EN EL 27 ANIVERSARIO DE LA MASACRE DEL CANIMAR
Editorial La Nueva Cuba
Este 6 de julio se conmemora un aniversario más de una fecha luctuosa para los cubanos: la de la Masacre del Canímar.
En las afueras de la ciudad de Matanzas, un joven sargento de 19 años, su hermano menor de 15 y un recluta de 17, en su desesperación por escapar de Cuba, se apoderaron de una embarcación de recreo que hacía un recorrido dentro del río Canímar. A bordo viajaban alrededor de 60 personas, entre hombres, ancianos, mujeres y niños.
Salieron de la desembocadura del río, entraron en la bahía de Matanzas y pusieron proa al norte para tratar de alcanzar las costas de Estados Unidos.
Notificadas de inmediato, las fuerzas represivas del régimen al frente de las cuáles se encontraba Julián Rizo recibieron órdenes directas del dictador Fidel Castro de que bajo ninguna circunstancia aquella embarcación podría abandonar Cuba. Estaban autorizados a tomar cualesquiera medidas fueran necesarias para detenerlos.
La embarcación "20 Aniversario" fue de inmediato perseguida por lanchas torpederas de los servicios de guardafrontera del Ministerio del Interior, desde las cuales comenzaron indiscriminadamente a disparar sobre la nave. A aquellas se unió una avioneta desde la que también se atacaba al yate.
Ni los ruegos de las madres con sus hijos pequeños en brazos, ni de ancianos, ni los gritos de horror de todos a bordo impidieron que se diera un alto al fuego. Los jóvenes que habían tomado control de la nave pidieron a los pasajeros que se refugiaran en el interior de la embarcación, cosa que hicieron.
Pronto el timón de la nave quedó inhabilitado y la misma comenzó a dar vueltas en círculos. Pero a pesar de que el yate se encontraba imposibilitado de salir de la bahía -y que era sólo cuestión de tiempo para que la misma, sin petróleo, se detuviera en algún momento-, por órdenes de Rizo, oficiales de la policía política se aproximaron en una patana y arremetieron contra la embarcación una y otra vez hasta que la misma se partiera en dos y se hundiera con todos los pasajeros a bordo.
El joven sargento se suicidó en el momento en que la embarcación se hundía y menos de una veintena de los pasajeros pudieron sobrevivir. Del resto, sólo seis cadáveres fueron entregados a los familiares. Según algunas fuentes, la propia Haydée Santamaría que venía de Varadero hacia La Habana, hizo detener su coche en el puente de Canímar, donde se había instalado el puesto de mando de Rizo y sus esbirros y quedó espantada ante el espectáculo. De hecho se le atribuye a ella y a un oficial del ejército el haber intervenido para evitar la ejecución en aquel mismo sitio de los dos muchachos -ya capturados-, sobrevientes del intento de fuga.
A continuación tuvo lugar en la ciudad de Matanzas, de donde eran oriundos las decenas de pasajeros asesinados, una de las operaciones represivas más impresionantes que haya jamás tenido lugar en Cuba. Los sobrevivientes, incluido niños, fueron intimidados y forzados a guardar silencio bajo las más grotescas amenazas. Fueron los genízaros del régimen tan efectivos en sus esfuerzos por silenciar su crimen que durante varios años muy pocos conocieron en la propia ciudad que allí hubiese ocurrido algo semejante. Incluso hasta el presente los detalles son escasos acerca de las identidades y el número exacto de víctimas.
La Masacre del Canímar fue uno más de los muchos crímenes masivos de la dictadura. Fue uno de aquellos pocos en los que quedaron vivos algunos testigos. Durante el casi medio siglo de tiranía abundan hechos desleznables y repugnantes como este. Se trata de una práctica que ha sido común para los elementos fascistas que detentan en poder en La Habana.
Cuando se ponga fin a la larga noche totalitaria en que Cuba se ha sumido y la Isla se transforme en una sociedad abierta, los cubanos tendremos la oportunidad de exponer en toda su crudeza, la naturaleza criminal de este régimen oprobioso. Se lo debemos a nuestras conciencias.
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Tomado de http://www.norbertofuentes.com/hijos.asp
( Norberto Fuentes y Arnaldo Ochoa )
El informe del tiroteo no tardó en llegar a Julián Rizo Alvarez, primer secretario del Partido en Matanzas, que inmediatamente convirtió un restaurante local en puesto de mando con teléfonos directos a la oficina central del Partido y a Fidel Castro, que le dio órdenes explícitas de que no se podía permitir que el barco se escapara. Fidel Castro subrayó a Rizo Alvarez «que pase lo que pase». Rizo despachó enseguida varias lanchas torpederas para que detuvieran el «XX Aniversario». Los barcos de guerra, más pequeños y más rápidos, se acercaron al barco e insistieron en que pararan y regresaran a Cuba. Los muchachos decidieron no obedecer las demandas del gobierno y siguieron hacia el norte. Después de que le notificaron por radio que las torpederas no podrían detener al «XX Aniversario», Rizo tomó una decisión. «Las órdenes fueron no permitir que el barco saliera de Cuba, aunque eso significara hundirlo». Como si supieran lo que iba a ocurrir, algunos de los pasajeros levantaron a sus hijos rogando a los barcos del gobierno que no dispararan. Rizo dio la orden de disparar y comenzó la masacre de los hombres, mujeres y niños que estaban a bordo del «XX Aniversario».
( Raúl, Norberto y Fidel )
A pesar de que había dos barcos completamente armados atacando al «XX Aniversario» y a sus pasajeros, Rizo despachó otro patrullero más fuertemente armado y a un avión que empezó a circular encima. Los pilotos del avión empezaron el ataque justo antes de que el barco de río saliera de las aguas cubanas. Después que el avión hizo dos pases mortales, el barco estaba aún milagrosamente a flote, aunque sólo capaz de navegar en círculo. Para entonces, casi la mitad de sus sesenta pasajeros estaban ya muertos o heridos. Cuando se dio cuenta de las repercusiones internacionales que habría si el «XX Aniversario» se escapaba, Rizo tomó el mando del enorme «23 de Mayo» y le ordenó que interceptara y hundiera el barco de río, mucho más pequeño. La tripulación del «23 de Mayo» llevaron a cabo las órdenes de hundir el barco, embistiéndolo por el medio. Buscando su seguridad, Sergio había llevado a todas las mujeres y niños a la bodega para que estuvieran fuera del alcance de las balas. Aunque el primer golpe no hizo mucho daño al barco, las mujeres y los niños, ahora atrapados abajo, empezaron a gritar histéricamente. Segundos más tarde, el «23 de Mayo» embistió por segunda vez al barco y casi lo partió en dos. Al empezar a llenarse de agua el «XX Aniversario», Sergio le dijo a Roberto, el amigo de dieciséis años: «Perdóname, Papito» y fue a la cabina. Entre los frenéticos gritos de las mujeres y los niños de la bodega, Sergio sacó la pistola y le gritó a Roberto: «Los comunistas no me cogerán vivo nunca». Dirigió la pistola a la sien y se mató.
Roberto Calveiro aún recuerda que las aguas se enrojecieron alrededor de los cuerpos de los hombres, mujeres y niños balaceados. También fue testigo del ahogamiento de los que sobrevivieron la matanza inicial pero que no pudieron soportar la fuerza del mar y se hundieron sin volver a salir más. El propio Calveiro saltó al agua y empezó a nadar, pero cuando los patrulleros lo vieron le empezaron a disparar. Más tarde, cuando fue recogido en el mar por el cabello y golpeado en un patrullero, los guardafronteras que le dispararon le confesaron: «Chico, no sé cómo pudiste sobrevivir con todas las balas que te disparé». Cuando llegaron al fin a la costa, los guardias le dijeron a Roberto que se echara a correr. Roberto se negó, sabiendo bien que le dispararían. Aunque había salvado la vida, le esperaban muchas otras experiencias al muchacho de 16 años en los próximos doce años, que pasó en una cárcel cubana.
El régimen rescató sólo 11 de los cadáveres de los casi cuatro docenas de hombres, mujeres y niños masacrados ese día. El gobierno no le dio ninguna explicación a las familias de los desaparecidos, solo que habían muerto en el mar durante el «secuestro» de un barco. El gobierno no permitió entierros comunes. Antes de peritir a los diez sobrevivientes que regresaran a casa, les ordenaron no hablar con nadie sobre el incidente y no reunirse en grupos en que hubiera más de dos de ellos presentes. Durante los próximos dos años, tuvieron agentes del gobierno estacionados para monitorear sus actividades, mientras intentaban sobornar a los familiares de las víctimas, así como a los sobrevivientes, dándoles televisores, refrigeradores y otros equipos usualmente reservados para altos funcionarios del gobierno.
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