martes, julio 01, 2008

EL EXTRAÑO JEFE

El extraño jefe

Por Raúl Rivero

El Mundo
España

Ofelia Gronlier Lamar, una joven habanera, inteligente, bonita y culta, sufrió a principios de la década de los 60 el interrogatorio más raro del mundo en su afán por conseguir su primer trabajo. Lo escribió todo, ya en los años 90, exiliada en Cádiz junto a su esposo, el poeta Manuel Díaz Martínez, que reside ahora solo en Canarias, después de la muerte de Ofelia en 1995. Ella publicó en varias revista literarias sus recuerdos de la vida; quiero compartir con ustedes algunos fragmentos de aquella primera entrevista laboral.

Ofelia dice que su eventual jefe la esperó en un sitio desagradable donde había un horrendo archivo de metal, una máquina de escribir norteamericana y unas sillas desvencijadas. Desde el fondo de ese escenario descorazonador, Ofelia recuerda: «Un hombre, que me pareció enorme, se incorporaba lentamente, con la majestad de un pope, y me saludaba inclinando la cabeza».

Después, su interrogador se sumergió en una charla de horas de la que salió dos o tres veces para preguntarle por sus preferencias, literarias, musicales y de artes plásticas.

De repente llegaron algunas preguntas sorprendentes. Ofelia recuerda: «Si era gatófila o perrófila, amante del mamey o de la piña. Le dije que pintaba, que dibujaba gatos, y esto parece que le agradó, pues él era evidentemente profelino. Me habló de Chagall, y ello le sirvió de puente para llegar a los gatos egipcios, sobre los que me dio una larga disertación que me pareció muy divertida».

( José Lezama Lima en su madurez cuando ya había sido condenado al ostracismo cultural de la Revolución, a la cual algunos intelectuales oficialistas y adulones califican como el acontecimiento cultural más grande en la Cuba del siglo XX; nota del blogguista )

Ella evoca una voz agradablemente cálida, abaritonada y marcada por una respiración jadeante que le daba una extraña cadencia. «Mañana a las ocho, aquí, señorita. Mandaré traer un buró especial para usted», dijo el jefe mientras se ponía de pie.

«Cuando salí del palacio de Bellas Artes a la calle, era mediodía. La deslumbrante luz de Cuba me sacó del encantamiento de aquel casi monólogo tan desconcertante», escribió Ofelia bajo la luz de Cádiz.

Al otro día, el jefe la recibió con un traje color café con leche y con un poema improvisado que la dejó muda.

El buró especial que le había prometido era, según ella, «un horripilante artefacto» encajado en aquella especie de baño de vapor que servía de despacho al funcionario.

La joven estaba asustada. «Comenzaba a sudar a cántaros cuando sentí su voz: '¿Y qué tal de resonancias?'».

«'¿Qué debo hacer?', le contesté».

«Tú no has venido aquí a trabajar, sino a cultivarte».

Los discípulos y admiradores de José Lezama Lima deberían tener en su biblioteca un libro con estas memorias de Ofelia Gronlier Lamar, la joven secretaria del poeta en sus años de empleado del Palacio de Bellas Artes. En esa oficina se inició un cariño que siguió después hasta el ámbito de la familia de Manolo y Ofelia.

Ella recuerda a Lezama Lima como ser humano, el extraño jefe y como el escritor que el mundo conocería mucho después: «Casi nunca entendía sus referencias ni sus asociaciones culturales -y esto divertía al muy maligno-, de modo que aprendí a seguirlo como se sigue a un mago por los más imprevisibles caminos. Su conversación llegó a ser para mí como una fiesta».