EL TIRANO MAS CRUEL
El tirano más cruel
Por Manuel Vázquez Portal
Hace exactamente veinte años escribí estos versos. El tirano más cruel fluyó sin que pudiera / asirme a sus remansos. / Como un río se fue, / un silbo entre las ramas. No hay que ser muy inteligente para descifrar el oxímoron. Me refería al tiempo, y por inferencia al sistema de gobierno cubano como instrumento tiránico del más cruel de los tiramos.
Vivía entonces en La Habana. Tenía apenas 36 años. Siete años antes se me habían derrumbado los sueños. El éxodo de Mariel barrió con mis ingenuidades. Vi a las turbas vociferando y golpeando. Supe que la patria no era tan de todos. Un friso de rostros fieros y manos agresivas se esculpió en mi memoria. Me sentí cansado, viejo. Escribí el poema. Lo escribí quizás recordando a mi abuelo.
Muchos años antes, cuando aún creía que todo el tiempo era mío, le pregunté qué creía él del comunismo. Fue sencillo, rotundo:
--Lo malo del comunismo son los primeros quinientos años --me respondió.
Pero entonces no lo entendí. Los sabios son así de sencillos y complejos a la vez. No me habló de procesos históricos ni de expectativas humanas de vida. Hubiera sido una tontería.
Cómo explicarle a un adolescente deslumbrado que todos los procesos históricos sobrepasan las posibilidades de vida de cualquier ser humano, que cualquier sistema socioeconómico requiere de varias generaciones para consolidarse, ser eficiente.
No era mi abuelo hombre de sermones. Hacía reír. Según Aristóteles una de las vías para llegar a la verdad. Y dejaba pensar. Según Platón la necesaria fronesis. Y por esa época yo no conocía otro filósofo que no fuera mi abuelo.
Me quedé con la duda. Tuvo que deslizarse el agua por la clepsidra. Tuve que indagar, tropezar, caerme, levantarme, seguir indagando. Y en eso la arena discurría impasiblemente por el reloj. Creo que llegué a viejo pero no aprendí.
Fue mi amiga Carmen Luisa Cáceres, recién llegado yo a Miami, quien mejor me hizo ver lo que muchos años antes quiso enseñarme mi abuelo.
--Carmen, si la situación política en Cuba cambiara, ¿te irías para allá? --le pregunté con todo mi candor patriótico.
--De eso nada, mi amigo, yo me pasé veinticinco años tratando de construir el socialismo. El capitalismo que lo construya otro. Aquí lo encontré hecho y aquí me quedo, ya no tengo tiempo para andar de constructora, eso será cosa de jóvenes.
Y la frase de mi abuelo resurgió ante mí con toda su carga de sabiduría y su esplendor. Y comprendí el apremio de la gerontocracia cubana tratando de simular que está acometiendo un grupo de reformas que hagan más llevadera la vida de la población. Y comprendí porqué el pueblo ha emigrado constantemente frente a la imposibilidad de vivir confortablemente. Y comprendí por qué se teme a otro éxodo masivo cuando las expectativas del cambio prometido no se cumplan. La gente sabe que la vida es corta y una. Un tiempo asignado que no debe malgastarse creyendo en promesas de futuro. Desean ahora y aquí. Y el gobierno cubano no tiene para satisfacer esa necesidad. También se le acabó el tiempo de las promisiones, porque se le acabó el tiempo de las subvenciones.
De repente se ve frente a la necesidad de eficiencia y la eficiencia no es precisamente lo que caracteriza a un sistema que fracasó en todo el mundo por su probada ineficiencia. Es la hora de afrontar la realidad. La economía no concede milagros. Exige que se cumplan sus leyes. Y la primera ley del desarrollo es tener capital para invertir. Cuba no está solamente arruinada, también esta descapitalizada. Después de haber violado esas leyes por cincuenta años, la esperanza del gobierno es un milagro, pero no ya para desarrollar el país, sino para sobrevivir el poco tiempo que le queda. Esa es la trampa en que se halla y la trampa en que quiere enrolar a los eventuales inversores. Si logran un capital extranjero que los salve sin sacrificar el poder podrían capear la tempestad que se les avecina y hasta eternizarse bajo una fórmula mixta.
Si eso ocurre el pueblo cubano podrá junto a mi abuelo corroborar que lo malo del comunismo son los primeros quinientos años.
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