sábado, marzo 29, 2008

AVENTURA DE DOS CUBAS

Aventura de dos Cubas


Por Alejandro Ríos

Hoy mi padre cumple 80 años, muchos de los cuales y a su pesar, inmerso en las más procelosas aguas de la historia cubana contemporánea. Hombre de una sola novia que desposó hace más de medio siglo y luego perdió en 1998, es un náufrago ejemplar, un optimista esencial en los momentos más sombríos. Encarna, de cierto modo, la decencia cubana, una condición que ha vencido todos los sinsabores de un tiempo donde el orgullo de su idiosincrasia fue puesto en solfa.

En los años cincuenta pensó que La Habana le quedaba ajustada, le pidió una visa a la embajada de los Estados Unidos y partió para Chicago a trabajar en lo que mejor sabe hacer: imprimir impolutas superficies de papel, cuidando con ojo de orfebre la cuadrícula de colores. A la ciudad de los vientos y el arduo frío llegó con parte de la familia, sus tres primeros hijos. Allí nacería el cuarto y la hembra al regresar a la isla. En las fotos, mi padre parece Desy Arnaz y mi madre una artista italiana dirigida por Pietro Germi.

Cuando la gélida claustrofobia se hizo insostenible, la familia se estableció en una Hialeah paradisíaca de grandes espacios verdes y poco tráfico. Los cubanos eran una rareza en la comunidad. A mi padre no cesaban de reclamarlo las imprentas de la localidad. Su intachable ética laboral se forjó en un modesto taller de Mantilla donde mi abuelo instruyó a sus hijos en un oficio loable. Es la historia cubana que se repite y después fue distorsionada por la insidia de la dictadura del proletariado.

En 1962 dio un paso en falso que luego lamentaría en silencio, quemó las naves americanas y nos regresó a Cuba encandilado con el sol de la revolución naciente. Al principio tuvo cierta distinción ser ''repatriados'' y hablar inglés y contarles a los vecinos la buena vida que habíamos dejado atrás. Luego sobrevendría la incertidumbre de haberse equivocado.

Mi padre soportó la ordalía de ir perdiendo bienes terrenales y espirituales con un estoicismo ejemplar. Se refugió en la familia y nos hizo creer ''que la vida era bella'' aunque estuviéramos en un campo de concentración sin salida donde sus hijos comenzaron a sentir nostalgia por un tiempo que nunca debió desaparecer.

Chicago, sus parques y museos, Hialeah, sus patios y recovecos; los fines de semana en la playita de Key Biscayne, las Navidades, los cumpleaños registrados en colores Kodak se mantuvieron como asidero en medio de la caída. Sobre la desolación, un hombre cual capitán en la tormenta, imprimiendo libros primero y luego mapas de una Cuba adulterada, llena de provincias y mensajes de miedo y militancia.

Mi padre fue el valladar para que muchos de esos fraudes de la sociedad socialista no entraran por la puerta de la casa. Ninguna idea nos impuso más allá de la indulgencia y el decoro con respecto al otro, imprescindibles para afrontar la doble moral al uso en la desahuciada república, donde se desnaturalizaban las familias. Prefirió sufrir las consecuencias de nuestras rebeldías en ciernes que coartar las libertades que había disfrutado en su vida americana.

Hoy que cumple ochenta años en el mismo sitio que fue feliz con su aliada incondicional, quien lo sigue venerando desde el éter, se hace más ostensible que le debemos todos nuestros éxitos y bienestar. En la mayor discreción dable, supo limar los sinsabores que nos acosaban. Su amor y entereza hizo posible que recorriéramos la aventura incierta de las dos Cubas sin habernos dañado o perdido en el intento.