lunes, agosto 25, 2008

LA BALSA INTERIOR

La balsa interior

Por Rafael Ferro Salas

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - “Los cubanos llevamos una balsa dentro -me dice y se queda mirando por la ventana de su cuarto-; lo que más me preocupa es dejar atrás a mi hijo.

Mi amigo se llama Ricardo. Trabaja en servicios comunales de la ciudad donde vivimos. En una ocasión fue sorprendido por las autoridades cuando intentaba salir de manera clandestina del país. Le impusieron como castigo limpiar las calles del pueblo.

Muchos cubanos están en la misma situación que mi amigo. Hoy abundan los que desean abandonar la isla y buscar mejor vida en cualquier parte. Renuncian a la familia, a la tierra donde nacieron, y a la vida cuando se lanzan a la aventura de conquistar el futuro sin importarles el precio a pagar.

Cruzar al otro lado del mar es la más común de las opciones. El océano es la barrera que se impone a las esperanzas, pero la gente acepta el reto y lo enfrentan. Construyen balsas y “se echan a la mar” confiado en Dios y en la buena suerte.

Roberto no quiere arriesgar a su esposa, mucho menos a su hijo de cinco años.

-Si mi hijo se ahoga yo no me perdonaría eso. Si llego voy a pasar días duros allá; sé que voy a extrañarlo, pero vale la pena. Le soy más útil allá que aquí en Cuba como un simple barrendero. Es un oficio como otro cualquiera, pero en mi caso lo hago como un castigo que me han impuesto, por eso no me gusta.

Si fracasa en este otro intento la pena que le aplicarán será más rigurosa, él lo sabe. Por un rato los dos nos quedamos en silencio. Yo no puedo adivinar lo que él está pensando, pero sé lo que yo pienso. Hay una interrogante dentro de mi cabeza: ¿Hasta cuándo las personas de este país tendrán como única opción alternativa para el mejoramiento de sus vidas la furia del mar y el riesgo del castigo o la muerte por fracasar en el intento? Nadie lo sabe.

Creo que va a pasar mucho tiempo antes de tener a mano la respuesta a esa interrogante que tengo en mi cabeza mientras Roberto y yo nos mantenemos en silencio. Estamos sentados en el parque a la sombra de los pocos árboles que van quedando.

Hace treinta años era un bello parque. Allí se daban citas los amantes. Es el mismo viejo parque en el que hablé por primera vez con mi novia. Nos juramos amor eterno y hoy seguimos juntos y casados cumpliendo a cabalidad aquel pacto. Aquel fue un tiempo hermoso, yo creo que las gentes se querían bien en serio y no jugaban con el amor como lo hacen ahora. Nos despedimos. Llegué a casa de mi tía y tomé café con ella, asomados los dos en el balcón que da a la calle.

-Tengo ganas de salir de este país de basura y morirme de vieja en cualquier otra parte –me dijo-. Envidio a los que salen en balsas y llegan. Yo creo que envidio también a los que se ahogan en las aguas de la mala suerte.

Seguimos por un rato en el balcón, conversando en silencio con nuestro balsero interno mientras vemos morir la tarde.