domingo, junio 17, 2007

DOCUMENTOS DE CERCANÍAS

Documentos de cercanías


Por Raúl Rivero

Madrid -- Las crónicas más humanas y desgarradoras, los textos que mejor trasmiten el temblor de la realidad y las ondulaciones de la vida diaria en Cuba, las escriben hoy los periodistas independientes y un conmovedor y variado staff de redactores sin pretensiones literarias que vive bajo el fuego directo de la dictadura.

No es lo mismo estar en las cercanías de la candela que ser uno mismo materia combustible. Ese es el caso de los corresponsales y comentaristas del periodismo alternativo. Ellos están ahora en las inmediaciones de la zona más candente --que es la cárcel--, pero muchos estuvieron allá adentro y todos tienen sitios preferenciales en los oscuros listados de la policía para mantener alto el nivel de la población penal criolla.

Como profesionales, los periodistas suelen encarar ese destino con una equilibrada combinación de inquietud y sosiego.

Esta semana quiero hablar de los prisioneros y sus familias. Ese es el grupo espontáneo y a veces anónimo de autores de una literatura testimonial que se escribe entre las llamaradas con las urgencias que impone la presencia tangible de la muerte. El final de la vida no como un recurso narrativo, sino como una sombra que entra sin llaves por la reja o acompaña, en una silla invisible, las sobrecogedoras visitas reglamentarias.

La fuerza de esas piezas radica en que no se escriben para trascender. Nadie pretende ganarse un espacio en los reinos mediocres de las revistas literarias del país. Ni conquistar un premio con nombre de escritor y sustancia de esclavo.

Esos textos, cartas, pequeños papeles estrujados escritos a lápiz, sin luz en un calabozo contaminado, lo que se proponen es salvar una vida, pedir auxilio, tocarles en el pecho a los indiferentes, llamar la atención sobre un sector de la población que ha aprendido que allí donde ellos viven morir es fácil.

Tengo en mi mesa una nota de Yusleidi Sigler. Es la hija de Guido Sigler Amaya, un hombre que cumple 20 años --desde marzo del 2003-- en la prisión de mayor severidad de Agüica, en la provincia occidental de Matanzas.

Ella lo vio sin brillo en la mirada, ojeroso, pálido, sin fuerzas para hablar ni caminar. Vio a alguien que se está muriendo lentamente. El preso pesa menos de 90 libras. Tiene hipertensión, problemas en los riñones y en la próstata, vejez prematura, cataratas, migraña y dilatación de la vena aorta.

``Yo conozco a mi padre --dice Yusleidi Sigler--, sé que está grave. Es criminal, con todas esas enfermedades, mantener a un hombre en la cárcel por el solo hecho de pensar diferente a la dictadura militar castrista. Los comunistas no tienen conciencia, ni sentimientos, están llenos de odio y venganza. Reconozco que sufro mucho por la enfermedad de mi padre.''

No sé que pensarán los críticos (a lo mejor lo sé) del estilo de esta muchacha. El asunto es que lo que cuenta es la verdad y lo que opina es lo que le dicta la imagen de su padre enfermo y en peligro.

Después paso a revisar un documento firmado en una celda de castigo de la prisión Kilo 8, de Camagüey. Lo envía a las claridades del mundo el prisionero de conciencia José Daniel Ferrer y narra, en primera persona, varias jornadas de suplicio con nombres y apellidos de víctimas y verdugos.

Desde su celda de 2 metros de largo por 1.2 de ancho, Ferrer describe con objetividad episodios de violencia contra sus compañeros de causa y contra hombres que cumplen condena por delitos comunes. Ve pasar frente a su reja a un joven con la marca de una soga en el cuello y nos dice quién es.

Se llama Wilber Alejo Mesana, tiene 33 años y en un mes ha hecho once intentos de suicidio. Su madre, Gudelia Mesana, que vive en la ciudad de Ciego de Avila, no pide venganza, pide que se le haga a su hijo una evaluación médica y que los carceleros no le supriman a voluntad los medicamentos porque eso es lo que lo lleva a atentar contra su vida.

Son centenares de papeles que salen todos los días de las cárceles y de las casas pobres y aisladas de sus familias. Esos escritores no quieren la gloria precaria de una antología. Sus apuntes reclaman el derecho a vivir y a ser libres.