ELTAMAÑO DEL INFIERNO
El tamaño del infierno
Por Miguel Cossio
Hace menos de un año el Papa Benedicto XVI decretó la desaparición oficial del limbo y la resucitación del infierno tangible, cuya existencia física había negado su antecesor Juan Pablo II en 1999. El infierno sí existe, no está vacío y es eterno, declaró Joseph Ratzinger, en contraposición a la idea de Karol Wojtyla de que no era un lugar, sino ``la situación de quien se aparta de Dios''.
Por la nueva directriz, de repente las almas de los niños y demás seres no bautizados que estaban en el limbo fueron trasladadas masivamente a algún lugar, al paraíso o al infierno. Quién sabe con exactitud adónde fueron a dar.
Si se lleva esta disquisición teológica al plano más mundano de la política, podría establecerse que, con la visita del cardenal Tarcisio Bertone a Cuba, el Vaticano pretende hacer lo mismo con el nuevo gobierno de Raúl Castro: sacarlo del limbo internacional y conducirlo muy a su paso al paraíso del orden mundial, que permite en su seno dictaduras como la cubana, siempre y cuando acepte participar en el juego de la globalización; o sea, en el toma y daca de la política, los intereses y las inversiones, en este caso, espirituales.
El error del Vaticano es tal vez de cosmovisión, porque en Cuba el tiempo no transcurre linealmente, sino de forma circular. Uno se tropieza con la misma piedra una y otra vez. Si no, llamemos al cielo y preguntémosle a Juan Pablo II, quien hace diez años pidió que Cuba se abriera al mundo y todavía está esperando.
¿Quién le garantiza al cardenal Bertone que la película tendrá un final diferente? Bertone llegó a Cuba a bendecir al régimen con la idea de conseguir acceso a los medios de comunicación y mayores espacios para el ministerio de la Iglesia. A cambio, condenó el embargo, elogió a Raúl Castro, a quien considera ''un hombre realista y abierto a dialogar'' y dejó claro que la Iglesia no impone, sino propone. Así que no pidió amnistía para los presos políticos, sino sólo buenos gestos de parte de la dictadura. Veremos en qué para la gestión.
Tal vez, como antiguo custodio de la doctrina de la fe de la Iglesia, Benedicto XVI debió instruir a su secretario de Estado que revisara aquella obra de Galileo Galilei Forma, tamaño y lugar del infierno. Al fin que Galileo es ya un tío confiable desde que Juan Pablo II lo rehabilitó en 1992, más de 300 años después de su muerte. Eppur si muove.
En aquel tiempo (hace cuatro siglos), Galileo quiso calcular matemáticamente el tamaño del infierno, tras leer a Dante. No imaginó el célebre astrónomo que podrían existir infiernos paralelos como los campos nazis de concentración, los gulags de la época de Stalin, los campos de trabajo forzado implantados por Mao en China o el infierno real de un sistema como el de Cuba, donde todo es pecado, nadie es inocente y jamás podrá demostrar lo contrario en ese gigantesco gulag que es la isla castrista.
¿Cuál es entonces la apuesta del Vaticano? ¿Avalar el deseo de Raúl Castro de intercambiar los cinco espías por opositores presos? Una vez más se aplica el principio del gatopardismo de que todo cambie para que siga siendo igual. Así el Vaticano y la Iglesia Católica de Cuba, tan santa, tan casta y tan pura, mantendrán sus poderes espirituales y, a la manera de los jesuitas, los Castro seguirán haciendo lo que les dé la gana, bendecidos por la nueva interpretación del limbo y del infierno, según Bertone, según Ratzinger.
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