EL CUENTO DEL GATO
El cuento del gato
Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Se le poncha un neumático del automóvil en una carretera desierta y oscura. El hombre no tiene gato hidráulico para cambiar la rueda. Divisa una luz en la distancia y decide ir en busca de auxilio. Durante el trayecto piensa que el dueño de la casa no le prestará su gato. Le molesta pensarlo. Tanto le molesta que, al llegar, sin esperar respuesta del dueño, le dice apenas abre la puerta:
-Está bien, no me preste su gato, no me hace falta, se lo mete por donde mejor le quepa.
Y vuelve a la carretera solitaria, a desandar lo andado.
Viene al caso la cita de este tan socorrido cuento popular por el anuncio de la reunión que se llevará a cabo en La Habana, del 19 al 21 de marzo, entre dirigentes del régimen y representantes o presidentes -según se ha informado oficialmente- de las organizaciones de cubanos que residen en el exterior.
Y es que si bien no debemos indisponernos a priori, como el hombre del gato, tampoco sería bonito que nos lleve la corriente, como al camarón que se duerme.
Por un lado, puede resultar de interés la apertura o reapertura de este canal para intercambios que tal vez beneficien o anime un tanto a un grupo de paisanos, donde quiera que vivan y por las razones que sean. Ya que son cubanos y desean venir, y ya que esta reunión les resulta medianamente esperanzadora, entonces bienvenidos. Siempre será mejor que nada.
Por el otro lado, está el hecho que ya desde su propio anuncio la proyectada reunión no parece brindar demasiados motivos para la esperanza de la mayoría de los nuestros que hoy viven en el extranjero, ni para los del interior de la Isla.
Se habló de emigración, de residentes en el exterior, pero el término “exiliado” continúa brillando por su ausencia. Incluso se ha declarado oficialmente, a propósito de este evento, que es voluntad del régimen reforzar vínculos con los emigrados que “quieren a su país y respetan a la revolución”.
Eso por no apuntar que mucho menos se hizo mención a nuestra gente del inxilio, cubanos que viven dentro de Cuba pero al margen, sin derecho a proponer iniciativas para el beneficio del país, impedidos de intercambiar ideas y propuestas, sólo por oponerse abierta aunque pacíficamente a la política del régimen.
Significa que se ha empezado por negarle el gato, y sin abrirles la puerta, a cientos de miles de cubanos de afuera y de adentro que, por más que difieran políticamente con el régimen, y por muy irreconciliables que resulten tales diferencias, quieren igual a su tierra, la añoran, la sueñan libre y próspera, desean participar de algún modo en su renacimiento y hasta seguramente estarían dispuestos a intercambiar criterios sobre la base del respeto mutuo.
No obstante, no tenemos por qué ver con malos ojos la perspectiva de que un grupo de compatriotas residentes en el exterior venga a visitar su país, algunos quizá luego de muy larga ausencia. Ni siquiera hay que tomar a mal el intercambio si en definitiva termina beneficiando a un puñado de los nuestros.
La cuestión, insisto, no sería rechazar de plano el gato antes de que sea brindado. En todo caso, valdrá más exigirlo. Porque a diferencia de aquel hombre de la oscura carretera, los cubanos del exterior, y los del inxilio, ni están solos, ya que suman mucho más de dos millones, ni reportan indisposición. Además, el régimen no es dueño del gato, ni de la casa, no le corresponde el derecho moral, pero tampoco legal, a negarse a abrir la puerta.
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