domingo, abril 01, 2007

UN BREVE RELATO SOBRE LA HABANA DE LOS AÑOS 40´S Y 50´S

Un breve relato sobre La Habana de los 40´s y los 50´s
( Título no original; el título original lo desconocemos)

Por ¿ Francisco Ichaso ?
La Habana era una fiesta -como París- según cuenta Hemingway. Por lo menos para un adolescente llegado de la provincia en 1944. Ese adolescente era yo.

Caminar por las calles de La Habana parecía entonces una aventura gozosa interminable. Obispo, San Rafael, Galiano, Monte, Belascoain, San Lázaro, ya no eran nombres: eran magias. En el Prado, Rita Montaner se sentaba con sus amigas, Lezama Lima con sus amigos. El Diario de la Marina polemizaba con el Hoy. En La Comedia estaba Magda Haller; en el Auditórium, Erich Kleiber; en el LIceum, Gustavo Pitaluga y Camila Henríquez Ureña.

Manolo Castro presidía la FEU. Sergio Carbo activaba la conciencia pública crítica desde Prensa Libre. Vasconcelos reivindicaba un pasado en derrota desde El País. Gastón Baquero y Raúl Lorenzo defendían ideas nuevas desde Información. Jorge Mañach y Herminio Portell Vila afirmaban en Bohemia la responsabilidad de la cultura con la Nación.

( Francisco Ichaso al lado de María Félix; aparecen también en la foto Rosita Fornés, Francois Baguer y otros. Foto durante la filmación de La Devoradora en 1946 )

Grau, que acababa de ganar, inauguraba la era de la consolidación revolucionaria del 30. En el Congreso debatían todos los partidos, en un clima de pleno pluralismo democrático que algunos vienen a descubrir ahora.

La Habana era, en esos días, política y culturalmente, la capital del caribe, el gran escenario de la libertad latinoamericana. Los revolucionarios perseguidos por las tiranías la hacían su casa: Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt, Juan Bosch, Juan José Arévalo. Y todo ello, en medio de una restallante alegría creadora (que los tontos tomaban por frívola) asombro de los extranjeros. Francisco Pares, frío como buen catalán, me dijo sin embargo un día: vine de Santo Domingo, agobiado y triste. Me hospedé en un hotelito cerca de los muelles, en la calle Luz.

Desorientado, empecé a caminar por Teniente Rey y llegué de pronto a los Aires Libres, donde tocaban las orquestas de muchachas. Me senté. Pedí una cerveza con la única peseta que tenía, y no lo pude evitar: me eché a llorar. La Habana era otro mundo. Esa fue La Habana que yo conocí al llegar del campo, en los años 40. En 1959, al regresar del exilio en la Argentina, ya vi otra. No era la misma.

La Habana ya no era alegre, era delirante. Ya no era civil, era militar. Ya no era urbana, se había ruralizado. Por todas partes no se veían más que uniformes. En una esquina, me encontré un día con Violeta Casals: llevaba pistola y uniforme. Al salir de la Asociación de Reporters otro día, tropecé con Mirta Aguirre: también iba de pistola y uniforme. (Mis dos amores, así caídos.) En las estaciones de radio, en los periódicos, en las fábricas, en las guaguas, no se veían más que uniformes. Era como un festín textil. Las telas verde olivo se habían agotado en todas las tiendas.

( De izq. a derecha en primera fila: Violeta Casals, Rosita Fornés, Mimi Cal ( ¨ La Tremenda Corte ¨), Rita Montaner y Alicia Rico )

Nuevas caras, algunas desconocidas, sustituían a las caras viejas. Franqui ocupaba el puesto de Vasconcelos en Alerta, que ahora se llamaba Revolución. Enrique de la Osa chantajeaba a Miguel Angel Quevedo (“Esto ya lo leyó Fidel”). Lisandro Otero purgaba desde la escalinata a eminencias universitarias. Francisco Ichaso estaba preso en El Príncipe con una enorme P en la espalda. Lunes de Revolución atacaba a Lezama. Jorge Mañach callaba, o hablaba con discreción o miedo. La Habana era una ciudad tomada.

No por los barbudos de uniforme. Tomada por una revolución que era ya solo la ambición de un hombre. A partir de esos días, dos elementos que no formaban parte de la vida habanera, se fueron haciendo patentes: el miedo y la hipocresía. Credenciales revolucionarias falsificadas, errores ocasionales convertidos en graves delitos, acosos, persecuciones, listas negras, chantajes, comenzaron a transformar a La Habana en un sitio diferente. No eran nuevos valores los que se imponían. Eran nuevos oportunismos. Las coristas de Tropicana comenzaron a hacer guardias nocturnas. Rancho Boyeros se abrió como una arteria por donde La Habana se desangraba. Todavía se cantaba y se bailaba en los cabaret de la Playa.

Todavía estaban las muchachas de la Anacaona tocando en los Aires Libres. Todavía se sentaban los cubanos en el Malecón a tomar el fresco. Pero desde la estatua de Zenea, en el Prado, se oían las descargas de los pelotones del Che Guevara en La Cabaña. ¿Era la misma Habana? No. Era otra. Y tú la sabes, Caballero de París.

Ahora estamos, según nos aseguran, frente a la posibilidad de ver otra Habana. ¿Cómo será esa nueva Habana? Nadie lo sabe. Las barbas probablemente desaparecerán. El color verde olivo se enterrará. La Plaza de la Revolución será rebautizada Plaza Cívica, o nombrada Plaza de la Libertad. Los falsos himnos, las falsas banderas y los falsos líderes serán sepultados aceleradamente en el olvido. Lo de siempre. Pero ¿y las almas?

¿Quedarán intactas las almas de los cubanos? Las casas bellas de La Habana de antes se están derrumbando entre el abandono y la miseria, como vimos en la película de Jana Bokova. ¿Estarán derrumbándose también las almas de los habaneros? No lo creo. Ahora hay libros que allá no se leen, películas que no se ven, voces que no se escuchan. ¿Se escuchan y se verán mañana? Sí lo creo. Un peso aplasta hoy La Habana más que el de la misma pobreza: el peso de la sospecha. ¿Desaparecerán mañana? ¿O la acción de una perversa ideología habrá dejado una huella imborrable en el carácter de las gentes?

No lo creo. Una idiosincrasia nacional basada en la generosidad, en la alegría y en la cordialidad forjada en siglos, no puede ser barrida por 46 años de despotismo cuartelero. Yo espero, pues, sentarme otra vez, en un mañana no lejano, en el muro del malecón. Bajo las mismas estrellas y viendo pasar el mismo chino manicero.

Pero con una esperanza: que haya paz, que ningún chivato fisgonee. Y que cuando suene el cañonazo de las nueve yo sepa que es eso: el cañonazo de las nueve.

5 Comments:

At 12:48 p. m., Anonymous Anónimo said...

Es que la esencia de los sistemas totalitarios es convertir a cada ciudadano en un gendarme de su vecino. Para triunfar es necesario dividir

 
At 9:22 a. m., Blogger Unknown said...

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

 
At 5:15 p. m., Anonymous Anónimo said...

Sin

 
At 5:30 p. m., Blogger Unknown said...

Los tiempos que usted rememora son el resultado de una invasion mediatica premeditada de una potencia que son el mayor ejemplo de corrupcion de los valores eticos y morales de las sociedades civilizadas

 
At 12:11 a. m., Blogger PPAC said...

Saludos Federico Molina
Usted se equivoca; soy lo suficientemente viejo para haber vivido esos tiempos y coincido en gran parte por lo escrito por el autor.

Las sociedades que viven en países por donde comunistas han desgobernado es donde los valores eticos y morales brillan por su ausencia. Un ejemplo de ello es la propia Cuba después de más de 55 años de tiranía de los Castro. Hace pocos años que salí de Cuba y se lo que le digo, aunque tengo la opinión de que la Cuba anterior a la Revlución no fue un paraiso, pero no era el infierno que ha sido desde 1959 cuando los Castro establecieron su dictadura totalitaria arrancando toso los valores humanos para sustituirlos por ¨valores¨políticos e ideológicos.

El bloguista de BC.

 

Publicar un comentario

<< Home