SILVIO RODRIGUEZ , ROBERTO FERNANDEZ RETAMAR Y LA TONTERIA CRITICA
Nota del Blogguista
No me agradan para nada las ideas y el comportamiento de Silvio Rodríguez tanto en lo político como en su actuar personal cuando está fuera del escenario, y algunas veces aún estando en el escenario, con la mayoría de las personas, pero muchas de sus canciones contienen poesía, y de la buena, aunque otras canciones sean todo lo contrario. Nicolás expone en su escrito un buen ejemplo de cursilería.
Por Nicolás Águila, Madrid
Roberto Fernández Retamar ha afirmado en más de una ocasión que las canciones de Silvio Rodríguez son verdaderos poemas. Pudo haber dicho que le parecían buenas sus letras, o incluso que las hallaba excelentes. Y hubiera sido una opinión como otra cualquiera. Algo que unos aceptan y otros rechazan, según el gusto y la inclinación de cada cual.
( Nicolás Águila hablando en una manifestación en Madrid con el poeta Orlando Fondevila )
Retamar, sin embargo, se sale del terreno de lo opinable y equipara conceptos que no son equivalentes. Mezcla churras con merinos y confunde géneros que son distintos aunque se parezcan. Si bien algunos poemas han sido musicalizados con éxito, nadie afirmaría que un poema es una canción. Menos aún haría un juicio igual en sentido contrario, porque el fenómeno inverso es aún más improbable. Una letra de canción no es un poema. Es otra su concepción y es otro su destino.
El canon antipoético que se impuso en América Latina por los años ‘60 y ‘70 no le confiere de por sí rango de poesía a las baladas comprometidas de Silvio Rodríguez, conocidas al principio como canción-protesta y luego bajo el rótulo menos conflictivo de nueva trova. No las convierte en poemas ni siquiera el hecho de que sus letras tuvieran una elaboración retórica más acabada que gran parte de la poesía conversacional predominante en aquellos años.
Habría que ver, no obstante, si sus primeros temas se popularizaron por el surrealismo trasnochado de las imágenes, o más bien por la novedad de sus melodías y el atractivo de una figura aparentemente contestataria que por más señas venía del rock. A la hora de las preferencias, a veces lo que más cuenta es el gancho del intérprete.
Al autor de Ojalá le vino el éxito, en buena medida, gracias a la identificación de la juventud cubana con su supuesta rebeldía inicial y su anfibología metafórica leída en clave subversiva. En el ambiente enrarecido de una sociedad absolutamente represiva, era inevitable que se destacara aquel joven suficiente, con pose alternativa y maldiciendo bajo cuerda a “tu viejo gobierno de difuntos y flores”.
No voy a juzgar aquí, sin embargo, la calidad de las letras del actual diputado de la Nueva Trova, ni de la música que les sirve de soporte. En cualquier valoración de esta naturaleza, además del gusto, entran en juego sesgos tan personales como los prejuicios, las filias, las fobias y, desde luego, la edad. Factores que obviamente se inscriben en la esfera de lo subjetivo y que tal vez basten para formarse una opinión honrada, pero no para emitir un juicio de valor. De ahí que estas notas, más que enjuiciar dichas letras —defendibles o no, como lo pueden ser todas—, sólo pretenden cuestionar la pertinencia de considerarlas poemas en sí mismas.
El cancionero del trovador oficialista a mí me me sabe a café recalentado. Pero ésa es mi opinión radical. No ignoro que para muchos, tanto en España como en América Latina, ha sido poco menos que la verdad revelada. El tiempo dirá, como siempre, la última palabra.
Por lo pronto, ya no resulta posible escuchar La era está pariendo un corazón, su numerito iniciático, sin sentir repulsión por la cursilería que late en ese corazón mal parido. Lo que en su momento a tantos les parecía lo máximo de la poética tercermundista actualmente provoca rechazo o, en el mejor de los casos, indiferencia compasiva. ¿A quién se le va a ocurrir cantar La era... cuarenta años después?
La posmodernidad va desechando gran parte de la herencia de 1968 –el año epónimo de la izquierda revoltosa— , al tiempo que rescata géneros que parecían olvidados para siempre. Mientras la nueva trova envejecida se va olvidando, se reciclan los viejos boleros rejuvenecidos.
¿Quién iba a imaginarse que los bolerones lacrimosos volverían con su “júbilo hervido de trapo y lentejuelas”? ¿Y que deleitarían de nuevo a los jóvenes del mundo hispano en la voz de Luis Miguel y algún que otro “servidor de pasado en copa nueva”?
Lo viejo regresa y se pone de moda, quizás por el vaivén nostálgico del gusto o por el movimiento pendular de la historia. Quién sabe. Pero lo que sí se mantiene inalterable es la distinción entre canción y poesía, al menos tal y como se entiende en términos contemporáneos.
De modo que tratar como poemas las letras de las canciones populares suena más que disparatado. Por más ‘valores poéticos’ que se les pueda encontrar a los textos del cantautor castrista, o incluso a los del laureado Bob Dylan, hallo muy desafortunado que una figura emblemática de la academia y la cultura oficial cubana, como Fernández Retamar, se lance a la ligera con una valoración estética tan frívola.
Se podría argumentar que mi postura adolece de rigidez apriorística. Y que el poeta y ensayista simplemente quería ponderar las letras del cantautor mediante el uso permisible de la hipérbole. Igual se ha dicho que los boleros de Agustín Lara son bellísimos poemas, y nadie se incomoda por eso. Todos entendemos que la intención del cronista no pasaba del elogio enfático de la calidad de sus letras.
Pero es que Retamar no se queda ahí. El circunspecto profesor de teoría literaria se atreve incluso a profetizar que la poesía del futuro serán las letras de Silvio Rodríguez. Y no es que lo haya dicho en una tertulia informal, entre mojitos y patinazos dialécticos. Lo puso en negro sobre blanco en un increíble artículo del Granma de los años '80, cuando el trovador rebelde ya estaba domesticado y había dejado de estar prohibido para pasar a ser obligatorio.
Luego de haber repetido no menos de cinco veces la ritual invocación al “compañero Fidel”, Retamar cierra su breve artículo con un delirante panegírico al cantor de la corte fidelista, entonado en una cuerda desconocida hasta entonces en los anales de la tontería crítica.
“Del mismo modo que la palabra lírica viene de lira, no hay que dudar que la poesía del futuro se llamará guitárrica en honor a la guitarra de Silvio”, profetizó tan campante el director de la Casa de las Américas y miembro del Consejo de Estado. Años después lo ha repetido en entrevistas y declaraciones a la prensa extranjera, de las cuales algunos se hicieron eco entusiastamente. Basta con escribir “guitárrica, Retamar” en el buscador de Google para comprabarlo. ¿Se le fue la mano al compañero Retamar? ¿Se le fue la musa? ¿O simplemente se le fue la olla?
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