viernes, agosto 29, 2008

LA SIMULACION Y EL CORAJE.

Tomado de CubaDemocraciayVida.org


LA SIMULACION Y EL CORAJE.


Por Iliana Curra.


En Cuba, simular es parte de la vida diaria. Es lo que se aprende desde que empiezas a tener uso de razón. Es aparentar lo que no sientes, o lo que sientes. Es sobrevivir en un mundo surrealista donde no sabes ya, ni siquiera, quién es quién. Es, tristemente, la mejor manera de permanecer fuera de las rejas de una prisión. Donde nadie, por supuesto, quiere estar.

El cubano que vive en la isla aprendió, a fuerza de represión, cómo subsistir, diciendo lo que no siente y haciendo lo que no quiere. Formándose como militante de la Juventud o el Partido Comunista, y a la vez, participando en fiestas religiosas. Leyendo a Marx y Engels y pensando en abandonar el país. Haciendo la guardia del Comité y jugando a la “bolita”, participando en los “domingos rojos”, pero también comprando en la bolsa negra. En fin, el cubano casi pierde su identidad propia como persona. Es posible que, a estas alturas, muchos ni sepan quiénes son.

Fingir –en Cuba- se ha convertido en algo natural. La desconfianza es exclusiva de todos, en un país donde expresar la verdad te cuesta la cárcel. Muchos, la mayoría, no se atreve a decir lo que siente. Sería como excomulgarse. Sería como quitarse la coraza que los protege hasta de la propia muerte. Y nadie, absolutamente nadie, quiere morir.

En Cuba se vive a diario como en una obra de teatro. Una actuación que no termina jamás. Las caretas solo descansan en la privacidad del hogar, quizás cuando todos duermen. Es la mejor forma de cuidarse para evitar el castigo.

El cubano aprendió a leer entre líneas, a escuchar entre líneas y a vivir, también, entre líneas. Es la manera más “inteligente” de subsistir, de prolongar tu espacio, de estar en la calle “luchando” a diario. Es más fácil aparentar, que estar en una celda oscura y llena de ratas. Es mejor dejarte ver en una “marcha combatiente”, que exigir tus derechos. Es preferible aceptar lo que ofrecen como limosna, que arrebatar lo que te mereces.

El terror implantado en Cuba a base de fusilamientos y encarcelamientos masivos en los primeros años del régimen del tirano Fidel Castro, mutiló –en esencia- la condición libre del ser humano. La que nace con uno. Cercenó la libre expresión. Amilanó la fe religiosa. Desdobló la personalidad de todos hasta llevarlos a una simulación casi patológica. Renunciamos a ser lo que fuimos para convertirnos en lo que somos. En fin, dejamos de ser nosotros mismos para no ser nadie.

La simulación es como una armadura que te protege. No deja pasar tu verdad. Ésa la guardas solamente para hablar bajito, entre los tuyos - los que piensan como tú - en la intimidad, si acaso, de la familia.

La doble moral pervierte la mente, pero preserva la existencia, porque la vida no solo se pierde cuando mueres. También se muere en vida. En una cárcel. En un permanente status de “no persona”. Hay quienes dicen no haber apoyado jamás al régimen, pero, hoy por hoy, son graduados universitarios. Lo que quiere decir que, al menos, simularon. Y lo hicieron para lograr su propósito, pero fingieron. Lo que sucede es que, a veces, falta la capacidad para reconocer una determinada actitud.

Hacer como que eres, y no lo eres, es como nadar en aguas turbias. Es vivir en permanente desvelo por temor a que te descubran. Es enviciar tu propia conducta a base de evitar lo peor. Es como morir emocionalmente, pero vivir de manera física. Es, al final de todo, como desgarrar tu condición de ser humano para convertirte en una máquina que no siente, ni padece. Lamentablemente, hay millones que sobreviven de esa forma. Y la realidad, aunque triste, hay que conocerla.

De igual forma no podemos evadir la otra realidad. Los que se expresan como sienten, aunque tengan miedo -porque el miedo es natural en cada ser humano-asumen las consecuencias de su actuar porque no pueden, o decidieron no fingir más. Se determinan como personas libres por dentro, aunque estén encerrados en una celda. Hacen lo que sienten y lo que pueden. No renuncian a ser lo que son, porque se arrogan sus propios derechos, los que Dios le dio a cada uno.

La simulación para ellos no existe. Son pocos, es verdad, pero salvan la virtud de aquellos que no la tienen. Están en las cárceles, en las calles sin empleos para sobrevivir, sin posibilidad real de estudiar en las universidades, con sus derechos cercenados, perseguidos, pateados, pero libres. No tienen que aparentar y duermen con la conciencia tranquila. No tienen que decirle a sus hijos que personifiquen ser pioneros comunistas, ni hacen la guardia del Comité, mucho menos trabajo voluntario o un “domingo rojo” en la cuadra. Esa parte del pueblo es la que demuestra que, para vivir en Cuba, lo que hay que tener es coraje.