEJO MINISTROS
RICARDO ALARCÓN: ASAMBLEA NACIONAL DEL PODER POPULAR
Y quedan además, con sus parcelas de poder y sus lealtades negociables en dependencia de los diferentes grupos de poder:
LOS SECRETARIOS PROVINCIALES DEL PARTIDO: Verdaderos jefes de aire, mar y tierra en provincias, con su autoridad y alcance incrementados en la medida que la salud de Fidel Castro le fue reduciendo su movilidad y visitas a provincias.
No debe olvidarse tampoco, sin embargo, que los Secretarios Provinciales, en situaciones de emergencia, se subordinan a la autoridad de los Jefes de los Consejos de Defensa, que son los Jefes de los Ejércitos (Occidental, Central y Oriental).
LOS COMANDANTES DE LA REVOLUCIÓN: Tres guerrilleros “históricos”, Juan Almeida, Ramiro Valdés y Guillermo García, con un único grado creado exclusivamente para ellos tres, subordinados exclusivamente al Comandante en Jefe y no al Ministro de las FAR, y con sus propias parcelas de poder y relaciones de clientela particulares.
LOS “ESLABONES AISLADOS”: Estos son diferentes individuos independientes, no formalmente integrados a los mecanismos de poder y organización estatal o partidista, pero con una determinada leyenda entre la nomenclatura y los mecanismos de poder, con sus propios recursos y sus seguidores y admiradores, y que pueden inclinar la balanza en un sentido o en otro, en dependencia de la posición que adopten en ese momento: el hoy General de División Efigenio Ameijeiras, una leyenda dentro de las fuerzas armadas, es una figura emblemática en este grupo, aunque no la única.
La “correlación de fuerzas y medios”, como se le llama en el lenguaje militar, está muy clara para el momento preciso de la sucesión y la hora de definir las cosas. ¿Quién puede dudar de hacia donde se inclina desde ya la sucesión en Cuba, y del papel protagónico de Raúl Castro y los militares? Solamente dos “expertos” en la temática cubana, como son el izquierdista trasnochado Ignacio Ramonet y el comunista alemán no reciclado Heinz Dieterich.
NO TODO ESTA RESUELTO
La aparente definición de la balanza del poder a favor de Raúl Castro y los militares no significa que ya todo esté “atado y bien atado”. Quedan problemas de legitimización de los sucesores, y problemas prácticos de organización estatal, otra de las muchas herencias malditas que Fidel Castro deja a quienes le releven.
Castro se diseñó la Constitución de 1976 a su medida: el Jefe de Estado (Presidente del Consejo de Estado) es a la vez Jefe de Gobierno (Presidente del Consejo de Ministros), y por si fuera poco, es también Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas. Solamente faltó que la Constitución dijera que tal persona debería llamarse Fidel Castro.
Los supuestos “sucesores generacionales”, Alarcón, Lage y Pérez Roque son cómplices, aunque no lo sepan ni lo quieran admitir ellos mismos, de la demagogia, la barbarie, la represión, la tiranía, la miseria: cuando Abel Prieto, el flamante Ministro de Cultura, dice que los mítines de repudio “son cosas de Fidel”, se quiere quitar de encima la carga moral que pesa sobre él: serán “cosas de Fidel”, es cierto, pero él mismo Abel Prieto también es “cosa de Fidel”, Ministro de su gobierno, militante de su Partido, cómplice de genocidio.
Si en Cuba hubiera un juicio como el de Nüremberg, con los mismos principios, los tres mosqueteros postcastristas del relevo “generacional” estarían también en el banquillo de los acusados, no por genocidio directo, que no parece se les podría señalar, pero sí por complicidad en la barbarie y la destrucción de la nación cubana, y por pretender eternizar el crimen más allá del criminal en jefe.
Esto plantea la disyuntiva a los sucesores de designar a alguien con un poder inmenso y prácticamente imposible de ejercer coherentemente, o de modificar de alguna manera la Ley Fundamental para distribuir estos cargos entre diferentes personas: por ejemplo, que el Jefe de Estado sea Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas es normal en casi todos los países, pero la figura de Jefe de Gobierno (Presidente del Consejo de Ministros) debería separarse en otra persona para que ambos cargos pudieran ser ejercidos con determinado nivel de efectividad.
Esta segregación del poder en el instante mismo de la sucesión en Cuba es la clásica “papa caliente”, pues quien quedara como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas tendrá un innegable superpoder: parecería el cargo “lógico” para el hermano menor.
Raúl Castro no es un arcángel ni mucho menos, ni escapa tampoco al juicio histórico que alcanza a Pérez Roque, Lage y Alarcón, pero con muchos agravantes, pues más que cómplice como aquellos tres es coejecutor del genocidio, y en determinadas ocasiones autor intelectual de procesos que culminaron con grandes daños a la nación cubana y a los cubanos, pero al menos tiene una “leyenda”, hiperbolizada por Granma hace pocos días cuando su cumpleaños setenta y cinco, y una innegable experiencia de cuarenta y siete años como segundo al mando y sucesor designado.
Para los que aún creen en “el proceso revolucionario”, sus “logros” y la grandeza de su Comandante en Jefe, que no son tantos como dice el régimen, pero que no son tan pocos como algunos piensan en Miami, el halo místico real-imaginado de “Raúl” (a quien llaman por su nombre de pila igual que a “Fidel”) les resulta suficiente para aceptarlo como el sucesor sin vacilar.
Simultáneamente, para los altos mandos militares y también para los intermedios, así como para los más ortodoxos de la nomenklatura, “el Ministro” es la garantía de una continuidad suficiente para que no se pongan en peligro los méritos históricos percibidos ni los frutos personales cosechados por diversas y discutibles vías, y a la vez la promesa remota de medidas prácticas que puedan sacar a Cuba del atolladero actual, no tanto por una real preocupación por la suerte de los cubanos como por instinto de conservación: el manicomio fidelista no acepta más ningún administrador que el en ese momento ya difunto Comandante en Jefe.
Sin embargo, aquí entra en juego el factor externo: si se pretende de alguna manera quitar temperatura a las prolongadamente tensas relaciones con Estados Unidos, y establecer algún tipo de comunicación de entendimiento, aunque no fuera un verdadero “diálogo”, y se pudiera relajar en cierta medida la presión del embargo, el gobierno de Estados Unidos se vería legalmente impedido, o terriblemente limitado, por la legislación vigente, para establecer algún tipo de negociaciones con un gobierno donde participe Raúl Castro (Leyes Helms-Burton, Torricelli).
Para que Raúl Castro, el verdadero jerarca sucesorio en control, no fuera miembro del gobierno y quedara eliminada la barrera de la Helms-Burton y otras leyes de Estados Unidos, tendría que mantenerse en los cargos partidistas exclusivamente: como Primer Secretario del Partido, que no es un cargo estatal ni gubernamental, estaría “fuera” del gobierno, pero manteniendo el poder real. No sería nada extraño para la nomenklatura, ni para la historia de Cuba, donde el verdadero poder en muchas ocasiones no ha estado dentro del Palacio de Gobierno.
Y está el factor Chávez-Venezuela, en lo que representa de subsidios financieros para el régimen cubano, y de compromisos aventureros en América Latina. Es sabido que Raúl Castro y Chávez no se simpatizan el uno al otro, y que buena parte del generalato cubano no comulga del todo con sus contrapartes venezolanas.
Al fin y al cabo, todos los generales cubanos pelearon guerrillas o campañas africanas, o ambas, y ven en Hugo Chávez al Teniente Coronel que se rindió en el golpe de febrero del 92, y que firmó la renuncia como Presidente en cuanto le apretaron las clavijas en abril del 2002: en cualquier parte del mundo, los generales que han peleado guerras no ven con buenos ojos a quienes debieron pelearlas y se rindieron demasiado pronto.
Pero Chávez representa más de mil millones de dólares anuales en subsidios, cifra comparable a la que el holding militar cubano, GAESA, genera en ingresos netos cada año, muy superior a lo que produce la decadente zafra azucarera con niveles de hace cien años, por lo que no se pueden lanzar por la borda esos millones tranquilamente.
Aunque se sabe muy bien que los Generales de 3 estrellas Abelardo Colomé Ibarra (“Furry”) y Julio Casas Regueiro han viajado continuamente a Venezuela, no serían las mejores cartas cubanas desaparecido Fidel Castro. Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, básicamente, deberían ser las figuras de “gobierno” que lleven de cerca las relaciones con Venezuela y el impetuoso Hugo Chávez, pues ambos son bien aceptados en Miraflores, mientras Ricardo Alarcón sería una figura clave, no importa su cargo, para el manejo de las relaciones con Estados Unidos.
Es decir, estas complicaciones tienen aparentes opciones de manejo práctico, y pueden ser tratadas cuidadosamente para evitar complicaciones mayores, al menos en los planos formales.
EL GRAN PROBLEMA
Algo diferente ocurre con el otro aspecto que resulta lo más complicado de todo para la sucesión: si bien los jefes militares y estados mayores actúan monolíticamente alrededor de Raúl Castro cuando se trata de las relaciones “hacia afuera”, es decir, frente a los otros grupos de poder que se disputan solapadamente la supremacía para cuando ocurra “eso” que todos esperan, no ocurre lo mismo “hacia adentro”, es decir, en el mundo militar.
Con esta tesis se escribió “SECRETO DE ESTADO. LAS PRIMERAS DOCE HORAS TRAS LA MUERTE DE FIDEL CASTRO” (Eugenio Yáñez y Juan Benemelis, con Prólogo del General Rafael del Pino. Benya Publishers, Miami, 1ra edición Mayo 2005, 2da edición Julio 2005).
Aún con la sucesión en manos de Raúl Castro, no todos los mandos militares le resultarán incondicionales al Ministro-General, ni transferirán automáticamente su lealtad y su confianza desde el Comandante en Jefe al Sucesor en Jefe.
Raúl Castro personalmente reconoció esta realidad en el referido discurso de hace pocos días en el Ejército Occidental, aunque lo mencionó en un sentido general y abstracto, y no circunscrito exclusivamente a las Fuerzas Armadas.
Porque, en realidad, esas fuerzas armadas monolíticamente unidas en torno a Raúl Castro solo existen en la extensa propaganda oficial, en los planes de desinformación estratégica dirigidos personalmente por Fidel Castro desde hace muchos años, en la percepción que fue creada en el Pentágono por la espía Ana Belén Montes en las Juntas de Análisis de Defensa (no es considerada Heroína Prisionera del Imperio porque decidió cooperar con “el imperio”), y en las diversas comunicaciones de los generales cubanos con sus iguales norteamericanos a través de la Base Naval de Guantánamo, o en conversaciones en los eventos del Colegio de Defensa).
En realidad, esas “monolíticas” fuerzas armadas cubanas están compuestas por tres grandes grupos rivales: los “históricos”, que vienen con papeles preponderantes desde la lucha guerrillera, los “africanos”, que obtuvieron sus promociones a los primeros planos y los más altos grados en las prolongadas campañas africanas de Angola y Etiopía, y la “burocracia” militar, altamente calificada y con formación administrativa, encargada del “día a día” en la actividad militar, y donde deben incluirse los funcionarios de GAESA y la actividad empresarial generadora de divisas en Cuba y el exterior.
Cada uno de estos tres grupos acumula historias, resultados, percepciones, relaciones y compromisos específicos, dependiendo de un conjunto de realidades. Aunque los tres han visto siempre a Fidel Castro como un semidiós, y nunca han intentado cuestionarle su poder ni su sabiduría, ven a Raúl Castro con un prisma diferente, como un primero entre iguales y el sustituto designado por voluntad del Comandante en Jefe, pero no como líder indiscutible par aceptar la subordinación a él con carácter incondicional.
Si Raúl Castro tocó este tema en el Ejército Occidental, es porque se han tomado medidas preventivas en este sentido.
Durante casi cuarenta y siete largos años, las Fuerzas Armadas Revolucionarias en Cuba tuvieron como precepto básico, fundamento y leyenda pública la inamovible consigna de que “la orden del jefe es ley que encarna la voluntad y el mandato de la Patria”.
Este precepto se mantuvo inalterable por sobre todas las presiones del estilo soviético durante el proceso de establecimiento del Partido Comunista en las Fuerzas Armadas en la década del sesenta: mientras en la ex-Unión Soviética y todo el bloque comunista las organizaciones del Partido y los comisarios políticos eran instituciones paralelas a los poderes militares, en Cuba nunca se otorgó a ninguna organización partidista o instructor político una autoridad superior ni comparable a la que encarnaba el jefe militar.
Siempre fue así, desde el comienzo Hasta el pasado domingo 11 de Junio: nuevas reglamentaciones jurídicas en la siempre fiel y unánime Asamblea Nacional del Poder Popular, que no decide nada sin la orden y el visto bueno del tirano en jefe, con la nueva Ley de la Fiscalía Militar, establecieron “como elemento significativo la posibilidad de impugnar las decisiones de los jefes que contravengan las leyes” (sic).
Dicho en buen cubano, el derecho de los subordinados a no cumplir órdenes de sus jefes si éstas atentan contra los principios de la Revolución; en otras palabras, la posibilidad de que las unidades y mandos subordinados desconozcan la autoridad de sus jefes si se considera (¿por quién?) que las órdenes emitidas por los jefes superiores son contrarias a las leyes.
No se trata del derecho a negarse a realizar ilegalidades manifiestas ignorando el pretexto de la obligación a la subordinación militar, sino de la opción de los mandos y unidades de considerar que determinadas órdenes de jefes superiores son ilegales, y simplemente no cumplirlas.
¿Por qué ahora, seis años después, surge esta Ley, supuestamente a partir de indicaciones del Ministro de las Fuerzas Armadas en el año 2000 “con el propósito de contemporizar los órganos de justicia”?
Porque esta ley es otro de los elementos clave para la sucesión dinástica que se prepara en estos días apresuradamente bajo las órdenes del dictador, para allanarle el camino al verdadero sucesor, y próximo Primer Secretario del Partido Comunista, Raúl Castro, quien puede estar muy viejo, “solo unos años menor” que Big Brother, pero que es el sucesor aunque algunos fuera de Cuba no quieran entenderlo.
Por eso ahora esta ley sin sentido aparente: pasaporte para la guerra civil, otro de los “corderos envenenados” que el tirano Castro, en su odio a Cuba, deja a sus sucesores ante la posibilidad de que una parte de los mandos militares no esté dispuesta a bailar en la comparsa de la sucesión raulista o la payasada “perezroquista” de los tres mosqueteros postcastristas que anunciara a Ignacio Ramonet.
De esta manera, si uno de los Jefes de Ejército en cualquier momento considerara que no está obligado a obedecer a Raúl Castro, los Jefes de Divisiones, Regimientos y Batallones que se le subordinan podrían considerar que este Jefe de Ejército está tomando decisiones “que contravengan las leyes” y podrían impugnarlas, es decir, podrían insubordinarse.
Sin embargo, el arma es de claro doble filo, pues también esos jefes superiores podrían considerar que los Ministros de las FAR o del Interior están tomando decisiones “que contravengan las leyes” y podrían impugnarlas, insubordinándose.
Y no debe pensarse que un Raúl Castro “fuera del gobierno”, aunque poder real, sería el Ministro de las Fuerzas Armadas en ese momento, pues entonces no estaría “fuera”. Y si los mandos militares pueden ser una posibilidad potencial de cuestionamientos de autoridad hacia alguien como Raúl Castro en un momento de sucesión, es fácil suponer lo que podría suceder con un Ministro diferente, con menos aureola mística que el hermano menor.
Esta ley, a primera vista, parece una gigantesca locura, pero es antes que todo una gran irresponsabilidad. Con la puerta abierta a la insubordinación, se debilitan los posibles y potenciales cuestionantes, que tienen que dedicar más tiempo a cuidar “hacia dentro” de sus parcelas de poder, y se debilita el poder efectivo de cualquier persona que asuma el cargo de Ministro de las FAR, o del Interior, en la Cuba de la sucesión.
En un país donde más de siete millones de cubanos saben manejar las armas, y los jefes de las unidades menos poderosas pueden tener bajo su mando 600 soldados, ó 30 tanques, ó 18 cañones, dar vía libre a “la posibilidad de impugnar las decisiones de los jefes que contravengan las leyes” es jugar con candela sobre un polvorín abierto.
Es otro de los corderos envenenados que deja Fidel Castro a sus sucesores.
Todos estos escenarios plausibles corresponden, como se habrá notado, a la visión del régimen y sus personeros sobre la sucesión, pues no se contempla una transición.
Y es muy fácil darse cuenta que EN NINGUNO DE ESTOS POSIBLES ESCENARIOS el régimen considera un papel preponderante, y ni tan siquiera importante, a la voluntad soberana del pueblo de Cuba y sus ansias de libertad y prosperidad, a pesar del casi medio siglo de propaganda diciendo lo contrario.
Si los cubanos como nación aspiramos a algún papel en el futuro de nuestra Patria tras la cercana muerte del tirano, tendremos que saber ganárnoslo en medio de la conspiración anticubana de la mafia del Palacio de la Revolución, pues es evidente que ni el actual régimen ni sus posibles sucesores nos tienen en cuenta para nada: es un ejemplo típico de la “democracia socialista”, donde, según Castro, “el poder del pueblo, ese sí es poder”.
El comisario político alemán y agente cubano-venezolano Heinz Dieterich publicó muy recientemente un libro, financiado por el gobierno de Venezuela con el dinero del pueblo venezolano, titulado “Cuba sin Fidel”. No es de los libros que tienen que competir ni en el mercado ni en la “batalla de ideas”, sino de esos que se distribuyen generosamente a “todo el pueblo” en Cuba y fuera de Cuba, como parte de la muy extensa y bien calculada campaña para diseminar los cantos de sirena sobre el totalitarismo reciclable y reciclado.
Lo que quiere ignorar este vulgar totalitarista es que desde 1492 hasta 1958, es decir, por 466 años, nuestra bella Patria fue siempre una “Cuba sin Fidel”, y que a pesar de tantas frustraciones, insuficiencias, fallas, errores, fracasos y oportunidades desperdiciadas, los cubanos fueron creando poco a poco un país que no sería un paraíso, pero donde valía la pena vivir y esforzarse para progresar, sin necesidad de totalitarismo, intervencionismo, internacionalismo, ni dictadores tropicales y sus alabarderos extranjeros.
La “Cuba sin Fidel” que se acerca, a pesar de las conspiraciones para que el totalitarismo siga incólume, y aunque durante los primeros momentos todos los cubanos tengamos que sufrir la transición edulcorada que se pretende para que todo siga igual, terminará siendo, por la acción del pueblo cubano dentro y fuera de Cuba, y no por una generosidad o preocupación inexistente de los posibles sucesores que no desean otra cosa que castrismo sin Castro, lo que siempre fue y debió ser: una Cuba libre, independiente y soberana, próspera y feliz.
En la verdadera “Cuba sin Fidel” que ya nos llegará, nunca más tendrán cabida gobiernos espurios ni dictadores vitalicios, y quienes pretendan dirigir nuestra nación no necesitarán de sucesiones ni transiciones, porque tendrán que ser electos periódicamente por voluntad popular en el marco de verdaderos procesos constitucionales.
Los verdaderos gobernantes democráticos de la “Cuba sin Fidel y sin castrismo” que más temprano que tarde llegará, nunca tendrán que pretender que la historia los absuelva, pero van a necesitar continuamente que la mayoría del pueblo los elija y apoye, y someterse a esa voluntad suprema y soberna cada vez que así lo determinen las leyes que los mismos cubanos, responsablemente, nos daremos, como supieron hacer nuestros antecesores en 1902 y 1940.
Y toda esta pesadilla cubana de casi medio siglo terminará en un gran basurero histórico, donde estarán mezclados en la infamia los verdugos, sus alabarderos, los sucesores y los futuros aspirantes.
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* Eugenio Yáñez, Dr. en Economía, politólogo, analista y especialista en la realidad cubana, durante 14 años fue Profesor de la Universidad de La Habana y el Instituto Superior de Dirección de la Economía. Ha publicado diversos libros y es coautor, junto a Juan Benemelis, de "Secreto de Estado. Las primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro". Colabora habitualmente con La Nueva Cuba desde el 2005.
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