domingo, agosto 24, 2008

EN MEMORIA DE MARIA DEL CARMEN " CUCA" PINO VDA. DE CAÑIZARES

En memoria de Maria del Carmen “Cuca” Pino vda de Cañizares


Sábado 23 de agosto del 2008
Catedral de Mayaguez, Puerto Rico

Mi madre no pudo haber venido a mejor lugar para criar a sus hijos, llevar su viudez en el destierro, y vivir su última edad. Aquí en Mayaguez encontró no20sólo la cercanía a su adorado hermano y su familia, sino también un oasis que le brindó 40 años de seguridad, cariño, calor, tranquilidad, apoyo y alegrías. Tuvo la gran fortuna de encontrarse a unos hermanos en Titi Celi y Tío Junior que ni de sangre hubieran podido ser mejor y a otras amistades entrañables que se convirtieron en familia. Por fortuna de ella y nuestra serían muchas por nombrar; muchos nos acompañan hoy. Mi gratitud a mis tíos Cora y Fello es incalculable por traernos aquí y acogernos con tanto amor. Mi gratitud para con todos ustedes y con este pueblo hospitalario, noble, generoso, y bueno, es eterna.

La red de familia, amistad, y solidaridad de mi madre fue muy abarcadora. Comenzó en la Cuba de su niñez y juventud, siguió por Boston y la Florida cuando fué a estudiar, en Miami durante su exilio inicial, echando luego sólidas raíces en Mayaguez mientras continuó regándose por todas partes. Durante décadas mantuvo lazos de amistad y unión familiar con muchos seres queridos en la distancia mientras cosechaba nuevos nexos a donde quiera que iba, incluyendo a otros países y en los últimos años en el mundo cibernético. Son muchas las personas que durante la vida de mi madre, y con especial afecto en su enfermedad, le brindaron amor, apoyo, amistad, atenciones, oraciones y tantas otras cosas buenas. Es imposible poner en palabras lo mucho que eso significó para ella y cuan sentido es nuestro agradecimiento. Ha sido una gran bendición y un maravilloso consuelo sentirnos arropados con tanto amor y buena voluntad.

No me adentraré mucho en lo fué su vida, por no alargar esto, pero también porque me vería forzada a hablar sobre sus grandes penas y pérdidas así como de su enfermedad del último año de su vida. Es demasiado doloroso para mi pensar en todo lo que pasó, además, creo que los humanos no entendemos bien ese misterio. Sólo puedo decirles que todo lo aceptó con resignación, entereza y fé. Creo que s u alma se purificó durante una vida entera entregando amor y, muy especialmente por sus grandes sufrimientos, culminando con su enfermedad, los que había ofrecido siempre con valor, temple, y fé por las más nobles intenciones.

Prefiero hablar de lo que más me gustaba de ella. Tanto en la amistad como en sus actividades e intereses, mi madre nunca fue superficial. Aparte de su profunda fé cristiana, su estoicismo ante la adversidad, y su carácter gregario, a los que ya aludí, la lista de sus cualidades es contundente. Se destacan su suavidad, ocurrente sentido del humor, inteligencia, cultura, curiosidad intelectual, responsabilidad y precisión en sus asuntos administrativos y financieros, compasión, generosidad, capacidad para perdonar y no enojarse con nadie, impresionante habilidad de no dejar que nada chico le molestara, sencillez, clase, conformidad, adaptabilidad, incapacidad de sentir envidia o hablar mal de nadie, gratitud por todo lo bueno que le daba la vida, el sabio hábito de resaltar lo mejor de cada persona y pasar por alto lo menos bueno, férreos valores democráticos, y patriotismo. Para conmigo y sus nietos, amor, entrega y apoyo plenos e incondicionales, algo realmente grandioso. Por supuesto tenía limitaciones, y algunos traumas, despistes, e idiosincrasias que se le colaron por ahí me afectaron por más que intenté que no fuera así. Pero cuando yo sentía impaciencia o frustración con ella, me daba cuenta de que ella era mucho mejor persona que yo, pues toleró y perdonó mis defectos sin falla, siempre mejor que yo los de ella. Puedo decir con justicia que sus faltas siempre fueron de omisión, algunas tan insignificantes como el repetirme las cosas una y otra vez, otras más difíciles, pero comprensibles, como su constante ansiedad por la seguridad de los que más quería. Pero jamás hizo nada por causar daño a nadie, ni siquiera deseárselo, y lo que emanó de ella fue pura nobleza, bondad y amor. Con sinceridad, en toda mi vida nunca me he encontrado a nadie que haya dicho lo contrario.

( Catedral de Mayaguez, Puerto Rico )

Hasta con su enfermedad entregó de sí. Era favorita de los médicos y enfermeras por su ternura y sentido del humor. Y a mí me hizo un regalo de valor inapreciable. Me forzó a enfrentarme al reto máximo, la lucha interna conmigo misma para superar toda resistencia y poder cuidarla con plena entrega y devoción, haciéndola sentir importante, acompañada, protegida, y querida. Así me dio la oportunidad de aprender a ser mejor hija. Y, por si me faltaba fé para enfrentar el dolor de su partida, me hizo un obsequio maravilloso al tocarme con un destello de la suprema y gloriosa paz que ella, en el momento de su muerte, por fin alcanzó.

Algunos de ustedes conocen lo personal y profundo que fue su compromiso con la causa de la libertad de Cuba y cuanto la marcó su dolorosa historia personal. Cuando ella tenía apenas 27 años, mi padre murió en Cuba luchando contra el sistema comunista que se imponía en la isla. Mi madre pagó el precio el resto de su vida. Perdió al hombre a quien amaba intensamente, quedó viuda con dos niños menores de dieciocho meses y tuvo que enfrentarse al descalabro emocional y material que supuso un tumultuoso exilio de incertidumbres y penas, con la familia separada y heridas profundas de todo tipo. Y, a pesar de todo lo que le cayó encima, siguió comprometida con los sólidos principios que compartió con su esposo y firme en el legado que él le dejó.

El gobierno cubano nunca entregó los restos de mi padre a la familia, ni siquiera confirmó su muerte. Suponemos que fue enterrado en una fosa común en el campo de batalla. Les cuento todo esto para sentar el contexto para algo que no podía faltar en su despedida, la lectura de un trozo de la obra El Tío Vania del dramaturgo ruso de fines del siglo 19, Antón Chéjov. Poco antes de enfermarse, ella lo había circulado en un correo electrónico, donde escribió: “Con estas letras de Chéjov me hubiera gustado despedir el duelo de mi esposo Armando, quien cayó en defensa de la libertad de su patria, si el régimen me hubiera permitido recuperar sus restos para darle cristiana sepultura.”

Hoy, quisiera terminar leyendo ese fragmento. Pero como nunca lo he podido hacer sin que me supere la emoción, le he pedido a mi antigua y querida profesora Lucy Rodríguez, que nos haga el favor. Lucy es de lo mejor que da Mayaguez; además, fue muy apreciada por mi madre. Es directora del Coro de Vista Verde, al que agradecemos hoy por obsequiarnos su bella música, su tiempo y su esfuerzo.

Que mi madre descanse en gloriosa paz, rodeada del amor más pleno concebible, con su esposo, hijo, hermano, padres, sobrinos, y demás seres queridos que se fueron antes, incluyendo a sus grandes amigas mayagüezanas Heida, Ethel y Velma. Que permanezca arropada con el manto de la Virgen de su ferviente devoción y al lado mismo del Dios bueno del cual nunca dudó. Tengo fé de que desde el cielo ella verá cumplido el ardiente anhelo que compartió con su amada esposo de ver a su patria libre. Será el día en que el amor, la harmonía, la paz y la tolerancia que ella sembró con su vida logren regir el destino de los cubanos. A quienes la conocimos, nos dejó un maravilloso ejemplo.

--Maria C. Werlau (“Marita Cañizares)