viernes, febrero 22, 2008

¿ DOMINGO DE CAMBIOS ?

¿Domingo de cambios?


Por Alcibiades Hidalgo

Fidel Castro decidió anunciar ''urbi et orbi'' su renuncia a la jefatura del estado cubano antes que presentarla ante el escenario más modesto de la Asamblea Nacional, donde todavía compartirá escaño con otros 614 diputados, recién ''elegidos'' según las reglas muy particulares de la democracia castrista. Quizás haya sido este su último gesto de menosprecio o rebeldía frente a una institución de su propio régimen, a todas las cuales disputó milímetro a milímetro, durante cincuenta años, cualquier parcela de poder. El comandante en jefe, desde su propia dimensión, ha renunciado ante el mundo. Sus subordinados aceptarán --no quepan dudas-- la inapelable decisión.

Fue, en realidad, un anuncio esperado. En el lenguaje cifrado que frecuentemente asoma en sus abundantes comentarios periodísticos, Castro adelantó el último fin de semana que se pronunciaría sobre un tema esencial para sus conciudadanos sobre el cual no adelantaba, en aquel momento, ninguna opinión. Fue también una movida de ficha pacientemente preparada a lo largo de muchos meses, que incluyó su reelección como diputado por un remoto distrito del oriente del país, para propiciar ahora una honorable salida del poder por decisión propia. Un paso más en una lenta sucesión por medio de la cual un Castro es reemplazado, gota a gota, por otro Castro.

Pero atención, un título clave, el de primer secretario del Comité Central del Partido Comunista no fue incluido en esta renuncia al ejercicio del poder estatal y su máxima jefatura militar. No es de la competencia de la apacible Asamblea Nacional del Poder Popular, sino del también dúctil aparato del partido único, que cumplió ya una década sin congresos ni programas de algún tipo para intentar paliar la crisis que consume el país. Ese partido, sin embargo, es por definición consagrada en la Constitución de 1976, ''vanguardia organizada de la nación cubana y fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado''. En pocas palabras y al viejo estilo soviético: la jefatura del partido es de mayor importancia real que la del propio Estado, por lo que esa sola denominación bastaría para preservar la autoridad absoluta del gobernante que ahora renuncia. Habrá que esperar a que se despeje esta incógnita para asegurar definitivamente que Fidel Castro ha dejado de gobernar Cuba.

Pero es poco probable que las cosas transcurran de este modo. El propio Castro calificó de crítico su estado de salud al explicar las razones de su inevitable decisión. Su distanciamiento del gobierno cotidiano de la isla se ha hecho evidente en el tono nostálgico e intemporal que transita por sus ''reflexiones'' y, mejor aún para el común de los cubanos, en su ausencia de los mass media oficiales que acaparó sin piedad durante cinco décadas. El vacío duró ya diecinueve meses y para el Partido Comunista, empeñado a todo costo en su propia supervivencia institucional y en su dominio de la sociedad cubana, no resultaría este disminuido Fidel Castro el estandarte adecuado para tiempos de tormenta.

El próximo 24 de febrero, cuando los integrantes de la Asamblea Nacional acudan, endomingados, a la crucial convocatoria donde deberán aceptar una renuncia ya conocida, el escenario más probable es el de la transferencia inmediata de los cargos abandonados por Fidel a su hermano Raúl. Será el esperado fin de un prolongado y poco trascendente interinato, cuyo saldo principal ha sido la demostración de la capacidad necesaria para mantener hasta hoy y sin cambios el anhelado poder. Y aunque Fidel Castro siga con vida en algún remoto hospital del oeste de la capital cubana, las riendas del poder estarán por vez primera en otras manos obligadas, al menos, a sostenerlas.

El menor de los Castro ha sembrado, quizás sin proponérselo, demasiadas expectativas de cambios imprescindibles. Sus llamados a discutir colectivamente los problemas de la Cuba actual y las tímidas críticas que poco a poco admite la prensa oficialista han puesto en evidencia las profundas diferencias entre el discurso oficial y las realidades de la vida cotidiana. Ahora, tendrá que emprender, mucho menos acompañado que nunca antes, el muy difícil camino de reinventar el castrismo sin Fidel Castro.

Ex jefe de despacho de Raúl Castro.