JOSÉ MARTÍ: UN POETA CON LOS PIES EN LA TIERRA || DE JOSÉ MARTÍ A LA REALIDAD
Por Pedro Pablo Arencibia Cardoso
En su testamento político, la carta a Manuel Mercado pocas horas antes de morir, Martí planteó algo que parece descabellado si lo entendemos como una confrontación entre Cuba y los Estados Unidos: que Cuba pudiera evitar que los Estados Unidos se extendieran ¨con esa fuerza más¨ por las Antillas. Martí en esa carta en ningún momento se refiere a una confrontación de Cuba con los Estados Unidos, pues él no estaba fuera de la realidad y conocía perfectamente la correlación de fuerzas, pero más importante, fundamental y decisivo que lo anterior, es que Martí era un hombre de paz y no de guerra. Para Martí, solamente la instauración de un ejemplar modelo republicano cubano podía servir de alternativa a los países antillanos para evitar la tentación que provocaba incorporarse al modelo y sistema de los Estados Unidos; tentación en la que cayeron muchos cubanos antes y durante los primeros años de la Guerra Grande (iniciada en 1868) y que se prolongó de manera decreciente hasta esos años de finales del siglo XIX; Santo Domingo fue otro país que quiso ser anexado. Esa oportunidad, según Martí, no la desperdiciarían los Estados Unidos. En la carta a Federico Henríquez y Carvajal del 25 de marzo de 1895 ya había expresado esos objetivos.
¨… Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo...¨ (Tomo 4, 111)
Un modelo republicano, profundamente democrático y de culto a la dignidad plena del hombre, que no tuviera los defectos del modelo estadounidense, podía ser un modelo alternativo para Hispanoamérica, donde las dictaduras y los caudillos, como en ese momento Porfirio Díaz, se habían enseñoreado y se enseñoreaban sobre sus pueblos.
Volviendo a la posición antianexionista de Martí deseo añadir que una de las objeciones o argumentos martianos en contra de la anexión de nuestra América (¨ la del perro de presa¨) por la otra (¨la del arado¨, la anglosajona) era el desprecio que los muchos habitantes del Norte tenían por sus vecinos latinos; hasta con respecto al independentismo, ese desprecio, tenía su importancia: Martí alertó a los cubanos de la época que había que ganarse el respeto del vecino, sin cuya simpatía era imposible alcanzar la independencia, y mucho menos mantenerla.
Sobre el desprecio particular de los norteamericanos hacia los cubanos, se lee lo siguiente en el periódico Patria, órgano oficial del Partido Revolucionario Cubano, periódico fundado por José Martí, Delegado de dicho partido.
¨Los americanos, dijo, no deben juzgar los esfuerzos de Cuba desde el punto de vista de hoy. Ellos parecen desdeñar a Cuba porque Cuba no hizo lo que ellos hicieron hace un siglo, pero las colonias americanas tenían tres siglos de vida cuando arrojaron el yugo inglés, y Cuba solamente ha vivido cincuenta años en la cultura. Diez años de ellos gastados en una guerra infructuosa por la libertad. Pónganse los americanos en el lugar de sus antepasados, en 1776, y ellos comprenderán lo desigual de la lucha. La diferencia del idioma ha sido la causa de tantos errores acerca de la causa cubana. Es injusto que un país que ha vivido trescientos años desdeñe a la colonia militar de cincuenta años ¨ (Tomo 4, 333)
Y en otra parte de ese artículo se lee:
¨ El Delegado analizó concienzudamente, las diferencias de composición, carácter, sociedad, gobierno y tendencias de España y Cuba; demostró que Cuba es superior a España en civilización, en ideas de gobierno, en riqueza, y que no puede esperarse que una metrópoli que no sabe ni puede resolver sus propios problemas resuelva los de su colonia; explicó el por qué del fracaso de los autonomistas, y dijo que la recompensa que había recibido era ver los impuestos doblados, y los derechos desconocidos; expuso con claridad las razones por qué ni a este país ni a Cuba convenía la anexión, y sí la amistad y comercio entre las dos repúblicas.¨ (Tomo 4, 333-334)
Ya al inicio de esa carta había expresado: “La tolerancia en la paz es tan grandiosa como el heroísmo en la guerra.” (Tomo 10, 459)
La lucha por los derechos civiles de los negros del Sur de los Estados Unidos en la década de los años 60s del siglo pasado nos dice que habían algunas influencias norteamericanas ( los cubanos en nuestra Cultura no usamos la palabra GRINGO y yo en particular la rechazo ) que no deberíamos hacer nuestra. En la anterior República existió cierto racismo que fue decreciendo con los años, y aún hoy ha seguido existiendo solapadamente. pero nunca llegó a lo que ocurría en el Sur de los Estados Unidos.
El artículo mencionado al inicio no se parece a los que Andrés Reynaldo nos tiene acostumbrado, aunque es cierto que no es la primera vez que arremete contra el Apóstol de la Independencia cubana; quizás eso se deba a la singularidad de este momento en la tragedia cubana.
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De Martí a la realidad
Por Andrés Reynaldo
Tarde o temprano, Cuba tendrá que afrontar sus relaciones con Estados Unidos. Para empezar, las elites políticas e intelectuales de la isla deben tomar responsabilidad de nuestro destino y cesar de definir los valores autóctonos en una simplificadora oposición al Norte. Se puede ser nacionalista, antiimperialista y soberano sin sacrificio de una conciencia autocrítica que nos permita vernos tal cual somos y, sobre todo, comprender que nadie tiene que pedirnos disculpas por que seamos así.
Dicho con vulgar claridad: los americanos no tienen la culpa de nuestros problemas. José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de la influencia gringa sobre el resto de nuestros países. Esa sola tesis, a mi modesto juicio, lo sitúa en la tradición del mesianismo latinoamericano que impone a nuestros pueblos el saldo de un ego insatisfecho con las circunstancias de su nacimiento. No se puede ser Napoleón (ni siquiera Bolívar) si uno nace en el barrio de Jesús María. Martí perdió, eso sí, la ocasión de ser un coherente pensador que dotara a su pueblo de un legado capaz de encaminarlo a través de la historia con una saludable percepción de sus posibilidades y una enriquecedora noción de su identidad. La pompa de las frases, su efímero estallido en un cielito de teatro bufo, triunfó sobre el sentido común y el deber a la verdad.
No es de extrañar entonces que Fidel Castro haya querido alguna vez producir mejores quesos que los suizos y que su plan de desarrollo eléctrico se anuncie como la solución a los problemas energéticos de la humanidad. Conste que me opongo a cualquier modalidad de embargo que no lleve la legalizada y transitoria impronta de la comunidad internacional. Pero sin una artificial, costosa y alienante plataforma antinorteamericana, el castrismo nunca hubiera podido instrumentar su supervivencia, desde la sumisión a la órbita soviética hasta el estrangulamiento de una poderosa clase media. Como delirante contrapartida, tenemos a un exilio que no ha conseguido derrotar a la dictadura, según se dice con las comisuras embarradas de pastelito de guayaba, porque Washington le ha atado las manos.
Un observador imparcial está llamado a sacar dolorosas conclusiones sobre una isla que hace cien años quería ponerle el pie en la puerta a la primera de las potencias mundiales y hoy ha terminado como una mendicante colonia venezolana. Nuestra nación se halla en el alba de uno de sus momentos fundacionales. No sabemos cuál será el desenlace. Sin embargo, cabe asegurar que ocurrirá a 90 millas de la Florida. Durante casi medio siglo nos hemos privado de los cercanos beneficios del mercado y la tecnología de nuestro poderoso vecino, sin habernos puesto a salvo del peligro de la dependencia. A la república mediatizada, por decirlo con el lenguaje del castrismo, hemos opuesto la república en ruinas.
Cegados por el ramplón, desfasado y autodestructivo antinorteamericanismo de José Martí y Fidel Castro podríamos perder la ocasión de reinventar nuestras relaciones con Estados Unidos, a partir de una amplia conciencia de las ventajas y los peligros que incuba el futuro. Y aquí llego al punto central de esta nota: necesitamos vivir en paz, respeto y plena apertura económica y diplomática con los americanos sin exponernos a ser arrastrados por la acelerada dinámica plutocrática que está minando los valores democráticos y, de hecho, la prosperidad y liderazgo de esta nación. Pero esto sólo será posible si nos aferramos, con dientes y uñas, a la estricta realidad.
Nuestra condición de tierra arrasada nos permite asumir un modesto pero esperanzador punto de partida. Ni ellos son tan malos, ni nosotros tan buenos. Y viceversa. Por supuesto, hay que tomar sus precauciones, porque ellos nunca nos van a tratar mejor de lo que se tratan a sí mismos. Y se tratan cada día peor.
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