INTERACCIÓN ENTRE DEMOCRACIA Y ECONOMIA ( I )
INTERACCIÓN ENTRE DEMOCRACIA Y ECONOMIA ( I )
Dr. Jorge Sanguinetty, Miami
Dos Conceptos de Economía
Generalmente cuando nos enfrentamos a la palabra economía la relacionamos con ese aspecto de la actividad humana que tiene que ver con la producción, el dinero, el empleo o la prosperidad o pobreza material de las personas. Y eso es lo correcto. La economía es el conjunto de actividades de una sociedad que está intrínsecamente relacionado con la necesidad de producir para subsistir, desde lo más básico y rudimentario como los alimentos, la vestimenta y la vivienda, hasta lo que sin ser indispensable para la subsistencia está representado por bienes y servicios que permiten alcanzar un nivel más elevado de comodidad, bienestar y progreso humano. En este aspecto, la disciplina que llamamos economía se dedica a estudiar la actividad económica de las sociedades. Para que los ciudadanos de un país moderno puedan evaluar la evolución de la sociedad a la que pertenecen es necesario saber si los niveles de producción, el consumo, los precios, el empleo y muchos otros indicadores de la actividad económica han aumentado, disminuido o han permanecido igual. Y para que tales evaluaciones sean precisas es necesario que haya libertad para producir y también distribuir la información entre la población. Los economistas se encargan de estudiar estos indicadores para proveer a los ciudadanos, gobiernos, empresas y demás organizaciones de la sociedad con la información necesaria para tomar las decisiones que necesitan. Estos profesionales, al igual que otros, deben tener suficiente libertad para evaluar la información y derivar de ella las implicaciones que estimen adecuadas.
Pero la economía como disciplina no se limita a contemplar y evaluar la evolución de las economías. También se dedica a recomendar acciones o medidas para saber cómo manejar o influenciar la actividad económica de un país y enfrentar los problemas que se presenten. Por supuesto, que este ejercicio también requiere libertades ciudadanas para poder examinar las diversas opiniones que se ofrecen cuando hay problemas e identificar las decisiones más aconsejables y que mejor sirvan en el interés de los ciudadanos. En este primer aspecto de la economía, discutiremos una serie de relaciones entre la misma y lo que entendemos por democracia. Por ejemplo, nos interesa saber cómo la organización democrática de las sociedades puede afectar el bienestar de los ciudadanos a través de la economía. A la inversa, también nos interesa saber si el progreso económico, o el atraso, afecta el desarrollo democrático de las naciones. Sobre estas cuestiones hablaremos en esta monografía.
Pero aquí hay un segundo aspecto de la economía como disciplina que es pertinente y que se basa en la aplicación del análisis económico a la existencia en sí de la democracia, independientemente de su relación con “la economía” en el sentido en que nos referíamos en los dos párrafos anteriores. O sea, la economía es también la ciencia que estudia las maneras en que las personas toman sus decisiones, si esas decisiones son eficaces o no, y si se llevan a cabo eficientemente. La economía es la ciencia que estudia las opciones a las que se enfrentan los seres humanos, individual o colectivamente e incluye las opciones políticas. Mientras más opciones tienen los individuos, más libertades tienen. De hecho, el conjunto de opciones de cada persona mide su libertad.
Pero por otra parte, las opciones vienen acompañadas de restricciones, como veremos más adelante y el análisis económico también estudia la naturaleza de las restricciones que acaban acotando sus respectivos conjuntos de opciones. Estos conceptos los aplicaremos al estudio de los incentivos que los miembros de una sociedad tienen para organizarse democráticamente y las restricciones dentro de las cuales tienen que operar. Esto nos lleva a aplicar la economía en un contexto multidisciplinario. Después de todo, la realidad de la evolución de las sociedades no reconoce la división del conocimiento en disciplinas y cuando estudiamos las relaciones entre democracia y economía es necesario hacerlo en el contexto amplio de las ciencias sociales.
Al mismo tiempo, nos interesa saber cuáles son los obstáculos y los costos de la organización democrática. La aplicación del análisis económico incluye el estudio y la evaluación de las ventajas y las desventajas, los costos y los beneficios de cualquier actividad humana, de nuevo, individual o colectiva. Para promover la organización democrática de las sociedades no debemos limitarnos a predicar los valores democráticos sino que tenemos que ir un paso más allá y ver por qué unos países consiguen organizarse en forma de democracia y otros sólo llegan a organizarse de maneras autoritarias, totalitarias o simplemente muy centralizadas con pocos grados de libertad para sus ciudadanos. En este aspecto nos interesa en particular estudiar los incentivos individuales que los miembros de una sociedad tienen para creer o no y para apoyar o no la organización democrática de la sociedad donde vive.
Pero además de saber por qué la democracia existe en unos países y en otros no, por qué incluso es más fuerte en unos países que en otros, es importante saber definir e implantar estrategias que logren la promoción y el fortalecimiento democrático en el mundo. Al decir esto partimos de la hipótesis de que en un mundo donde impere la democracia, donde el interés de los ciudadanos de cada país sea primordial y por lo tanto en que los países no estén sujetos a los vaivenes caprichosos de los dictadores sería un mundo más seguro y pacífico y con más oportunidades de ser también un mundo más próspero y justo. A continuación, nos enfocaremos primero en este último aspecto de lo económico en la sociedad, o sea, cómo promover la democracia eficazmente, para tener después una mejor comprensión del concepto tradicional de la economía y cómo se complementa con la democracia.
¿Por qué democracia?
Para una persona como yo, que se ha dedicado a estudiar las formas de organización política y económica de muchos países, la respuesta al título de esta sección es obvia: porque la democracia ayuda a las personas a alcanzar un nivel de bienestar mayor que el de las personas que viven sin democracia. De hecho la evidencia que respalda y demuestra esta afirmación es abrumadora e incontrovertible, tal como está plasmada en innumerables estudios independientes. Por ejemplo, el Indice de Libertad Económica que publica cada año el Wall Street Journal conjuntamente con la Heritage Foundation demuestra la elevada correlación entre libertad y prosperidad. Así y todo, lo que es muy claro para mí y para muchos otros, especialmente los que tenemos el privilegio de vivir en una democracia (y que además hemos vivido bajo dictaduras y podemos comparar), no tiene que ser obvio para otros. Si las ventajas de la democracia fueran lógicas para todas las personas, habría más países organizados democráticamente y sabemos que éste no es el caso. Predicarle a otros, especialmente a extraños o personas de otros países y culturas, por qué la democracia es buena para los que vivimos en ella generalmente no es una estrategia convincente ni eficaz.
Por lo tanto, si lo que deseamos es explicar a otras personas las ventajas de los regímenes democráticos debemos hacerlo reconociendo el trasfondo social y político en que lo hacemos, y definiendo estrategias expositivas que tengan en cuenta las características de la audiencia, su cultura, sus creencias y hasta sus prejuicios. Es importante definir una estrategia expositiva que realmente demuestre y convenza sobre las ventajas netas de la democracia para diversas audiencias, desde los que viven en una democracia hasta los que no la disfrutan y cómo las ventajas pueden ser los suficientemente grandes como para compensar con creces los costos del desarrollo o instalación de esa democracia.
Generalmente los que nacen y se educan en una democracia tienden a darla por sentado, como una cosa natural y posiblemente no comprenden o nunca se han detenido a reflexionar por qué ellos viven en un país democrático, mientras que otras personas viven en países no democráticos con grandes limitaciones a sus libertades individuales. Incluso aquéllos que hemos vivido parte de nuestras vidas bajo regímenes dictatoriales no siempre tenemos una comprensión cabal de los requisitos que una sociedad debe llenar para organizarse y funcionar democráticamente. Tengamos presente también que desde su aparición en la historia, los seres humanos no vivieron en sociedades organizadas democráticamente, sino que vivieron mucho tiempo en formas primitivas de organización y gobierno mucho antes de que algunas sociedades se organizaran de maneras más avanzadas. Esto significa que de algún modo las sociedades deben llegar a una forma democrática de organización después de vencer las fuerzas que la llevan a formas inferiores de organización política. Esa transición es difícil y costosa por regla general y depende mucho de la decisión consciente de una masa crítica de los miembros de cada sociedad.
Para facilitar ese proceso y para que otros comprendan por qué la democracia es preferible a la dictadura debemos adentrarnos en lo que es en esencia “democracia” y cómo la misma puede contribuir de diversas maneras a lograr un mayor bienestar para los ciudadanos de cualquier país. La palabra democracia significa el gobierno del pueblo y en la práctica constituye una forma de organización de las sociedades por medio de la cual los ciudadanos pueden elegir a sus gobernantes. Muy íntimamente ligado al concepto de democracia está el concepto de libertad. Para demostrar las ventajas universales de la democracia deberemos tratar ambos conceptos conjuntamente. De acuerdo con el filósofo inglés John Stuart Mill, hubo una época en que el concepto de libertad se definía como la posibilidad de elegir a los gobernantes. Incluso antes de que surgiera el concepto moderno de democracia, en la Inglaterra del rey Juan sin Tierra en el Siglo XIII, cuando se comenzaban a dar las condiciones que hicieron nacer Magna CartaSin, el concepto de libertad se asociaba con ciertos privilegios económicos que incluía los derechos a la propiedad privada.
La concepción moderna de democracia va mucho más allá de la libertad de elegir; incluye la libertad de evaluar la gestión de un gobernante y muchas otras libertades que no están ligadas directamente con la elección de los gobernantes, como discutiremos a continuación. Sin esas otras libertades individuales, la libertad de elección de los gobernantes es muy limitada y estaría muy lejos de ayudar a garantizar el bienestar de los ciudadanos. De hecho, el ciudadano utiliza las ventajas de la democracia mediante el ejercicio de sus libertades. Por lo tanto pasaremos a explicar el ámbito de las libertades individuales, cómo las mismas pueden contribuir a la organización democrática de las sociedades y qué incentivos tendrían los ciudadanos de cualquier país para coadyuvar a que sus sociedades desarrollen o mantengan regímenes democráticos.
Las Formas de Libertad Individual
Cuando hablamos de la libertad en singular sólo podemos hacerlo en abstracto, en términos teóricos. En la práctica existen muchas formas de libertad; de ahí que las formas de libertad individual son infinitas. Así podemos hablar de la libertad de movimiento, de la selección de los alimentos que deseamos, la ropa que vamos a vestir, cuándo nos vamos a asear, lo que vamos a leer o hacer con nuestro tiempo, etc. Para cada forma de libertad que podamos imaginar existe también una o varias restricciones. Por ejemplo, la libertad de comprar lo que deseamos está sujeta a la restricción de nuestro presupuesto, que a su vez está determinado por nuestros ingresos, lo que tenemos ahorrado y lo que podemos obtener a crédito. Otro ejemplo de libertad y de restricciones es la de movimiento, el cual está restringido también por nuestros ingresos, pues se necesita dinero para viajar lejos. Además estamos restringidos por los derechos de otros ciudadanos, o sea, no tenemos la libertad de penetrar en la vivienda de otros ciudadanos a nuestro antojo, ni podemos atropellar a otro ciudadano sin tener que enfrentar el peso de las leyes. Un tercer ejemplo de libertad con sus correspondientes restricciones es la libertad de trabajar donde uno lo desee, lo cual está restringido por varios factores como la disponibilidad del trabajo, las calificaciones requeridas para un trabajo dado y posiblemente la distancia del trabajo si estuviese disponible.
Pero cualesquiera que sean las libertades y sus restricciones, estas últimas pueden ser mayores cuando son impuestas por la sociedad o el gobierno. Por ejemplo, en una sociedad en que se discrimina contra ciertos grupos étnicos, religiosos, políticos, o por género, el ciudadano puede encontrar mayores restricciones a su libertad individual. Un caso en donde no todos los ciudadanos tienen las mismas libertades ocurre en sociedades donde es permitido tener esclavos. Otro ejemplo es cuando hay un gobierno autoritario que restringe las opciones de los ciudadanos o de ciertos ciudadanos. Un ejemplo más es cuando existe racionamiento de los bienes de consumo y los ciudadanos no tienen la opción de comprar lo que quieren aun cuando tengan el ingreso para hacerlo, o cuando el gobierno monopoliza las actividades comerciales o educativas de un país y los ciudadanos no tienen opciones alternativas.
Estos sencillos ejemplos nos sirven para dar una idea del amplio rango de las libertades y de los grados variables de libertad que pueden tener los ciudadanos y de las muchas formas de restricciones que limitan el ejercicio de esas libertades. Pero antes de pasar a examinar las diversas restricciones a las libertades de los ciudadanos hay que destacar que la democracia es una forma de organizar una sociedad para garantizar las libertades individuales mediante la participación activa y efectiva de los ciudadanos en los procesos políticos. En otras palabras, la democracia es una forma organizada de la libertad, tanto en sus aspectos políticos como económicos. De hecho, si no existen suficientes libertades políticas, como poder elegir a los gobernantes, las libertades económicas que puedan existir serán precarias. Este es el caso de la China actual. Por otro lado, si sólo existen libertades políticas, las mismas serán muy limitadas si no hay libertades económicas. Entonces podemos afirmar que lo más deseable es que todos los ciudadanos gocen por igual de las mismas libertades, siempre que la organización de la sociedad que las garantice imponga ciertas restricciones en el ejercicio de la libertad. Tales restricciones son las que protegen a cada ciudadano de los abusos de oros ciudadanos y las que protegen a las minorías de la dictadura de una mayoría. En última instancia, también separan la libertad del libertinaje y la civilización de la barbarie, para utilizar las palabras del ilustre argentino Domingo Faustino Sarmiento. Es en tal inteligencia que se diferencian las economías entre lo que algunos quieren llamar “capitalismo salvaje” o monopolista y de privilegios, de una economía competitiva de mercado que da a todos los ciudadanos amplias oportunidades para alcanzar una vida digna y próspera.
Ahora podemos pasar a discutir las restricciones agrupándolas en cuatro grandes categorías, a saber: a) las naturales, b) las legales, c) las económicas y d) las extraordinarias. Las naturales son las que se derivan de limitaciones físicas, monetarias, educativas, de tiempo o de una índole tal que es esperada, o vista como “normal” por la mayor parte de la sociedad. Por ejemplo, yo puedo tener la libertad de escribir, pero no lo puedo hacer en cualquier idioma. La libertad de comprar lo que yo quiera está limitada por el dinero que tenga. Nadie me impide tocar el piano, pero no sé cómo hacerlo. Del mismo modo, aunque hoy puedo viajar a Europa, no puedo hacerlo dentro de una hora. Las restricciones legales están dadas por los reglamentos que rigen toda organización social. Por ejemplo, aunque puedo viajar en automóvil, no puedo hacerlo desconociendo las señales de tráfico, y aunque tenga la libertad de expresión no puedo difamar libremente a otro ciudadano sin enfrentarme a las consecuencias. En tercer lugar, las restricciones extraordinarias, que pueden ser legales, son las impuestas por el gobierno o por ciertos grupos o instituciones discriminantes de una sociedad y que no se justificarían en un estado de derecho o en una sociedad plenamente democrática. Un ejemplo clásico son las restricciones a la libertad de expresión, de movimiento o de tener acceso a diversas formas de propiedad privada. Finalmente las restricciones económicas son aquéllas que surgen de las condiciones económicas predominantes en una sociedad en un momento dado y que determinan el mayor o menor rango de las oportunidades de empleo, ingreso e inversión en esa sociedad. Esto significa que aunque los ciudadanos sean libres de emplearse donde lo deseen de acuerdo a sus calificaciones, no pueden hacerlo fácilmente por la falta de empleos disponibles. Lo mismo se puede aplicar cuando a pesar de que existen amplias libertades de inversión o de generar ingresos, no aparecen las oportunidades debido a la coyuntura económica del país.
Esta última consideración es crítica para que cada ciudadano valore las libertades que tiene o no en función de lo que puede hacer con ellas. Aquí es importante tomar en consideración el simple hecho de que el ingreso y la riqueza de una persona son factores que amplían o restringen sus libertades, por lo que dentro de un mismo régimen de libertades individuales existirán desigualdades en la amplitud de las libertades de cada ciudadano. Si el ciudadano es un miembro pobre de la sociedad a la que pertenece, el alcance de sus libertades se ve limitado y puede que no las valore del mismo modo que aquellos ciudadanos de sociedades más ricas o de sus propios conciudadanos más privilegiados. Esta consideración es importante para evaluar las sociedades que ofrecen una expectativa de mejoramiento para las personas menos privilegiadas. Sin esa perspectiva los individuos de menos ingresos pueden tener perspectivas pesimistas en cuanto a su papel en la sociedad y por extensión, hacia el valor de las libertades individuales y de la democracia para ellos. En toda sociedad existen individuos que, por diversas razones, tienen poca confianza en ellos mismos y/o en la capacidad de otros ciudadanos o de la sociedad en su conjunto de brindar oportunidades para mejorar su nivel de vida con base en su propio esfuerzo. De ese modo desarrollan una gran dependencia de otras instituciones, el estado entre ellas, como el instrumento principal de su bienestar y el de sus familias. Estos individuos desesperanzados están dispuestos a sacrificar una buena parte de sus libertades a cambio de un falso sentido de seguridad, sin darse cuenta de que al renunciar a sus opciones están propiciando una organización paternalista del estado en el mejor de los casos, o una dictadura en el peor. Cuando la proporción de tales individuos es muy elevada en una democracia, la misma corre un grave peligro de inestabilidad y de autodestrucción, como vemos que sucede en muchos países.
Estas consideraciones son también necesarias para establecer el vínculo entre libertad y potencial de desarrollo económico y prosperidad. El ciudadano que tiene amplias libertades individuales que sabe y que puede utilizarlas podrá asimismo contribuir a la actividad económica y a su propio bienestar con mayor intensidad y eficacia que su contrapartida del país más pobre o del país donde hay menos libertad. Sin duda hay una causalidad circular entre libertad y prosperidad. Se necesita libertad para ser próspero, pero también se necesita prosperidad para ser libre. No olvidemos que, como discutimos arriba, una de las restricciones en el conjunto de opciones de los individuos es el ingreso y la riqueza de cada cual.
Hay muchos países en donde las libertades son parciales, donde por ejemplo, hay más libertades individuales en lo político, como aquéllas que permiten elegir y reemplazar gobernantes, pero en que no hay suficientes libertades en lo económico, como son las necesarias para montar un negocio con facilidad y a poco costo. Nótese que la asimetría en la existencia de libertades hace más profundas las desigualdades entre los individuos de una sociedad y su potencial para no sólo contribuir al desarrollo de la misma sino también para su propia prosperidad. Esto debilita la creencia de que los individuos más pobres pueden llegar a tener en su futuro la ventaja de un régimen social que le sirve a unos más que a otros.
Todas estas consideraciones nos llevan a concluir que si el conjunto de libertades existentes no son suficientes para que todos los miembros de una sociedad se sientan capaces de usar sus libertades individuales para garantizar un cierto nivel de vida y que si esta situación se debe a restricciones impuestas por el régimen político y económico del país, entonces la acción racional de los ciudadanos, especialmente los más pobres, es elegir gobiernos capaces de levantar las restricciones económicas que impiden su progreso. Pero, ¿tendrán los incentivos para intentar elegir a tales gobernantes? ¿Podrán identificar a aquellos conciudadanos con las competencias necesarias para gobernar y las agendas congruentes con los intereses de los electores? ¿Cómo se puede lograr que tales gobernantes lleguen al poder? Y si llegan al poder, ¿cómo se puede lograr que los gobernantes electos democráticamente cumplan las agendas prometidas o deseadas? ¿De qué factores depende que los ciudadanos, ejerciendo sus libertades individuales pero actuando colectivamente, logren estos objetivos? Estas cuestiones se hacen más difíciles de enfrentar en las sociedades totalitarias donde los grados de libertad de los ciudadanos están reducidos a una mínima expresión. Este problema lo trataremos de manera particular por separado, pues las estrategias de promoción de la democracia tienen obviamente que ser distintas a las que son factibles en sociedades donde hay más grados de libertad. Ahora nos concentraremos en cómo consolidar o desarrollar la democracia en aquellas sociedades en donde existe alguna medida de libertad individual. O sea que, aun cuando existan muchas restricciones a la libertad que llamamos extraordinarias, el ciudadano no está completamente impedido de expresar sus preferencias en materia de gobierno y de políticas públicas.
Si no se logra una distribución más equitativa en la distribución de libertades individuales, los miembros de una sociedad organizada democráticamente para elegir gobernantes libremente, pero que no ofrece las mismas oportunidades económicas para todos, pueden optar por soluciones radicales propuestas por líderes con agendas populistas y hasta antidemocráticas. Esto ya ha ocurrido en otros países y actualmente sucede en varios más.
La Factibilidad de la Democracia
Los estudios del economista Mancur Olson sobre las condiciones que afectan la organización y las acciones colectivas de los seres humanos son especialmente pertinentes en esta sección. Olson propuso y demostró, a contrapelo de creencias firmemente establecidas hasta entonces, que los grandes grupos de personas nunca llegan voluntariamente a acuerdos aunque dichos acuerdos sean para perseguir sus intereses. Los grupos pequeños son los que más fácilmente alcanzan acuerdos voluntariamente, pero los grupos grandes necesitan lo que el investigador denominó “incentivos selectivos”. Dichos incentivos estimulan o fuerzan a los miembros de esos grupos a actuar bajo una agenda común. Un ejemplo típico de tales incentivos radica en los sistemas tributarios. Voluntariamente no pagamos los impuestos, pero la existencia de una ley que nos penaliza por no pagarlos representa ese incentivo. Aceptamos que la ley nos fuerce a cumplir con la obligación fiscal sin la cual la organización del estado sería difícil, y hasta imposible.
Claramente la democracia es un resultado de alguna forma de acción colectiva. En estos términos podemos afirmar que la democracia es posible si existen los incentivos suficientes para organizarla o mantenerla. En este punto debemos detenernos y dividir el análisis en dos, por un lado la factibilidad de mantener una democracia existente y por otro la promoción de una democracia donde no existe. Es obvio que ambas situaciones son muy distintas. Los incentivos y otros factores que entran a jugar en cada caso son bien diferentes, aunque con elementos comunes. Discutiremos primero la posibilidad del mantenimiento y el posible desarrollo o consolidación de la democracia existente. Esto es esencial porque no debemos dar por sentado que una vez que una sociedad opera democráticamente, tal organización es permanentemente estable. La historia demuestra que ese no es el caso y el mundo está lleno de ejemplos de colapsos democráticos. En América Latina hemos visto muchos ejemplos; siendo el más reciente el de Cuba, mientras observamos los acontecimientos y tendencias de Venezuela y Bolivia.
Se puede postular que en toda sociedad hay dos grupos de fuerzas que operan en direcciones opuestas, una que favorece la democracia y otra que la desfavorece. Tales fuerzas tienen intensidades variables a lo largo del tiempo. En un cierto momento una de las fuerzas puede prevalecer sobre la otra y determinar un estado de organización de la sociedad por un cierto período. Vemos hoy en día la lucha de esas fuerzas en Venezuela y no sabemos cuál prevalecerá. En Cuba vimos en 1952 como las fuerzas dictatoriales pudieron dar al traste con la débil democracia existente y a pesar de que fue reemplazada por otro gobierno en nombre de la democracia, el engañoso proceso acabó prolongando e incluso fortaleciendo las tendencias en contra de la organización democrática en el país.
¿Qué factores componen estas fuerzas a favor y en contra de la democracia? Ambos grupos de fuerzas son el resultado de las acciones colectivas de dos grandes grupos de ciudadanos que a su vez se subdividen en subgrupos. Veamos los dos grandes grupos. El grupo que favorece la democracia lo hace porque ve más ventajas que desventajas y las mismas pueden estar relacionadas o no con la expectativa de las libertades individuales que existen en el contexto de la democracia. O sea, en general los miembros de este grupo tienden a creer que la democracia es importante porque garantiza las libertades individuales que necesitan para: a) elegir a los gobernantes que b) van a mantener o consolidar las libertades individuales. O sea, estos ciudadanos quieren democracia para elegir libremente a los gobernantes que garantizarán las libertades para ser reemplazados y elegir a otros, mientras disfrutan de libertades económicas. Es todo un círculo virtuoso de expectativas de libertad. Los incentivos que motivan las acciones colectivas para favorecer la democracia se basan en la expectativa de que la democracia sirve, por lo menos, para mantener las libertades existentes o mejorarlas. Sin tales incentivos, la acción colectiva se reduce a la inacción y la democracia sólo se mantendría por inercia. Nótese que en este análisis ligamos el deseo de ser libre y de vivir en democracia basado no en ideales abstractos románticamente postulados, sino en el interés personal y práctico de los ciudadanos.
En este punto debemos señalar que en el grupo de los que desean la democracia hay dos subgrupos importantes. Uno es el de los miembros más activos o líderes, que por razones ideológicas, patrióticas o por puros intereses personales favorecen las libertades y la democracia y están dispuestos a trabajar y luchar duro por ellas. El otro subgrupo consta de los seguidores que en mayor o menor medida también favorecen la democracia. Esta subdivisión cumple con la lógica de Olson de la acción colectiva de que la misma sólo puede llevarse a cabo, a favor de la democracia, si cuenta con un núcleo activista apoyado por una proporción elevada de ciudadanos.
Aquí entra en el análisis el segundo grupo de fuerzas, esto es, el que desfavorece la democracia. ¿Por qué razones, debemos preguntarnos, hay personas que se oponen a la democracia? ¿Qué incentivos tienen esas personas para debilitar una democracia existente, destruirla u organizar una sociedad bajo un régimen totalitario? Es muy ingenuo no identificar que en cualquier sociedad existen individuos con ambiciones, ideologías o agendas contrarias al imperio de las libertades civiles. También es muy ingenuo desconocer que tales fuerzas siempre existen. Debemos tenerlas en cuenta y enfrentarlas cuando se opongan a cualquier esfuerzo a favor de las libertades ciudadanas y a la democracia. Este grupo también consiste de dos subgrupos, de manera similar al grupo anterior, o sea, un subgrupo de activistas o líderes y un subgrupo de seguidores.
Si la democracia y las libertades concomitantes son tan buenas ¿por qué los miembros de ambos subgrupos se oponen a ellas? La respuesta es sencilla. No ven ventajas netas para ellos de la forma en que está organizada la sociedad. Pero ¿por qué? Las motivaciones pueden ser varias. Enfatizo las ventajas personales porque las personas tienden a actuar en función de sus intereses propios o, si se quiere, egoístas. Esto no quiere decir que no sean capaces de sacrificarse o tener gestos altruistas y de que algunos ciudadanos sean más desprendidos o generosos que otros. Sabemos de innumerables casos en que el ser humano es capaz de inmolarse por una idea, por su patria o por su religión, pero cuando se trata de explicar el comportamiento colectivo, el interés personal generalmente prevalece como la causa más poderosa.
La percepción de las desventajas netas en este grupo puede tener varias causas. Una de ellas es el estancamiento económico crónico de las personas. Especialmente en áreas de pobreza extrema que contrasta con la riqueza de unos cuantos, el ciudadano común, pobre y además con poca educación es un sujeto ideal para apoyar movimientos políticos que le prometen una vida mejor. No importa si el movimiento es engañoso o no, siempre y cuando genere las expectativas adecuadas será más fácil de apoyar. Estas generalmente son propuestas por los miembros del otro subgrupo, el de menor tamaño, el de los líderes o activistas. Estos pueden tener también diversas motivaciones. Una de especial consideración es la expectativa de obtener grandes ganancias personales, no sólo económicas sino también prestigio y poder, en caso de un vuelco de la sociedad hacia un gobierno centralizado.
Estos grupos se nutren de la desorganización o el caos aparente en las sociedades, cuando una gran masa ciudadana comienza a dudar de su propia capacidad para mantener el orden o mejorar la economía y acaban creyendo que la solución a los problemas que perciben requiere “una mano dura” o “un hombre fuerte”. Es entonces cuando aparece la figura del caudillo, no tanto porque unas sociedades producen caudillos y otras no, porque todas los generan, sino porque la falta de capacidad organizativa de la población genera la demanda por un caudillo y acaba creando las condiciones para su surgimiento. O sea, una condición preliminar para la factibilidad de la democracia es que una masa crítica de la sociedad tenga suficiente confianza en sí misma para montar las instituciones necesarias. Aquí se presenta tanto la posibilidad de un círculo virtuoso o uno vicioso. Si hay suficiente confianza en la democracia ésta puede desarrollarse, lo que retroalimentaría positivamente la confianza ciudadana al mismo tiempo que la refuerza. Si no hay suficiente confianza en la posibilidad de una democracia, como resultado de esto, se debilitarían las instituciones correspondientes, y habría una retroalimentación negativa que disminuiría aun más la confianza colectiva. Aquí debemos mencionar la importancia crucial del concepto moderno de capital social como uno de los fundamentos de la democracia. Una definición pertinente de capital social es la magnitud o intensidad de la confianza general e inter-ciudadana en lograr alguna acción colectiva hacia la democracia. Es importante notar que una de las tácticas de los regímenes dictatoriales para mantenerse en el poder es la destrucción del capital social para evitar acciones colectivas que desestabilicen la organización de la dictadura. El capital social es la fuerza cohesiva que une a las sociedades, que permite y facilita que sus miembros se organicen, formen asociaciones y relaciones de todo tipo, desde económicas hasta políticas, sociales, académicas, deportivas y religiosas.
Para que existan instituciones democráticas es necesario que haya un mínimo de confianza entre los miembros de una sociedad. Al mismo tiempo es importante que exista un mínimo de confianza en las instituciones y organizaciones del país. Uno puede pensar que la base de esa confianza radica principalmente en el sistema legal del país, pero no hay que olvidar que las organizaciones que lo comprenden están compuestas por ciudadanos. Si los ciudadanos logran cumplir las leyes, la confianza ciudadana en el sistema jurídico puede aumentar. Pero aquí se presenta otro sistema de equilibrio que puede generar círculos viciosos o virtuosos. Las leyes no se cumplen por sí solas. Los encargados de la administración de justicia son los que las hacen cumplir. Ellos mismos deben tener confianza en que los demás encargados del sistema cumplirán con su deber, pero si hay desconfianza puede que no tengan incentivos para hacerlo. De la confianza interna en las organizaciones del sistema legal depende que la ciudadanía crea o no en el mismo y, en general, en la capacidad de su propia sociedad de garantizar la eficacia en el cumplimiento de las leyes.
Por ende, la factibilidad de la democracia depende, entre otros factores, de que una masa crítica de ciudadanos pueda influir con su comportamiento y sus decisiones en la credibilidad de las instituciones, tomando como eje central al sistema legal del país. Tal sistema cubre a los tribunales, al sistema de administración de justicia, al poder legislativo y al poder ejecutivo con sus respectivos órganos. Tales instituciones y organizaciones no son nunca perfectas, pues están sujetas a errores humanos, así como también a abusos de poder y a la eterna tendencia a la corrupción. La factibilidad de la democracia no depende de que tales órganos operen a la perfección, pero sí que lo hagan con un mínimo de eficiencia y eficacia y que la ciudadanía en general los perciba como eficaces y funcionando la mayor parte de las veces en función de los intereses generales de la ciudadanía.
De lo dicho anteriormente se desprende que cualquier cosa que tienda a erosionar la confianza ciudadana en las instituciones y en la capacidad organizativa de los individuos para adoptar las acciones colectivas necesarias para la democracia, representa una amenaza a su estabilidad. De ahí que los enemigos de la democracia adopten estrategias dirigidas a debilitar esos elementos invisibles pero crucialmente necesarios de la cohesión social. Que una democracia exista no es garantía para su permanencia. La democracia, como cualquier obra de la humanidad, requiere mantenimiento, además de ser susceptible a mejorar. Pero la solidez de las instituciones y las organizaciones que le sirven de base depende de la conciencia ciudadana y de su grado de compromiso para defenderlas y mejorarlas.
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