viernes, junio 01, 2007

EL QUE DEBE MORIR

El que debe morir


Por Ariel Hdalgo

Cuando la raza taína fue exterminada del archipiélago cubano, los dioses taínos se reunieron para juzgar a los genocidas y los condenaron, tanto a ellos como a sus descendientes, a vivir para siempre bajo la opresión. El dios Mabuya preguntó: ''¿Dónde les pondremos las cadenas?''. Y el dios Atabex respondió: ''Los ataremos con bejucos por el torso a un cedro''. Mabuya dijo: ''No, porque tarde o temprano con sus manos se zafarán''. Y Atabex replicó: ''Les ataremos también sus manos''. Mabuya respondió: ''No, porque con sus piernas tarde o temprano lograrán desatarse''. Y Atabex contestó: ''Les ataremos también sus piernas''. Mabuya dijo: ''No, porque con todo su cuerpo forcejearán contra el cedro hasta que los bejucos cedan''. Y agregó: ``Yo sé qué haremos: pondremos los bejucos dentro de cada uno, y ellos, sin saber dónde están, no podrán liberarse jamás. Siempre estarán buscando alguien a quien rendirse a sus pies. Derribarán, incluso, las imágenes de sus propios dioses para poner en su lugar la de su futuro opresor y lo elevarán a un altar para que desde allí rija sus destinos. Y no conocerán la paz, pues cuando celebren el fin del cautiverio, otras ataduras estarán incubándose en sus entrañas''.

Desde entonces el pueblo que habitó esas islas habría de padecer un despotismo tras otro, sufriendo cárceles y destierros sin fin, sin saber que lo que realmente necesita es exorcizar el espíritu de opresión que habita en él.

¡Cuántas veces no han celebrado los cubanos la desaparición de un tirano sin percatarse de que la tiranía ha continuado bajo nuevos nombres y disfraces! No es un hombre el que debe morir, sino un pueblo el que debe resucitar. No es un gobernante el que tiene que dormirse para siempre, sino los gobernados los que tienen que despertar.

No se trata de subir al monte fusil en mano o lanzarse a las calles a romper vidrieras. De nada valen cañones y revueltas si luego se recibe al nuevo adalid ''libertador'' con cantos y loas y se le sienta en un trono o se le sube a un altar para luego acatar sus dictámenes como palabra sacrosanta. Si tuvimos monarca absoluto fue porque antes le pusimos la corona. Si tuvimos un implacable y terrible ''dios'' fue porque nosotros mismos lo canonizamos. Ningún pueblo debe dar un cheque en blanco a nadie jamás. Si se entroniza, si se canoniza, si se da el cheque en blanco, las cadenas brotarán de la tierra como enredaderas.

Los verdaderos muros y rejas no son de hierro y ladrillo. La araña vive entre redes porque saca los hilos de sus entrañas, la luciérnaga en la luz porque la saca de sí misma, y el ser humano vive en cautiverio o libertad según lo que proyecte. Y como nuestro interior ha sido incapaz de dar luz, hemos vivido en perpetuas tinieblas.

¿Quién debe morir? La multitud que celebraba anticipadamente un 31 de julio creía saber de quién se trataba. Ignoraban si había muerto, pero todos estaban de acuerdo en que si aún vivía, debía morir. Creemos que la tiranía desaparecerá con la muerte de quien hoy la representa. Pero así llevamos cien años de república, matando verbalmente al tirano, llámese como se llame. Su nombre era Estrada Palma en 1906, Menocal en 1917, Machado a principios de los 30, Batista en los 50, cada vez más doloroso y duradero, cada vez con mayor número de muertos y exiliados --el primero duró cuatro años, y ahora ya vamos por 48-- y siempre ha sido ''el más sanguinario de los tiranos'', aunque los pueblos, lamentablemente, son olvidadizos. ¿Quién deberá morir para el 2020 o el 2030? No sé, como tampoco si tendrá que ser así por los siglos de los siglos. Sólo sé que si hay tanta fecundidad de aquellos que ''deben morir'', entonces debe haber algo que los fecunda.

Condenamos a un cardenal que pidió rezar por la recuperación del supuesto moribundo, pero en realidad lo condenamos por cristiano, porque olvidamos el mensaje del Maestro: ''Amad a vuestros enemigos'' (Lc.6:35). Y si somos consecuentes, debemos condenar también a quien decía cultivar rosas blancas ''para aquel que me arranca el corazón con que vivo''. Es de humano odiar al enemigo y desear su muerte, pero no caigamos en el contrasentido de autoproclamarnos luego cristianos o martianos.

La muerte de ningún hombre cambiará los destinos de un pueblo, ni para bien ni para mal, ni realizará los sueños y anhelos de varias generaciones de cubanos. La muerte no puede generar vida como no puede un leopardo parir a una paloma.

¿Quién entonces deberá morir para alcanzar la verdadera libertad, aquella que no ha de perecer jamás? El único tiranicidio efectivo es introspectivo, exterminar la verdadera fuente del mal en nosotros mismos, el espíritu de la tiranía, aquel que debe morir.

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