jueves, enero 11, 2007

LA FELICIDAD POLÍTICA

Nota del Blogguista
El filósofo, ensayista y profesor Emilio Ichikawa Morín, como millones de cubanos de dentro y fuera de Cuba, padece de la incredulidad, la falta de confianza, la desesperanza y las excesivas suspicasias que genera el desengaño causado por una persona, o proyecto, en el que en determinado momento de la vida se depositó insensatamente los mejores sueños y anhelos. Ahora el profesor Ichikawa, como la persona enamorada que conoce que todo el tiempo fue engañada, duda y desconfía de todos y de todo.
No obstante, esa situación anterior nos puede resultar, en cierta medida, beneficiosa como pueblo: Nos enseña que debemos de establecer sólidas y funcionales instituciones democráticas que garantizen el mejor porvenir para nuestra Patria y no abandonarnos nunca más en los brazos de un caudillo supuestamente iluminado o en un proyecto o entelequia que le sirva de ¨parabán¨.
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La felicidad política

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El problema no es la política de Castro, sino la política cubana en sí. Cuba se ha malogrado como entidad política.
jueves 11 de enero de 2007 6:00:00
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Por Emilio Ichikawa Morín,
Miami

Contrariamente a lo que se cree, la filosofía no debe sus avances disciplinarios sólo al manejo de conceptos, definiciones o axiomas precisos, sino también a intuiciones, anécdotas o simples nociones.
Las "nociones" ayudan al avance del razonamiento; no son estacionarias como las definiciones y, una vez que se avista la conclusión, se las puede despachar sin remordimientos lógicos.
Hay una vieja leyenda en torno a San Agustín que demuestra la altura epistémica en que tenía a las nociones. Se trata, como imaginarán, de su relajada respuesta en torno a la definición del tiempo: "Cuando no me lo preguntan, lo sé; cuando me lo preguntan, pues ya no lo sé". La noción tiene, pues, la fuerza de lo obvio. Es como una evidencia: convincente e indemostrable.
Entonces por ahora, ya que no concepto, cada día se me torna más importante, para pensar el tema cubano, la "noción" de "felicidad política" o, quizás mejor, de "felicidad en la política".
Confieso que la misma es parcialmente deudora de aquella otra (noción) de "felicidad doméstica" que diseñó con urgencia Gabriel García Márquez, cuando comprendió que el castrismo era ya indefendible al abrigo de la categoría "nivel de vida", de la sociología cuantitativa, o de aquella otra de "calidad de vida", que el materialismo histórico había inventado para contrarrestar las perniciosas evidencias económicas de la primera.
"Felicidad doméstica" permitía adecentar teóricamente el argumento de que bajo el castrismo, aunque tanto el nivel como la calidad de la vida eran un desastre, los cubanos la pasaban bastante bien.
Posibilidades clausuradas
Correlativamente, la noción de "felicidad política" (en la política) desea significar la existencia, real o imaginaria, de ciertas satisfacciones en ese ámbito. Creo que es interesante negativamente; es decir, para ayudar a comprender que las posibilidades de ser feliz en referencia a lo político han quedado clausuradas en la historia cubana, al menos en el contexto de una razonable consideración temporal.
Medio siglo de desgobierno totalitario, que a su vez no se puede registrar sin sumarle una prehistoria propiciadora bastante extensa también, no transcurre impunemente. El lodo de todo ese polvo es la imposibilidad de Cuba como nación políticamente feliz.
Desde el punto de vista del pensamiento político fundacional de Norteamérica, una carta constitucional para una nueva Cuba quedaría filosóficamente vetada por la propia imposibilidad de imaginar siquiera una política feliz.
No es que Cuba no tenga futuro, ni que no pueda albergar varias dimensiones de lo feliz, lo que advierto es que esa felicidad no vendrá de la política y, en consecuencia, tampoco de sus líderes.
El liderato político cubano tiene tres fuentes visibles:

-La nomenclatura castrista.
-La disidencia, oposición o heterodoxia interna.
-Las organizaciones políticas del exilio.

Confieso que no me entusiasman ninguna de las personalidades que destacan en esos tres bloques; particularmente Raúl Castro, que, como es evidente, se trata de un desove del primer grupo.
Si bien los líderes del exilio me resultan tan familiares que no puedo tener de ellos la distancia necesaria en las admiraciones políticas, los que despuntan "dentro" padecen de esa soberbia tan ordinaria que puede observarse en los seres que creen tener una ventaja moral; en esta caso, la de haberse "quedado".
En el caso específico del funcionariado de la Isla, sus cabecillas me huelen intensamente a pasado. Los líderes de la oposición y disidencia interna tampoco me fascinan, y a los que admiro de veras, como el doctor Oscar Elías Biscet, se me aparecen más como figuras morales que como políticos fundadores.
Política de la urgencia
No debe asombrar entonces que Fidel Castro haya dejado un hermano en el poder, ni que ese hermano trate de ungir a su hija o su pariente. No se trata de una sucesión exitosa o de "la última victoria de Castro", sino de inercia, marasmo, estancamiento rutinario en una política que ya ha dado todo lo que puede dar de sí.
Me parece pertinente interponer un distanciamiento, un sano escepticismo en algunas interpretaciones utópicas de la presencia de Raúl Castro en el poder. A esta altura, el problema no es la política de Castro, sino la política misma, la política cubana en sí.
Cuando se ponga a pensar y concluya que no hay salida política, que el dominó está trancado, no es que usted es tonto o carezca de luz larga: se trata de que esa es la verdad, de que Cuba como entidad política se ha malogrado efectivamente. ¿Por cuánto tiempo? Pues, por todo el tiempo que una persona sana puede considerar.
Esa falta de tiempo es lo que llevó en el siglo XIX a concebir políticas anexionistas o tácticas migratorias que imprimieran velocidad a lo que una ilustración perezosa no podía conseguir sino en décadas, siglos. Es la urgencia lo que hace racional el exilio y la emigración, utopías instantáneas del sentido común que equivalen, en perspectiva micro, a un anexionismo del cuerpo.
Los norteamericanos temen una avalancha migratoria a las costas de la Florida, porque en su manera de ver las cosas, en su forma pragmática de imaginar el futuro de la Isla, como si ellos mismos fueran cubanos, lo único que les parece sensato es un viaje en el sentido de la prosperidad.
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Nota: Entre las crecientes interpretaciones del "raulismo" sugiero evaluar el artículo Castro's Last Victory, de Julia Sweig, aparecido en el último número de la revista Foreing Affaires (January-February, 2007, pp. 39-56). En verdad, estas glosas han sido escritas para estimular la lectura de ese texto.