domingo, junio 24, 2007

DERECHITO A LA LIBRETA DEL DESABASTECIMIENTO

Tomado de El Nuevo Herald.com


Derechito a la libreta

Por Manuel Vazquez Portal

El mandatario venezolano, Hugo Chávez, hace dos semanas en su programa Aló Presidente, el cual desde que mandó cerrar Radio Caracas Televisión tiene menos competencia, reconoció que en su país están escaseando algunos rubros alimenticios.

Fue el día que anunció también la creación de la Comisión Central de Planificación con el objetivo de centralizar la industria y eliminar la autonomía de las entidades estatales.

En su show unipersonal, en el que a veces canta, recita, cuenta chascarrillos y dice procacidades, declaró asimismo que se fundarían doscientas empresas estatales sujetas al modo de producción socialista para suplir la demanda de las necesidades básicas de la población.

La noticia me lanzó directamente a mi niñez y mi adolescencia. Me trajo aquel viejo aroma de expropiaciones, estatalización de las empresas, planes de producción a largo plazo, y racionamientos a más largo plazo, que produjo la organización socialista en Cuba.

Era la época en que, aunque ya empezaban a escasear, todavía se podían encontrar chorizos en las bodegas, lápices en las quincallas, zapatos en las peleterías. Los barberos aún tenían lavanda para untar en los cogotes de sus clientes, las tintorerías podían almidonar los cuellos de las camisas, como era la moda entonces, y los ómnibus cruzaban con una frecuencia de diez minutos. Se alcanzaba a almorzar en un restaurante, viajar en un tren rápido desde el pueblito de provincia hasta La Habana y, sin exagerar, celebrarle los quince años a una muchacha con ella disfrazada de princesa.

Pero ese rezago burgués quedó sepultado por la eficiencia proletaria. Pronto las empresas estatales comenzaron a fabricar millones de tornillos, como ordenaba la junta de planificación, que morían de óxido y olvido en los almacenes porque sus novias, las tuercas, habían sido propuestas para dos planes quinquenales más adelante y entonces era necesario crear cien puestos de trabajo más para contabilizar, proteger y distribuir equitativamente el resultado del sudor de los obreros, y así las fuerzas productivas crecieron hasta el cómodo estado de no tener nada que hacer y dedicar su tiempo a vigilarse unos a otros para sacarse los trapitos sucios en la asamblea del sindicato donde le otorgarían un ventilador al obrero más destacado del año.

Las empresas agrícolas plantaron cientos de hectáreas de plátano, pero a las empresas de transporte les faltaban camiones y combustible, y las fábricas de chicharritas y bananina habían sido acusadas por el Che Guevara de timbiriches y mandadas a fusilar.

Las camisas de caqui y las botas cañeras junto a una canción de la Nueva Trova eran el uniforme y el himno con que derrotaríamos el criminal embargo económico que nos había impuesto Estados Unidos en venganza por la nacionalización de sus compañías explotadoras.

La leche para nuestros biznietos les llegaría a sus hogares, verdaderas joyas de las microbrigadas que cada veinte años concluían un confortable edificio con goteras y todo, por un colosal lacteoducto prometido por el máximo líder, quien lo inauguraría, ya ancianito, con un breve discurso de dieciséis horas.

La central nuclear de Juaraguá, instalada en la Perla del Sur, ese famoso Cienfuegos por sus camarones para turistas, nos libraría del yugo de la compra de petróleo, cada día más escaso y más caro y, sobre todo, nos libraría de los molestos apagones que no nos permitían disfrutar el aleccionador programa sobre la república mediatizada San Nicolás del Peladero.

Entonces apareció la más leal de las amigas del cubano: la libreta de abastecimientos. Bastaba de suntuosidades, desigualdades y acaparamientos. Seis libras de arroz por boca, un pantalón por cada dos piernas y una sola idea por cabeza. Eso sí era planificación socialista para el desarrollo a largo plazo. Para que tengan un ejemplo claro, objetivo, contundente: Vilma Espín murió la semana pasada a los 77 años de edad y la libreta de abastecimientos cubana aún está vivita y coleando.

En Cuba, la comisión central de planificación que ahora rescata Chávez del empolvado arcón de herramientas socialistas creo que se llamaba Junta Central de Planificación, que en el enrevesado aluvión de siglas que trajo consigo aquella tremolina respondía al eufónico nombre de JUCEPLAN.

Nada nuevo bajo el luminoso sol del socialismo del siglo XXI. Van derechito a la libreta. Parece ser que este tipo de gobernante es el único animal que tropieza cien veces con la misma piedra.