sábado, marzo 17, 2007

EN MARZO, LA ESPERANZA

En marzo, la esperanza


Por Andrés Reynaldo

Este martes 13 de marzo hubo una misa por el cincuentenario de la muerte del líder del Directorio Revolucionario José Antonio Echeverría y el asalto al Palacio Presidencial. Pudo haber sido una misa más en honor a un héroe cubano, oficiada en olor de costumbre, con nombres que ya nadie recuerda y consignas sin realidad. Sin embargo, esta vez, entre muy pocas en Miami, pudimos sentir la historia viva en la memoria de un muerto amado.

Admito que soy renuente a toda emoción epónima. El castrismo me curó en salud de los héroes. De las estatuas ecuestres, he acabado por preferir a los caballos. Pero esa noche en la iglesia católica de San Brendan casi dos mil cubanos de diferentes ideologías y generaciones experimentamos una extraña certeza de unidad, recordando la más valiente, desigual y determinada acción de armas desde nuestras guerras independentistas.

Las naciones son grandes y lentas construcciones culturales. En su breve y azarosa vida republicana de 1902 a 1959, Cuba observó un acelerado proceso de elaboración de su identidad, semejante al experimentado durante el siglo XIX hasta el inicio de la última guerra de independencia en 1895, la cual, a mi endeble juicio, representó una dramática ruptura del tejido civil de nuestra sociedad. La prematura y todavía enigmática muerte de José Martí, tras ser forzado por los generales Antonio Maceo y Máximo Gómez a abandonar un papel directo en la conducción de la guerra, liquidó la posibilidad de acceder a la soberanía con un programa autóctono forjado en un amplio consenso. En Dos Ríos, bajo la grupa de un caballo blanco, cayó nuestro ideal de república.

Pese a que las figuras independentistas más decentes y lúcidas fueron apartadas de los asuntos de estado, pese a una tutela norteamericana que en ocasiones fue tan oprobiosa como retardataria y pese a la traumática frustración política de 1933, los cubanos habían arribado a mediados de la década de 1950 a un nuevo grado de madurez nacional. Echeverría, asesinado a los 24 años, representó la más alta expresión de ese pensamiento, abierto a la modernidad y anclado en nuestra tradición.

En 1955, el Directorio Revolucionario fija una postura que conserva su sobrecogedora vigencia: ``La revolución cubana va hacia la superación de las lacras coloniales y de los males de la independencia, hacia la liberación integral de la nación, libre de toda injerencia extranjera así como de toda perversión doméstica, hacia el desarrollo integral de las potencias materiales y espirituales del país, y hacia el cumplimiento de su destino histórico''.

Añadía que el movimiento revolucionario debía asentarse sobre principios fundamentales de libertad política, independencia económica y justicia social. En suma, un discurso de profunda inspiración socialcristiana, con una preocupación incisiva por el derecho y la igualdad de oportunidades de todos los cubanos.

Ha pasado medio siglo y todavía Cuba no se ha propuesto otra misión tan noble, pragmática y suya. Ni en la isla ni el exilio. En ese vacío nos reencontraremos tarde o temprano. En esos ensangrentados espejos volveremos a vernos un rostro único y fraternal. De algún modo, a la luz del ejemplar recuerdo de Echeverría, en la compartida condolencia de su temprano y aleccionador sacrificio, la incipiente conciencia de un mejor futuro nos conmovió el martes en la iglesia de San Brendan.

En noviembre de 1955, en una protesta contra la dictadura de Fulgencio Batista en el Muelle de Luz, en La Habana Vieja, Echeverría concluyó su discurso con esta frase: ''El pueblo de Cuba tiene la palabra''. Caídos sobre oídos sordos los llamados a la libertad, el perdón y la esperanza, a veces pareciera que nuestra alma nacional hubiera enmudecido. No lo crean. Se lo digo yo, que acabo de escucharla.