QUE CUBA SE ABRA AL MUNDO, QUE NO CIERRE SU PRENSA LIBRE. VITRAL MUEVE IDEAS
Por RAUL RIVERO
'Vitral' fue el nombre de un milagro de periodismo libre en la Cuba de los últimos 13 años. Sus días, era inevitable, han terminado, sin que la institución que la cobijó, la Iglesia, haya encendido una vela por ella
'Vitral' es la culpable
La única publicación cubana plural, auténtica, libre del lápiz enfermo de los censores del Partido Comunista, la revista Vitral, acaba de ser clausurada esta semana con un gesto discreto -una llave interior de estrangulación- por la Iglesia católica, la misma institución que, en 1994, la abrió bajo los auspicios de la Diócesis de Pinar del Río, en el occidente, allá en lo que llaman la cola del caimán.
El equipo de redacción, que ahora se considera «diluido», escribió esta semana debajo del editorial de la última entrega que no podía garantizar más la salida de la revista «por falta de recursos»
El difunto bimensual, con una tirada de 10.000 ejemplares, se editaba en el edificio del Obispado de la ciudad capital, la hacía un grupo de voluntarios dirigido por el laico Dagoberto Valdés y utilizaba, como toda maquinaria, cuatro fotocopiadores.
Vitral tuvo, desde sus primeros números, unos lectores cautivos de la verdad, la transparencia, el buen español, la agudeza, la crítica seria sin descalificaciones, la presentación de autores cerrados en los ámbitos oficiales y la mirada integral al pasado de la nación, sin exclusiones y sin prejuicios.
Sus redactores trataban complejos asuntos de la tierra profunda y se empeñaban en mantener contactos constructivos y enriquecedores con los cubanos del exilio. Uno de los temas recurrentes de Vitral fue la unidad de la familia y la necesidad de que los cubanos tuvieran oportunidades de trabajo y libertades para que pudieran permanecer en el país donde nacieron, donde tienen su Historia y su cultura.
El ingeniero agrónomo Dagoberto Valdés, director de Vitral, alcanzó, gracias a su labor en la publicación, una curiosa especialidad en la empresa estatal de tabaco donde trabaja. Allí lo degradaron a técnico en yaguas, lo que significa que recoge las pencas de tejido fibroso de la palma real que se usan para envolver el tabaco en rama. El ingeniero tripula cada mañana, junto a una brigada de campesinos, un carretón escorado que tira una yunta de bueyes; con él sale a recorrer los palmares de la región.
Valdés fue atacado por la prensa oficial con frecuencia y, con mucha originalidad, catalogado como un agente al servicio de una potencia extranjera.
En coordinación con el Centro de Formación Cívica y Religiosa (hoy por hoy, en el limbo) la revista convocó durante los últimos 10 años un premio literario (poesía, cuento y ensayo) cuya propuesta a la hora de examinar las obras era la calidad de los textos. Amir Valle, José Pratt Sariol, Antonio José Ponte y otros escritores cubanos lo saben.
Cada número de la publicación provocaba reacciones violentas y molestias en la nomenclatura cubana. Y una cierta inquietud en sectores conservadores de la Iglesia que se esfuerzan por no disgustar a los que tienen en Cuba los tanques y las pistolas, el control y el mapa de los aljibes y la llave del depósito de la harina para el pedazo de pan.
Recuerdo ahora que escribí una nota en La Habana cuando Vitral cumplió siete años. La escribí para celebrar la infancia de una publicación, a la que, a esa edad, ya le habían puesto traspiés, le habían volcado el velocípedo y la vigilaban, desde el Comité Central, los diligentes y fervorosos cuadros de la Oficina de Asuntos Religiosos.
La mantenían bajo escrutinio todos los que allá no soportan la libertad. Con ella perderían sus privilegios.
La escribí porque todos los periodistas independientes queríamos publicar allí, estar en sus páginas rústicas y libres, porque comprendimos que en aquellas hojas elementales se había empezado a escribir el periodismo que vamos a tener en la Cuba que viene.
Lo pienso todavía en esta primavera. Se puede cerrar una revista. Eso es fácil, lo difícil es borrar de la experiencia de los seres humanos el color y la música de la libertad. Vitral dio a los cubanos esos tonos.
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Este artículo, al que hace alusión Raúl en el artículo de arriba, se publicó inicialmente en el año 2001 en el periódico español El Pais por el 7mo. aniversario de Vitral; posteriormente este artículo lo publicó Vitral en su número 49; Vitral puede ser leida en http://www.vitral.org .
El totalitarismo adora las credenciales. Sus conspicuos y fosforescentes funcionarios llegan al llanto y a la ternura por los solapines, los autorizos, los pases, las tarjetas (blanca, de menor, del comedor obrero) y los carnets.
A veces, esa obsesión policial y sus muros de papel, cifras, edades, nombres del padre y de la madre, profesión y actitud ante las tareas revolucionarias, deben convivir con documentos de otro fulgor y otras esencias.
Son fichas que tienen sus estrías en dimensiones que la burocracia no alcanza a encerrar en sus gavetas. Papeles de identificación que circulan, en esta sociedad ajada y enferma, en tránsito hacia puntos que empiezan a iluminarse.
En un país donde la propuesta oficial no es el cambio positivo y enriquecedor, sino arduas peripecias para durar, la aparición de esos fenómenos es siempre una sorpresa.
Nadie esperaba hace siete años la salida de la revista Vitral.
Ahora que está viva en la república y en el mundo es, para muchos cubanos, un pasaporte decente para presentarse en el porvenir.
Comenzó en nuestro occidente cotidiano y aunque le han puesto traspiés y le han volcado el velocípedo, consigue una infancia saludable, relativamente feliz y rodeada de una libertad sin límites que, como se sabe, es la que tiene su límite en la responsabilidad.
(
RAÚL RIVERO LEE EL DICTAMEN DEL JURADO DEL CONCURSO VITRAL DEL AÑO 1998)
El periodismo criollo halló, dentro de nuestras fronteras,en esa publicación un traje de fervor y alpaca con que vestirse para asistir a la resurrección.
Sus editores abrieron las páginas a todos, sin tener en cuenta los signos políticos y temas que se extraviaron o se sepultaron por décadas, encontraron, encuentran allí espacios y anchuras.
Conocedores como son del entorno en el que se mueve la revista, presumo que sus conductores desdeñaron los manuales y cierta cosmética del oficio para dejar crecer una floresta copiosa y desbordada de la que está necesitado el lector.
No hay artículos largos o cortos. Hay artículos buenos y malos.
Tampoco se propone darle absolución definitiva al pecadillo del descuido formal. Me parece estar ante la voluntad de permitir a quienes han callado tanto tiempo, el ejercicio de pensar y expresarse a mano suelta.
Vitral refleja la vida y convida a la meditación. Nos recuerda en cada número quiénes somos. Mueve ideas y ese movimiento funda un murmullo que puede ayudar a salir de la gran siesta nacional que arrulla, en clave de propaganda, la prensa oficialista.
La academia enseña a podar un artículo y a equilibrar una entrega, pero a ser libre se aprende solo, aunque en Vitral tienen la ayuda de Dios.
Muchos amigos ven ya esa publicación como uno de los documentos que alumbra el futuro que, por lo menos en materia de periodismo, sabemos que comienza en Pinar del Río.
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