EL QUE DEBE MORIR
El que debe morir
Por Ariel Hdalgo
Cuando la raza taína fue exterminada del archipiélago cubano, los dioses taínos se reunieron para juzgar a los genocidas y los condenaron, tanto a ellos como a sus descendientes, a vivir para siempre bajo la opresión. El dios Mabuya preguntó: ''¿Dónde

¡Cuántas veces no han celebrado los cubanos la desaparición de un tirano sin percatarse de que la tiranía ha continuado bajo nuevos nombres y disfraces! No es un hombre el que debe morir, sino un pueblo el que debe resucitar. No es un gobernante el que tiene que dormirse para siempre, sino los gobernados los que tienen que despertar.
No se trata de subir al monte fusil en mano o lanzarse a las calles a romper vidrieras. De nada valen cañones y revueltas si luego se recibe al nuevo adalid ''libertador'' con cantos y loas y se le sienta en un trono o se le sube a un altar para luego acatar sus dictámenes como palabra sacrosanta. Si tuvimos monarca absoluto fue porque antes le pusimos la corona. Si tuvimos un implacable y terrible ''dios'' fue porque nosotros mismos lo canonizamos. Ningún pueblo debe dar un cheque en blanco a nadie jamás. Si se entroniza, si se canoniza, si se da el cheque en blanco, las cadenas brotarán de la tierra como enredaderas.
Los verdaderos muros y rejas no son de hierro y ladrillo. La araña vive entre redes porque saca los hilos de sus entrañas, la luciérnaga en la luz porque la saca de sí misma, y el ser humano vive en cautiverio o libertad según lo que proyecte. Y como nuestro interior ha sido incapaz de dar luz, hemos vivido en perpetuas tinieblas.
¿Quién debe morir? La multitud que celebraba anticipadamente un 31 de julio creía saber de quién se trataba. Ignoraban si había muerto, pero todos estaban de acuerdo en que si aún vivía, debía morir. Creemos que la tiranía desaparecerá con la muerte de quien hoy la representa. Pero así llevamos cien años de república, matando verbalmente al tirano, llámese como se llame. Su nombre era Estrada Palma en 1906, Menocal en 1917, Machado a principios de los 30, Batista en los 50, cada vez más doloroso y duradero, cada vez con mayor número de muertos y exiliados --el primero duró cuatro años, y ahora ya vamos por 48-- y siempre ha

Condenamos a un cardenal que pidió rezar por la recuperación del supuesto moribundo, pero en realidad lo condenamos por cristiano, porque olvidamos el mensaje del Maestro: ''Amad a vuestros enemigos'' (Lc.6:35). Y si somos consecuentes, debemos condenar también a quien decía cultivar rosas blancas ''para aquel que me arranca el corazón con que vivo''. Es de humano odiar al enemigo y desear su muerte, pero no caigamos en el contrasentido de autoproclamarnos luego cristianos o martianos.
La muerte de ningún hombre cambiará los destinos de un pueblo, ni para bien ni para mal, ni realizará los sueños y anhelos de varias generaciones de cubanos. La muerte no puede generar vida como no puede un leopardo parir a una paloma.
¿Quién entonces deberá morir para alcanzar la verdadera libertad, aquella que no ha de perecer jamás? El único tiranicidio efectivo es introspectivo, exterminar la verdadera fuente del mal en nosotros mismos, el espíritu de la tiranía, aquel que debe morir.
infoburo@aol.com
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