EN MEMORIA DE MARIA DEL CARMEN " CUCA" PINO VDA. DE CAÑIZARES
En memoria de Maria del Carmen “Cuca” Pino vda de Cañizares
Sábado 23 de agosto del 2008
Catedral de Mayaguez, Puerto Rico


No me adentraré mucho en lo fué su vida, por no alargar esto, pero también porque me vería forzada a hablar sobre sus grandes penas y pérdidas así como de su enfermedad del último año de su vida. Es demasiado doloroso para mi pensar en todo lo que pasó, además, creo que los humanos no entendemos bien ese misterio. Sólo puedo decirles que todo lo aceptó con resignación, entereza y fé. Creo que s u alma se purificó durante una vida entera entregando amor y, muy especialmente por sus grandes sufrimientos, culminando con su enfermedad, los que había ofrecido siempre con valor, temple, y fé por las más nobles intenciones.
Prefiero hablar de lo que más me gustaba de ella. Tanto en la amistad como en sus actividades e intereses, mi madre nunca fue superficial. Aparte de su profunda fé cristiana, su estoicismo ante la adversidad, y su carácter gregario, a los que ya aludí, la lista de sus cualidades es contundente. Se destacan su suavidad, ocurrente sentido del humor, inteligencia, cultura, curiosidad intelectual, responsabilidad y precisión en sus asuntos administrativos y financieros, compasión, generosidad, capacidad para perdonar y no enojarse con nadie, impresionante habilidad de no dejar que nada chico le molestara, sencillez, clase, conformidad, adaptabilidad, incapacidad de sentir envidia o hablar mal de nadie, gratitud por todo lo bueno que le daba la vida, el sabio hábito de resaltar lo mejor de cada persona y pasar por alto lo menos bueno, férreos valores democráticos, y patriotismo. Para conmigo y sus nietos, amor, entrega y apoyo plenos e incondicionales, algo realmente grandioso. Por supuesto tenía limitaciones, y algunos traumas, despistes, e idiosincrasias que se le colaron por ahí me afectaron por más que intenté que no fuera así. Pero cuando yo sentía impaciencia o frustración con ella, me daba cuenta de que ella era mucho mejor persona que yo, pues toleró y perdonó mis defectos sin falla, siempre mejor que yo los de ella. Puedo decir con justicia que sus faltas siempre fueron de omisión, algunas tan insignificantes como el repetirme las cosas una y otra vez, otras más difíciles, pero comprensibles, como su constante a

( Catedral de Mayaguez, Puerto Rico )
Hasta con su enfermedad entregó de sí. Era favorita de los médicos y enfermeras por su ternura y sentido del humor. Y a mí me hizo un regalo de valor inapreciable. Me forzó a enfrentarme al reto máximo, la lucha interna conmigo misma para superar toda resistencia y poder cuidarla con plena entrega y devoción, haciéndola sentir importante, acompañada, protegida, y querida. Así me dio la oportunidad de aprender a ser mejor hija. Y, por si me faltaba fé para enfrentar el dolor de su partida, me hizo un obsequio maravilloso al tocarme con un destello de la suprema y gloriosa paz que ella, en el momento de su muerte, por fin alcanzó.
Algunos de ustedes conocen lo personal y profundo que fue su compromiso con la causa de la libertad de Cuba y cuanto la marcó su dolorosa historia personal. Cuando ella tenía apenas 27 años, mi padre murió en Cuba luchando contra el sistema comunista que se imponía en la isla. Mi madre pagó el precio el resto de su vida. Perdió al hombre a quien amaba intensamente, quedó viuda con dos niños menores de dieciocho meses y tuvo que enfrentarse al descalabro emocional y material que supuso un tumultuoso exilio de incertidumbres y penas, con la familia separada y heridas profundas de todo tipo. Y, a pesar de todo lo que le cayó encima, siguió comprometida con los sólidos principios que compartió con su esposo y firme en el legado que él le dejó.

Hoy, quisiera terminar leyendo ese fragmento. Pero como nunca lo he podido hacer sin que me supere la emoción, le he pedido a mi antigua y querida profesora Lucy Rodríguez, que nos haga el favor. Lucy es de lo mejor que da Mayaguez; además, fue muy apreciada por mi madre. Es directora del Coro de Vista Verde, al que agradecemos hoy por obsequiarnos su bella música, su tiempo y su esfuerzo.
Que mi madre descanse en gloriosa paz, rodeada del amor más pleno concebible, con su esposo, hijo, hermano, padres, sobrinos, y demás seres queridos que se fueron antes, incluyendo a sus grandes amigas mayagüezanas Heida, Ethel y Velma. Que permanezca arropada con el manto de la Virgen de su ferviente devoción y al lado mismo del Dios bueno del cual nunca dudó. Tengo fé de que desde el cielo ella verá cumplido el ardiente anhelo que compartió con su amada esposo de ver a su patria libre. Será el día en que el amor, la harmonía, la paz y la tolerancia que ella sembró con su vida logren regir el destino de los cubanos. A quienes la conocimos, nos dejó un maravilloso ejemplo.
--Maria C. Werlau (“Marita Cañizares)
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