domingo, noviembre 25, 2007

ENTRE LA OBSESIÓN Y LA ESTRATEGIA

Entre la obsesión y la estrategia


Por Pablo Alfonso

Alguien ha dicho que el dictador cubano Fidel Castro es el primer fidelista del mundo.

Es una buena frase. Define no sólo el carácter del dictador, sino el lugar que, en la escala de prioridades de Castro, ocupa “su obra” revolucionaria.

“Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, no fue una afirmación coyuntural, que pronunció hace cuatro décadas ante una aturdida audiencia –entre temerosa y nostálgica- de intelectuales cubanos.

Esa es su máxima política cotidiana. Para Castro ha sido siempre una constante, aunque casi medio siglo de revolución nos impide a veces identificarla.

Se requiere de ciertos repasos históricos para reconocer que, lo que en ocasiones calificamos de obsesión, no es más que la reiteración de un objetivo estratégico de preservar “su obra”, la revolución cubana.

Utilizando una discutida metáfora del ex-presidente argentino, Carlos Menem, las “relaciones carnales” entre Cuba y Venezuela, son un buen ejemplo de cómo el castrismo trabaja en su conservación.

El asunto viene de lejos. Cobró auge a mediados de los 60, cuando Castro fomentó la subversión en América Latina y la apoyó y sostuvo en Africa. Eran los tiempos en que Cuba entrenó a centenares de guerrilleros latinoamericanos y por los centros de inteligencia y subversión cubana, pasaron miles de militantes revolucionarios, iluminados por la redención social.

Castro fue visto entonces, por toda esa variopinta legión de revolucionarios que parió la Era, como el gran líder revolucionario dispuesto a darlo todo por la revolución latinoamericana. El ejecutor del sueño de Bolívar, Martí y otros procures, que tantos desvelos, nostalgias y quebraderos de cabeza le han propinado a la región.

Una visión heroica. La verdad histórica es otra. La solidaridad cubana y su internacionalismo proletario no fueron más que la cortina de humo que envolvía otra realidad: preservar la revolución cubana.

La tesis atribuida al Che Guevara de “crear dos, tres, cuatro, hasta cinco Vietnam” no fue más que la táctica coyuntural para alejar de Cuba la atención del mundo democrático y de Estados Unidos, creando focos desestabilizadores en la región, que contribuyeron así a garantizar “la raíz del mal”.

Fue también la respuesta de Castro a la decisión soviética de retirar de Cuba los cohetes nucleares que apuntaban a Estados Unidos, para garantizar “su obra” revolucionaria. Su manera de “pasarle la cuenta” a Jruschov; de aguarle la fiesta de la convivencia pacífica con Estados Unidos, al “Nikita mariquita” porque “lo que se da, no se quita”.

Una pataleta y un despecho en medio de aquel mundo complejo de divisiones ideológicas entre soviéticos y chinos.

Venezuela es quizás el ejemplo que mejor lo explica. La estrategia de los muchos Vietnam se adoptó en la Conferencia Tricontinental celebrada en La Habana en enero de 1966. Se trataba, en esencia, de garantizar la revolución cubana, fomentando otras revoluciones en América Latina.

En julio de ese mismo año desembarcaron en Venezuela, el entonces capitán Arnaldo Ochoa y otros catorce militares cubanos para incorporarse a las guerrillas que dirigía en las montañas de Falcón, el venezolano Douglas Bravo. En mayo de 1967 un segundo desembarco, organizado personalmente por Castro, concluyó en fracaso en las arenas venezolanas de Machurucuto.

Meses después culminaba también en fracaso la aventura guerrillera del Che en Bolivia. La tesis de los focos guerrilleros sólo se mantuvo, a duras penas en Centroamérica.

Aquella táctica fracasó por varios motivos, pero no hay espacio en esta columna para analizarlos en detalles. Vale la pena señalar dos puntos: La presión soviética, opuesta al experimento guerrillero, y la Madre Naturaleza. No es lo mismo hacer la guerra en los bucólicos montes cubanos, que en las intrincadas selvas amazónicas. Las montañas de la Sierra Maestra son simples lomeríos comparadas con las alturas y los picos de Los Andes. Lo único que tienen en común los guajiros cubanos con los indígenas amazónicos y los campesinos andinos es su condición humana. No comparten su miseria ni su idiosincracia.

Cuarenta años después de la fracasada táctica guerrilla, la estrategia de los muchos Vietnam permanece en pie. Para la nueva subversión se utilizan misiones médicas y proyectos educativos. Un cambio de táctica para alcanzar el mismo objetivo estratégico: garantizar la revolución cubana.

Castro descubrió al coronel Hugo Chávez y lo convirtió en su peón: Lo utiliza hoy, como lo hizo entonces con los dirigentes revolucionarios de la izquierda latinoamericana que soñaron con el triunfo de una revolución armada.

Hace algunas semanas que el canciller Felipe Pérez, usó como escenario la Asamblea General de Naciones Unidas, para insinuar una posible confederación política entre Cuba y Venezuela. Pérez, no se caracteriza precisamente por su independencia de criterio; es un hombre de Castro, mejor dicho: su eco.

Lo que dijo en Naciones Unidas ya lo había dicho Castro el 24 de enero de 1959 (casi medio siglo atrás) ante el Parlamento de Venezuela en Caracas:

“Cuba quisiera ser —y ese es su sentimiento— parte de una gran nación, para que se nos respete, no sólo por nuestra unidad, sino por nuestro tamaño también… hasta en Europa, que siempre ha vivido tan dividida y en guerras constantes, hay una tendencia hacia la unión de países que son, sin embargo, de razas distintas. Creo que vale la pena sacrificarse por las cosas grandes, que todos los políticos, los revolucionarios de América nos sacrifiquemos por cosas grandes, que pongamos la vista en fines más altos” dijo Castro.

¿Le suena familiar ese lejano discurso?

pabloalfonso@comcast.net
Fonte: Identificada en el texto
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