AROCENA, EL COLOR DEL PASADO
El pasado o el presente no lo hace un hombre por muy influyente que sea; menos aún una persona en sus últimos años de vida.
Una causa puede ser justa o no y los métodos de lucha pueden exaltarla o denigrarla.
El perdón no es prueba de inocencia o de injusticia cometida; es sencillamente eso: un perdón, lo cual lleva implícito una culpabilidad
Una prisión de 25 años es mucho tiempo y el tiempo ya de hecho cambia muchas cosas; lo importante es determinar si esa persona es o será un peligro para la sociedad.
Lolita Lebrón y sus otros tres compañeros de causa fueron perdonados por el Presidente Jimmy Carter tras cumplir 25 años de cárcel por un ataque al Congreso de Estados Unidos en 1954 en el cual tirotearon a varios congresistas; no renunciaron para ese perdón a sus ideas de independencia de Puerto Rico ni mostraron arrepentimiento por la acción llevada a cabo. Pueden ver más en http://www.latinamericanstudies.org/congress-attack.htm
Sobre el caso de Arocena pueden consultar:
http://www.latinamericanstudies.org/arocena.htm
Arocena, el color del pasado
Por Ivette Leyva Martínez
Era el día en que Eulalio José Negrín, líder de la comunidad cubana en Nueva Jersey, iba a ver jugar football por primera vez a su hijo de 13 años, Richard. Ambos caminaban por la calle hacia el auto cuando una lluvia de balas destrozó el hechizo de la soleada mañana de 1979.
Richard Negrín recuerda aún nítidamente el río de sangre y mirada de alivio de su padre agonizante al comprobar que él estaba ileso. Horas después, Omega 7, la organización creada y dirigida por Eduardo Arocena, reivindicó el asesinato como un pase de cuentas a uno de los participantes en el Diálogo de 1978 con el gobierno cubano.
Marcado por la tragedia, el joven Negrín decidió convertirse en fiscal y es hoy un prominente abogado en Filadelfia.
Su historia, como las de otras víctimas de Omega 7, ha quedado eclipsada con la campaña que busca el perdón presidencial para Arocena sobre la base de que fue condenado con más dureza de la que merecían sus actos ``movidos por el profundo deseo de devolver la democracia a nuestra patria''.
( Eduardo Víctor Arocena Pérez)
Los hechos, sin embargo, dicen lo contrario. Todos los ataques de Omega 7, entre 1975 y 1983, se produjeron en territorio estadounidense contra personas y entidades civiles cuyo único delito era pensar diferente. La misma ametralladora usada para asesinar a Negrín segó la vida del diplomático cubano Félix García Rodríguez meses después.
Arocena admitió en conversaciones grabadas con agentes del FBI haber organizado ambos atentados, e incluso se ufanó de que el arma ''todavía anda por ahí''. El líder de Omega 7 tampoco tuvo escrúpulos en adjudicarse el explosivo que estalló en un equipaje de la aerolínea TWA en el aeropuerto JFK en 1979, causando grandes daños. Era su manera de protestar contra el anuncio de un servicio de vuelos a Cuba.
Otros atentados explosivos reivindicados por Omega 7 estuvieron dirigidos contra una oficina de venta de boletos de la aerolínea soviética Aeroflot --durante el cual fue baleado un policía--, contra la embajada de México en Nueva York y los consulados en Miami de ese país y de Venezuela; así como al Avery Fisher Hall, el Madison Square Garden y la misión diplomática cubana en Nueva York.
En 1982, aprovechando rencillas internas de Omega, el FBI logró penetrar el grupo armado. Los ''tipos duros'', incluyendo a Arocena, comenzaron a incriminarse los unos a los otros y confirmaron incluso que el narcotráfico financiaba algunas de sus actividades criminales.
Pero el líder quiso pasarse de listo: tras incumplir varias promesas de colaboración con el FBI, fanfarronear de que ''nunca, nunca me van a atrapar'', fue arrestado en un apartamento de La Pequeña Habana con un arsenal mortífero.
En el juicio que duró seis semanas en 1984 y del que pueden encontrarse algunos documentos en Internet, Arocena negó con argumentos fantasiosos todas las acusaciones, que fueron respaldadas abrumadoramente por 85 testigos --entre ellos varios miembros de Omega 7--, conversaciones grababas y evidencias materiales. De nada le sirvió: fue hallado culpable de 25 cargos. Perdió todas las apelaciones. Eran los años de la presidencia de Ronald Reagan.
Me pregunto si las 1,414 personas que apoyan la petición de perdón presidencial conocen bien el historial de Arocena. Si a ellas, como a las 45 organizaciones del exilio que lo respaldan, tampoco les importa que nunca haya mostrado públicamente arrepentimiento por sus actos, aunque en la petición de perdón se afirme que el prisionero ''ha mostrado remordimiento y contrición por sus actos''. Afortunadamente, ninguno de los congresistas cubanoamericanos se ha sumado a la iniciativa.
Richard Negrín asegura, sin embargo, que entiende los esfuerzos de clemencia.
''Espero que Arocena y su familia disfruten el tiempo que pasan juntos durante las horas de visita'', me dijo. ``Desafortunadamente, por lo que él hizo, nunca tendré ese lujo con mi padre ni mis hijos pasarán nunca ese tiempo con su abuelo''.
El caso de Arocena ilustra un período tenebroso de ''gatillo alegre'' y convulsas contradicciones políticas dentro del exilio cubano, cuando patriotismo y terrorismo llegaron a confundirse entre sí.
Muchos miembros de Omega 7 cooperaron con el gobierno que los acogió como exiliados y otros renunciaron a la lucha armada. Arocena no hizo ni lo uno ni lo otro. Su encarcelamiento puso fin a una época de terror dentro de la comunidad exiliada.
El líder de Omega 7 no tiene cabida en el Miami de hoy: representa el pasado y allí debe quedar.
Editora de Yahoo! Inc.
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