CUANDO NO HAYA COMANDANTE EN JEFE, ¿QUIEN ORDENA?
CUANDO NO HAYA COMANDANTE EN JEFE, ¿QUIEN ORDENA?
Colaboración
Miami
Florida
E.U.
La Nueva Cuba
Agosto 1, 2006
Teniendo en cuenta la extraordinaria situación que se ha creado con el anuncio del traspaso “temporal” de los poderes absolutos de Fidel Castro al sucesor designado Raúl Castro y un grupo de cercanos colaboradores, la Nueva Cuba publica, en exclusiva, fragmentos del libro, actualmente en imprenta y que debe aparecer próximamente, titulado “Después de la Muerte de Fidel Castro”, escrito por Eugenio Yáñez
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* Eugenio Yáñez, Dr. en Economía, politólogo, analista y especialista en la realidad cubana, durante 14 años fue Profesor de la Universidad de La Habana y el Instituto Superior de Dirección de la Economía. Ha publicado diversos libros y es coautor, junto a Juan Benemelis, de "Secreto de Estado. Las primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro". Colabora habitualmente con La Nueva Cuba desde el 2005.
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“Es muy difícil hacer pronósticos, especialmente cuando se trata del futuro”, dice el proverbio chino. Los profetas tienen siempre difícil tarea.
Fidel Castro ronda los 80 años de edad, y casi 48 de dictadura: la inexorable biología acerca a cualquier persona de esa edad al final de su vida, o le inhabilita física o mentalmente para poder dirigir un país: no se trata de una muerte violenta o provocada, sino del fin del ciclo existencial de la persona.
El dictador cubano no ha llegado todavía a las ocho décadas de vida al escribirse estas líneas, y tal vez las haya sobrepasado cuando este libro se publique, o quizás, por el contrario, ya no se trate de algo “que podría suceder muy pronto”, sino de lo que ya está sucediendo, o ha sucedido.
Con una edad tan avanzada y un estado de salud que no es perfecto, sus médicos le rodean las veinticuatro horas del día y dispone de sofisticados equipos y medicamentos, pero aún así son altas las probabilidades de que fallezca en el ejercicio del poder, o de que quede permanentemente incapacitado para ejercer el poder (como Ariel Sharon, a los 77 años).
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Quién desee leer estos razonamientos que presento, y llegue a conclusiones diferentes, está desde ahora mismo invitado para discrepar y proponer otras variantes: serán bienvenidas.
La verdad hay que buscarla, y encontrarla, entre todos. Este es mi grano de arena a la tarea.
Se le puede ganar esta partida al tirano: el esfuerzo de todos los cubanos, de todos, sin exclusiones, respetando el derecho de cada uno a forjarse y expresar una opinión propia, pensando y analizando de conjunto, permitiría entender lo que planea el dictador para cuando ya no esté, y todo lo que podría suceder.
Porque sí no tenemos claro todo lo que podría ocurrir en esos momentos decisivos para la nación, ¿cómo vamos a poder saber cual sería la mejor forma de actuar?
Ese sería un lujo que no tenemos derecho a permitirnos.
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La nomenklatura se marea, confundida, preocupada, pues no sabe qué hacer ni qué decir. ¡Comandante en Jefe, Ordene!, ha sido siempre la solución de todo, pero si no hay Comandante en Jefe, ¿quién ordena?
¿Los históricos, donde están? Nadie sabe, pero callan. ¿El Partido y las “organizaciones de masas”, donde están? Nadie sabe, pero callan. ¿“El pueblo revolucionario”, donde está? El poder se marea.
El más mediocre de los talibanes aparece a las seis semanas con un discurso leído donde trae soluciones para todo: ningún problema, más de lo mismo, pero peor, si el Comandante ya no está.
Como nadie sabe a donde va, cualquier viento resulta favorable y cualquier camino bueno. “Por el camino correcto”, diría el mismo Comandante en Jefe en esta situación.
Los beneficiarios del régimen creen saber lo que hay que hacer, pero no saben a donde van. Del otro lado, creemos saber a donde debemos ir, pero no acabamos de encontrar los caminos.
Y el pueblo cubano, como nación, con tanta confusión, tanto desatino y tanta desinformación oficial, parecería que ni sabe a donde va ni cual será el camino.
No obstante, lo sabrá con certeza, y primero que todos los demás.
Inventó su propio camino democrático al terminar la más devastadora y cruenta guerra de independencia en la América Latina y la más terrible reconcentración. Lo inventó de nuevo al terminar una brutal dictadura caudillista en medio de una gran crisis económica mundial, pariendo una Constitución modelo de democracia y candidez política.
No hay razón para que no suceda de nuevo, después de una “paz” de medio siglo más devastadora que las guerras de independencia, el período especial, la dictadura totalitaria más atroz y prolongada de América, la fractura de la nación y la desesperanza de sus habitantes divididos. Si se hizo dos veces, se hará tres.
Castrismo sin Castro, como si fuera posible… pero es imposible: el castrismo no fue el creador de Fidel Castro, fue Fidel Castro quien creó el castrismo como estilo personal e irrepetible.
El castrismo no es ni una ideología, ni una filosofía ni un programa político. Es castrismo, solo castrismo y nada más que castrismo.
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Quienquiera que sea, o quienesquiera que sean, en la sucesión no deberán solamente cumplir trámites protocolares de reemplazo o jurar ante cámaras de televisión prometiendo fidelidad a “las enseñanzas, el ejemplo y el legado de Fidel”.
Más que legado, el o los sucesores recibirán un “legrado”, un aborto, un fracaso absoluto y un país ingobernable. Aunque todo el resto del país, “las masas”, siempre ignoradas, permanezca a la expectativa, la élite no tiene nada que hacer ni sabe como hacerlo, aunque se crea lo contrario.
Será la clásica “Fiesta de El Guatao” cubana: se sabe como empieza, pero no como acaba.
Tendrán que empezar de cero. Todas esas estructuras revolucionarias supuestamente monolíticas serán un ejemplo práctico del muy clásico merengue en la puerta del colegio… y durarán el mismo tiempo. Los muy desinteresados dirigentes se preocuparán más de cómo mantener sus intereses y su integridad que de las nuevas tareas.
Y aunque tal vez estuvieron realmente dispuestos a morir por el “máximo líder”, no lo harían por un “mínimo líder” ni por nadie más. Ya que, por definición oficial, no hay ningún “sucesor digno” para el Comandante en Jefe, ya no hay que morir por nadie.
Ni matar por nadie. ¿O sí? ¿Lanzar los tanques a la calle, que no se irían a detener ante suicidas con las florecitas en la mano, si es que aparecen, intentando detenerlos pacíficamente?
Puede pesar en las mentes de quienes den la orden un sentido de responsabilidad o un criterio cavernícola, el interés de la nación o la locura, la ceguera irracional o el instinto de supervivencia: es posible que todo sea como en Tien An Men, pero también como en Bucarest, con tanques de ambos lados.
No hay demasiado tiempo para decidir.
Los tanques desde Managua moviéndose hacia Ciudad de La Habana, las baterías antitanque cerrando los caminos hacia La Habana, los Migs despegando de San Antonio para golpear ¿a quien?, las tropas especiales desplegándose en las afueras de la ciudad, ¿mirando hacia donde?
Es un escenario posible. Terrible. Fatal. Sería el verdadero legado del Comandante en Jefe al pueblo cubano tras casi medio siglo de poder absoluto. Algunos no lo temen, y quizás hasta lo desean. Muchos no lo desean, pero le temen.
Quedan también aquellos que ni lo desean ni le temen. Esos, ¿sabrán imponerse? ¿Podrán? Además de la férrea voluntad para impedirlo, ¿tendrán los argumentos y los recursos para lograrlo?
Estas preguntas no son realmente ni difíciles ni complejas. Todos se las plantean. Sin embargo, las respuestas a estas preguntas sí lo son. ¡Y de que manera!
El resto de este análisis tratará, modestamente, de contribuir al debate y el análisis de este caos. Confiemos en que a todos los cubanos, dentro y fuera del país, nos quede tiempo suficiente para desenredar la madeja.
Porque ahora mismo intentamos solamente agarrar el extremo de este ovillo, mientras estamos en el laberinto, y el Minotauro anda suelto.
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Es toda esta amalgama de dirigentes históricos, de generaciones intermedias y pinos nuevos, jefes, directivos y funcionarios del gobierno central y los locales, toda la administración pública, burócratas, directores empresariales, y administradores de la producción, la economía y los servicios, habituados ya a esa perenne ingerencia, la que va a despertar un día en que el Comandante ya no esté, con su presencia constante y totalizadora, además de totalitaria, y al no estar el gran jefe y a la vez gran patriarca de todo y de todos, nadie va a saber lo que debe hacer.
Si hasta ahora, a pesar del caos y el desorden, podían sobrevivir a base de “fidelidad” y de seguir la línea, la onda, cuando ya no esté el gran guía de todos y para todo, se van a mirar unos a otros, confusos y ansiosos, preguntándose qué hacer.
Es cuando las llamadas a los superiores no reciben respuesta, porque todo el mundo ya está en eso mismo, llamando a sus respectivos superiores, que a su vez no responden.
Y como todos son ateos, al menos oficialmente, para cumplir los requisitos de “idoneidad” que establece el partido, pueden subir de niveles hasta un punto, pues no vale llamar al cielo.
Y en el punto máximo a que pueden subir estos cuadros fuera ya de sus marcos a esa hora, habrá preocupaciones y ansiedad, pues nadie quiere atreverse a dar las órdenes hasta que no esté muy claro quienes pueden hacerlo y quienes no, y a quien darle órdenes y a quien no.
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La sucesión diseñada por el tirano, como todos sus proyectos, no le sobrevivirá por mucho tiempo: aunque su cadáver no será arrastrado por las calles, su herencia maldita se disolverá, como su recuerdo, con el paso de los tiempos.
Esa caricaturesca farsa sucesiva con líderes mediocres a cargo de un país en ruinas, una ideología en bancarrota, y amistades demasiado peligrosas, con la nación dividida, empobrecida y sojuzgada, sin ilusiones ni proyectos, no puede durar mucho.
De esa sucesión que no puede mantenerse dentro los macabros designios de Fidel Castro contra los cubanos dependerá si la nación se hunde definitivamente para siempre en el siglo XXI.
O si comienza a realizar un proceso de aperturas y reformas que terminará, sin remedio, en una transición hacia la democracia y el surgimiento de un estado de derecho pleno y de una amplia y verdadera república, donde quepan todos los cubanos libres.
Y, además, donde procesos electorales abiertos y justos hagan innecesarias las sucesiones y los comandantes en jefe.
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