domingo, octubre 14, 2007

CON LA DURA MONEDA DEL TIEMPO

Con la dura moneda del tiempo

Por Manuel Vázquez Portal

Los populistas comienzan regalando. Sobre todo, aquello que no les pertenece. Pero no regalan en serio. Más bien dan en usufructo. Y luego cobran caro. Carísimo. Piden lealtad eterna. Cobran con la dura moneda del tiempo. Se convierten en feroces acreedores de por vida. La deuda contraída con ellos exige una tasa de intereses infinita y progresiva. No hay modo de saldar la cuenta.

El presidente venezolano, Hugo Chávez, me hace recordar, cada día, la cuantiosa suma que ha pagado, y aún paga, el pueblo cubano por las regalías de su dadivoso benefactor. La historia comenzó hace mucho y hasta resulta aburrido recontarla. Y, aunque para los cubanos, quizás, ya no valga la pena, para los venezolanos puede servirles de alerta.

Desde que un populista accede al poder inicia su carrera falaz hacia el paternalismo. Se disfraza de buen samaritano y comienza a crearles deudas de gratitud a los desposeídos. Pero anterior a ese gesto altruista necesita ser dueño de todo. Y para ser dueño de todo, despoja a cuanto dueño de algo halla en lo que, pronto, será su feudo particular. El estado deja entonces de ser un conjunto de instituciones rectoras para devenir reflejo caprichoso de quien manipula organismos, leyes, tradiciones para erigirse él mismo en estado todopoderoso.

Una vez que en el populista se sintetizan los conceptos de estado, gobierno, partido único, patria, libertad, nación, independencia y soberanía, empiezan a llegar los recibos de cobro. Es la hora de pagar. Asentimiento. Silencio. Mansedumbre. Los deudores no se explican cómo han llegado hasta ahí. Reflexionan entonces y caen en la cuenta de cómo fue el negocio.

Las leyes que creyeron populares, y que aprobaron enceguecidos (abajo la constitución burguesa, ¡abajo! Abajo el latifundio. ¡Abajo! Abajo la educación privada. ¡Abajo! Abajo la medicina privada. ¡Abajo! Abajo la prensa independiente. ¡Abajo!) se convierten en trampas insalvables. Ya la tierra es estatal, la educación es estatal, la medicina es estatal, la prensa es estatal. El estado lo brinda todo. Y como en el líder se sintetiza el estado, el líder es el estado. Y el líder es quien lo da todo. Y todos deben estar agradecidos del líder.

Y el líder comienza a cobrar. Pero ya no hay con qué pagar porque el líder es el dueño de todo. El no quería sacar a nadie de la pobreza, sino ser el único acaudalado para que todos los pobres, que para esa época ya son todos (él los crea cada día, no puede vivir sin ellos porque son los pobres quienes lo sostienen), dependieran de él y tuvieran que pagarle con agradecimiento infinito, sumisión eterna.

¿Quién te educó? El estado. ¿Quién te curó la herida? El estado. ¿Quién te brinda trabajo? El estado. ¿Quién te transporta? El estado. ¿Quién te aloja? El estado. Y el estado de tanto dar se desgasta, se agota, se seca. Y el ser humano de tanto recibir se acomoda y pierde la iniciativa y pierde la responsabilidad y pierde la independencia y pierde la conciencia de sí mismo y pasa también a ser propiedad del estado. Y aquel populista que empezó regalando ya es dueño hasta de las personas. Y arranca la locura. Y hay que pagar con lealtad, todo el tiempo.

A esas alturas, mejor bajuras, de la vida, sólo la lealtad agradecida mantiene un país que entre paternalismo estatal e incuria ciudadana se ha arruinado. El estatismo se enseñorea. Aparecen las muestras de inconformidad entre los endeudados que permanecen en la misma pobreza del principio. Surgen las rebeldías. El benévolo benefactor saca sus garras. Y ese hombre humilde de pueblo que lo ayudó a llegar hasta ahí, se convierte en traidor, vendepatria, mercenario.

¿Cierto que es aburrido? Ocurrió en Europa del este por casi ocho décadas. Sucede aún en Cuba por casi cinco décadas. Puja por pasar en Venezuela por chave Dios qué tiempo. Quienes iniciaron el experimento, sin ensayarlo primero con animales, monstruosa atrocidad que hoy denunciarían las organizaciones protectoras, fracasaron estruendosamente. Hay que ser sádico para instaurarlo ahora. Hay que ser masoquista para permitirlo.