jueves, julio 27, 2006

OTEANDO LA VERDAD

Oteando la verdad



Por Manuel Vazquez Portal

Especial/El Nuevo Herald

William Navarrete está, hace mucho tiempo, encaramado en la alta torre del buen ser humano. Con su bondad ha ido alzando piedra a piedra su propia atalaya, con su patriotismo, su tribuna; con su inteligencia, su altar. Desde allí otea la verdad, la historia, el tránsito de los días y de lagente por su tierra natal.

<--- Manuel Vazquez Portal

Su catalejo no es el rústico anteojo del pirata que medra del robo y el asalto. Su catalejo es una lúcida visión de la realidad. A nadie pide prestado su ensamiento y a nadie más que a su paciente y constante trabajo debe su encumbramiento. Es de esas personas que sabe construirse a sí mismo y ennoblecer todo lo que emprende.

Cuando lo conocí personalmente, y ello ocurrió el verano pasado, recientemente llegado yo al exilio, tuve la sensación de que lo conocía desde la infancia, que habíamos compartido la merienda escolar y que nos habíamos fajado por alguna novia de adolescencia. Así de fraternal es. Su cordialidad y limpieza de espíritu me impulsaron a considerarlo mi amigo. Hoy me es un amigo indispensable. A veces nos hacemos llamadas urgentes o nos pasamos mensajes electrónicos de última hora, y aunque nos vemos poco, ya en Miami o París, siempre estamos al tanto de nosotros, nuestras familias, y de Cuba principalmente.

William Navarrete, él solo, dije alguna vez, es una pandilla. Trabaja por diez.

Para probarlo bastarían algunos datos. En el año 2000 publicó su libro: La canción cubana: textos y contextos; en 2002, su libro 1902-2002, Centenario de la República Cubana; en 2004, su libro Cuba, música del exilio y una antología de la poesía cubana contemporánea bajo el título de Insulas al pairo; en 2005, su poemario Edad de miedo al frío; recientemente, apenas hace unas semanas, el libro Versos tras las rejas, en el cual reúne a varios poetas del presidio político en Cuba, y por si esto le resultara poco acaba de regalarnos Catalejo en lontananza, una compilación de sus crónicas cubanas escritas y publicadas en diferentes revistas y periódicos entre 1995 y 2005.

William Navarrete no tiene tiempo para andar jugando al ''niño terrible'' ni al ''poeta maldito''. Se emplea a fondo. Sabe que la historia no se fabrica de dimes y diretes ni de estúpidas competencias por absurdos protagonismos. El trabaja. Hoy funda la Asociación por la Tercera República Cubana, mañana diserta sobre los presos de la Primavera Negra Cubana en un simposio en Europa, luego se reúne con senadores franceses para que apadrinen a los presos políticos cubanos, más tarde asiste a una manifestación pacífica frente a una sede diplomática cubana, en su escaso tiempo atiende a una delegación de mujeres exiliadas que pasa por París, y mientras tanto, indaga, compila, estudia, escribe. Es de los incansables.

Indaga sobre las Damas de Blanco y las hace notorias por donde quiera que cruza. Quiere vestirse, orgullosamente, del negro femenino que usan las mujeres de M.A.R. por Cuba, para honrar a su patria junto a ellas. Compila textos, declaraciones, poemas de los que permanecen en presidio, y, con centavos recaudados aquí y allá o arrancado de su propio magro bolsillo, los antologa y publica. Estudia cada día la realidad cubana y la devuelve hecha análisis profundo y sensato. Escribe, escribe desenfrenadamente. Y de ese desenfreno permanente son hijas las crónicas que recoge en el libro Catalejo en lontananza.

Se prestigia la editorial Aduana Vieja con este nuevo volumen. En él está latente la pujanza de un país que sufre la más larga, feroz y necia dictadura que se haya conocido en el mapa cristiano. En él está presente la lucha de una sociedad por mantener, fortalecer y ampliar su cultura a pesar de censuras, persecuciones, presidios y destierros. Pero, sobre todo, se hace visible el amor con que su autor defiende su autoctonía, su patriotismo y su verdad.