¿ DISOLUCION O QUIEBRA ?
¿Disolución o quiebra?
Por Jorge Olivera Castillo, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Al socialismo real no le asienta el debate transparente, ni otras vestimentas que dejan en el iris el sello de la extravagancia. Me asalta la pregunta: ¿Cómo acceder a abrir algún espacio para ejercitar la libertad económica individual y a la vez cerrar las posibilidades de reformar el insuficiente monopolio estatal con sus lastres de incompetencia asociados al estancamiento?
Es difícil creer que sea factible un balance a prueba de rupturas donde converjan dos visiones totalmente opuestas en cuanto a propiedad y patrones de eficiencia se refiere, sobre todo en un país relativamente poco poblado, pequeña extensión territorial y de una cultura occidentalizada.
Tal escenario sería un acicate para elevar el nivel de conflictividad social, ya de por sí sujeto a crecientes tensiones con serios elementos para determinar respuestas mucho más agresivas e incontrolables.
¿Existe en términos reales la capacidad para implementar aperturas y conservar intacta la débil cohesión ideológica sostenida con huecas retóricas y métodos de control social sin la efectividad de antaño?
De acuerdo al perfil de algunos de los discursos donde ha estado presente la supuesta reconsideración de una parte de las políticas inmovilistas, es obvio que se cifran esperanzas, con relación a la idea de forjar un modelo a través del cual preservar la institucionalidad centralizadora por un lado, y por el otro abrir un reducido marco de actividades independientes.
Sin dudas estamos frente a una estrategia que no rebasa el marco teórico o justamente al lado del mar de contradicciones, ante el dilema de sostener un proyecto que no resiste los vientos de un cambio, independientemente de su ritmo y profundidad.
El socialismo en Cuba se ha auto agredido por demasiado tiempo. El voluntarismo, la burocracia, los excesivos controles, la ideología antes que la racionalidad y la eficiencia, forman parte de una extensa lista de lesiones imposibles de curar con nuevas utopías o con terapias que lograrían, en el mejor de los casos, un cierre en falso.
No sería sorprendente que a corto plazo se tratara de instaurar medidas de carácter simbólico e indispensables para alimentar las ilusiones de cambio en el imaginario popular, y por supuesto, en la opinión pública internacional.
Todo quedaría encadenado a una mentalidad utilitaria y que persigue más que una transición hacia a la democracia, una suerte de continuidad donde queden intactos los principales resortes del poder.
Para un gobierno que ha hecho de la unanimidad y la movilización popular dos vertientes de legitimidad, le es imposible adoptar otras visiones por mínimas que sean. Aceptar críticas en consonancia con la espontaneidad y sin omisiones temáticas, derivaría en el caldo de cultivo para estimular una discusión que, en plazos más o menos cortos, tendría en la mirilla a las bases del sistema.
Particularmente, estoy casi seguro que la élite, en esencia, se mantendrá reticente a un proceso de cambios basados en la coherencia y en un sentido donde se evidencie una voluntad libre de dogmatismos y prejuicios.
El socialismo que pusieron en cartelera los barbudos de 1959 degeneró en una mezcolanza de doctrinas que devino en un engendro de difícil categorización. A lo que más se asemeja es a un capitalismo de estado, aunque también sobresalen rasgos feudales y estalinistas.
Se quiere perpetuar el mismo orden, insistir en una filosofía que choca con los intereses de la mayoría. Tenemos relevantes índices de instrucción en correspondencia con nuestros pares latinoamericanos. Hay más médicos por habitante que en muchos países del primer mundo.
No creo que en la cúpula exista un plan de envergadura para salir de los esquemas actuales. Un cambio representaría la admisión del fracaso. También es lógico el temor a que se desborden las aguas de las insatisfacciones populares a cuenta de la acumulación de promesas sin réditos tangibles.
Se acerca un desenlace. ¿Habrá que esperar uno, dos, tres años? Realmente no me atrevo a fijar un vaticinio. De lo que sí estoy seguro es el acortamiento del tiempo en la asunción de las responsabilidades históricas y políticas de los herederos del poder absoluto.
Mantengo mis reservas sobre la capacidad de este socialismo para reformular sus tesis. Quieren ir por las ramas cuando se hace impostergable mirar a las raíces.
La democracia con todos sus atributos es una camisa de 11 varas. Mucha tela para el cuerpo de una revolución que se accidentó en los caminos de la experimentación.
Permítanme dar una modesta opinión antes de un final que auguro tenso y espinoso: el socialismo en Cuba fue una inversión catastrófica. Dejará hipotecado el futuro entre las ruinas visibles y otras que aparecerán en su lenta disolución o en su súbita quiebra.
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