SI RIGONDEAUX LEYERA
Si Rigondeaux leyera...
lunes 6 de agosto de 2007 13:09:27
Jorge Ferrer
Margarete Buber-Neumann pasó cuatro años en Karagandá, una de las islas del Archipiélago GULAG. Tras la firma del pacto Ribbentrop-Mólotov, Stalin entregó a la GESTAPO a todos los comunistas alemanes detenidos en la URSS. Así, Grete pasó de la hoz y el martillo a la esvástica, un día de 1939. Bastó que cruzara el puente de Brest-Litovsk.
De inmediato, fue enviada al campo de concentración de Ravensbrück. Más años de vida concentracionaria, que le permitieron escribir el ineludible testimonio Prisionera de Stalin y Hitler, crónica de su paso por el universo de horror del fascismo y el comunismo.
El libro apareció tan pronto como en 1948 y fue un proyecto que amasaron juntas Buber-Neumann y Milena Jesenska, la vital Milena que fuera novia del apagado Kafka. La hermosa relación entre ambas mujeres, un amor vivido entre las atroces alambradas del Lager, es una de las historias más edificantes que conozco sobre la superioridad del espíritu. Milena, es sabido, no sobrevivió al horror nazi.
A pesar del contundente testimonio de Buber-Neumann –Buber, porque estuvo casada con un hijo de Martin Buber, el eminente sionista– ya se sabe cuánto se ha tenido que escribir para que se comprendiera que los totalitarismos son, en esencia, semejantes. Una batalla contra la imbecilidad que todavía no se ha ganado, por cierto. Martin Amis se ocupa del asunto en su impagable Koba the Dread.
Hacia el final de Prisionera de Stalin y Hitler, Buber-Neumann relata las circunstancias en que fue liberada, justo antes de que el Ejército Rojo llegara a Ravensbrück. Suma así su testimonio a los de tantos otros –Primo Levi, Jean Ámery…–, que narran el miedo a la libertad que paralizó a tantos presos. El cómo muchos se negaban a salir del campo o regresaban a él después de haber sido liberados, incapaces de gestionar su vida en libertad.
Todo este asunto de los dos boxeadores dizque arrepentidos, me ha hecho recordar esos testimonios. Y me pregunto si la lectura de los Levi, Ámery y Buber-Neumann no ayudarían a tanto esclavo que teme a la libertad, con el mismo pavor que inspira a Soledad Cruz la hemeroteca de la Biblioteca nacional.
Si el diario Juventud Rebelde hubiera incluido el libro de Grete en esa selección de lecturas de verano que anima este año y si Rigondeaux hubiera leído lo que sigue –el relato del instante en que Buber-Neumann consigue llegar por fin al frente norteamericano–, tal vez las cosas habrían sido distintas…
“Con el ánimo encogido, nos encaramamos por la estrecha vereda y vimos una fila de soldados, separados por distancias uniformes. Sin meditarlo, mrchamos hasta la formación. El temor a la proximidad de los rusos nos hacía intrépidas y decididas.
Eran soldados americanos. Me dirigí a uno de cara rubicunda y simpática, y en un mal inglés le rogué que nos permitiera el paso. Le conté que habíamos estado cinco años en el campo de concentración de Ravensbrück, que yo había estado antes detenida en Siberia y que si llegaban los rusos me esperaba otra vez la misma suerte. Miró nuestras cruces pintadas, hizo un signo de aprobación con la cabeza, movió la mano y dijo:
-Okay.
Completamente turbadas y un poco incrédulas, seguimos adelante, pero después de unos veinte pasos nos gritó:
-Stop! Wait a moment!
Pensamos que nos haría volver atrás. Vimos cómo desaparecía en el interior de una casa. «Ahora preguntará a sus superiores y nos prohibirán el paso», pensamos. Pero transcurridos unos minutos, salió de la puerta del patio un coche tirado por dos caballos. Vimos en el pescante a nuestro amable americano. Condujo hasta nosotras el coche, dio un salto a tierra y, sonriendo, dijo:
-Suban ustedes, ya han andado bastante; desde ahora irán sobre ruedas.”
Tomado de: Margarete Buber-Neumann, Prisionera de Stalin y Hitler. Un mundo en la oscuridad, traducción de Luis García Reyes y María José Viejo, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2005.
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