ANA MATA EN LA HABANA
El Nuevo Herald.com
Ana mata en La Habana
Por Raúl Rivero

Esos frankensteines criollos no se pueden identificar con facilidad. Hacen su vida mediocre y controlada en aquella cotidianeidad planeada por otros laboratorios del partido y, por lo tanto, nada más que muestran su faceta criminal cuando los doctores los llevan a situaciones especiales y se les somete a tensiones extremas.
Los escenarios naturales para verlos, fotografiarlos y entrevistarlos (padecen de flujos verbales en los medios) son, por ejemplo, los mítines de repudio, las escaramuzas de las brigadas de respuesta rápida,

Esta semana, durante un episodio de fuerza organizado contra una pacífica y silenciosa marcha de opositores en el Vedado por el Día de los Derechos Humanos, se volvió a ver en acción, se sintió otra vez la presencia demoledora y radical de ese embutido leninista que el gobierno estimula con ollas chinas y pasteles de harina de boniato los 28 de septiembre.
Esta vez apareció como mujer. Ana, palíndromo, de 42 años, combativa, rabiosa, implacable frente al enemigo en minoría y desarmado. Dura con los puños y con la palabra. ``Tenemos que caerles a golpes --le dijo a un corresponsal extranjero--, matarlos, asesinarlos a todos, así es como hay que hacer; a los malos hay que tratarlos así...''
Aparte de la noción elemental de los buenos y los malos, un esquema que prodiga la propaganda castrista y estabilizan los guiones de las telenovelas, lo dramático es la firme inclinación al crimen, a la eliminación física del adversario que enturbia el camino hacia la felicidad y la abundancia que llevan medio siglo ahí mismo, al doblar de la esquina, al cantío de un gallo.
Ana me remitió enseguida a los años iniciales de la década de los noventa cuando a la poeta y escritora María Elena Cruz Varela, en la barriada de Alamar, trataron de hacerle comer unos papeles mientras una señora, también saturada de ira y odio como Ana, gritaba: ``¡Que le sangre la boca, coño, que le sangre!''
Hace pocos meses, en Ciego de Avila, se vio otro ejemplar. Un caso más patético y comprometido: un niño. Una tropa enardecida insultaba al abogado y líder opositor Juan Carlos González Leyva y asediaba su residencia en la capital provincial. De pronto, entre las voces roncas que denigraban al hombre solitario e indefenso, surgió la de un muchacho que dijo en un tono tajante y reflexivo: ``Si lo cojo, lo mato''.
Con estos personajes en la vía se llena de retenciones y nudos cualquier avenida. Se envenena aún más la atmósfera que ya está contaminada. Los hombres, las mujeres y los niños nuevos, que salen siempre contraídos y deformes en las fotos, propagan una clase de sentimientos personales que suelen tener empalmes con la venganza.
Para empezar a darle claridad a aquella isla hay que abrir las celdas de los presos políticos y, entre cosas, retener en sus guaridas a estos enfermos hasta que la democracia, la libertad, la vida misma les pueda regalar una vacuna.
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