LA DIETA DE ANITA SNOW
La dieta de Anita
Por Alejandro Armengol
No sé si la periodista Anita Snow aspira a convertirse en la Paris Hilton de los corresponsales extranjeros en Cuba, pero su idea de alimentarse durante un mes con artículos racionados, y lo que puede comprar un cubano promedio en los agromercados, tiene más posibilidades de éxito mediático que de brindar información nueva sobre la realidad de la isla.
Snow, que lleva ocho años como jefa de la oficina de prensa en La Habana de la Associated Press, piensa alimentarse durante un mes con la libreta de abastecimiento y otros alimentos que los cubanos con un sueldo promedio pueden adquirir con pesos cubanos en los agromercados.
Durante ese mes promete llevar la cuenta de lo que gaste y colocar los resultados en un blog de la AP.
''Como la comida es tan fundamental en la vida y la cultura, yo no podré apreciar por completo la experiencia cubana hasta que no coma como ellos lo hacen'', afirma Snow.
El artículo en que la corresponsal anuncia su intención es una muestra no sólo de las dificultades que confrontan los cubanos, sino de lo enrevesado de un sistema que década tras década se ha hecho cada vez más obsoleto --si esto es posible-- sin variar sustancialmente: un milagro de inacción con parches agregados ocasionalmente para lograr que sobreviva. Cuidando mucho no hacer nada ilegal para el sistema cubano, Snow se lanza por el camino de las sustituciones --en vez de papas, boniatos-- característico de cualquier economía familiar de la pobreza.
La idea de que para conocer mejor la experiencia de cualquier pueblo es necesario compartir sus recursos y estilo de vida es propia de la antropología cultural surgida a finales del siglo XIX y de gran popularidad sobre el XX, y hay mucho de mezcla de conocimiento positivista con actitud misionera. Pero por principio este enfoque requiere una aproximación holística al problema: ninguna parte, ni siquiera la suma de todas ellas, permite conocer a la totalidad. Para vivir como ''un cubano'' hay que renunciar a cualquier derecho o deber ajeno a la isla. Sólo quienes deciden repatriarse, al comienzo de la revolución, conocen esa experiencia, y en la mayoría de los casos se arrepienten de ella.
( Anita Snow comprando boniatos en un agromercado en La Habana; sería bueno que el salario de Anita fuera igual al salario mensual promedio del cubano, si no es así NO SE VALE !!. Nota de Baracutey Cubano)
Por supuesto que la periodista norteamericana no pretende ni ha declarado intenciones de ir tan lejos. Su mes de sumersión en la libreta de abastecimientos cubana es un proyecto de conocimiento limitado y no un afán totalizador. Aunque su mismo enunciado no lo libra de un reproche esperado --compartir los productos de la libreta es sólo una muestra de la realidad cubana-- y tampoco de los llamados a una experiencia más completa: moverse sólo en ''camellos'' o en bicicleta, bañarse con un cubo de agua, vivir en un edificio o una casa deteriorada, limitarse a la programación de los canales de televisión oficiales y otras experiencias similares por las que atraviesan o han atravesado los ciudadanos de la isla.
Todos estos reproches --justos en su mayoría-- no se libran, como tampoco esta columna, de formar parte de una respuesta esperada. Lo que es más, el proyecto de la periodista puede interpretarse también como una réplica a la exigencia de conocer en carne propia la realidad de la isla antes de hablar sobre ella. Sin embargo, y tal como aparece formulado en el cable de AP, el experimento de una corresponsal extranjera viviendo un mes con la libreta en Cuba atrae tanto por ''lo exótico'' como provoca el rechazo por lo frívolo. Desde el punto de vista puramente periodístico, rebaja la experiencia del reportero a un reality show.
El problema con la experiencia que se propone realizar Snow es que no se salva de ser una simple imitación de la realidad cubana. Ni es necesario para un periodista o cualquier otro extranjero compartir la comida de los cubanos para entender sus problemas, como tampoco se requiere que los médicos padezcan las enfermedades que curan ni que los historiadores fueran soldados en las batallas que explican, ni esta experiencia en particular va más allá --en el mejor de los casos-- de una práctica piadosa que se aprovecha de las circunstancias para llamar la atención.
Quizá por toda la publicidad que implica, el proyecto no se salva de la ligereza. Pese a que la periodista declara que ha desarrollado grandes amistades en la isla y un profundo respeto por el pueblo cubano, hay un elemento impúdico también en la siguiente declaración de Snow: ''Espero desarrollar hábitos de alimentación saludables a partir de la necesidad: reducir la cantidad de carne de res y de productos derivados de la leche, llevar a cabo una planificación de las comidas y comprar verduras en los agromercados'', escribe.
''Pero al llegar el primero de julio, también estaré lista para comerme un bisté grande y jugoso'', añade.
El afán por compartir la realidad de la isla con una perpectiva extranjera, que desde el inicio se convierte en un plan imposible de alcanzar, tiene también una limitación moral: el problema es que ''la experiencia cubana'' va mucho más allá de una dieta de un mes y el anhelo de comerse un bisté.
aarmengol@herald.com
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