sábado, agosto 16, 2008

SOLZHENITSIN FUGAZ EN CUBA

Solzhenitsin fugaz en Cuba



Por Alejandro Rios


En los atribulados años ochenta, el escritor Manuel Cofiño (''La última mujer y el próximo combate'') me confió en baja voz y con cierto temor, que había sostenido una conversación con el poeta ruso Evgueni Evtushenko, a la sazón de visita en Cuba, y que el hombre seguía siendo sumamente crítico del socialismo. Pocos días después pude atestiguarlo, de primera mano, cuando lo entrevisté para una revista y no pocas de sus respuestas quedaron fuera de la publicación.

Luego de un diferendo con Nicolás Guillén, que lo alejó de la isla durante mucho tiempo, Evtushenko se tropezó con el ministro de Cultura Armando Hart en Nicaragua y se quejó de que no había vuelto a ser invitado a Cuba. Hart lo animó a la visita, no sin antes hacer los arreglos pertinentes para que la Seguridad del Estado tomara cartas en el asunto. Se cuenta que el difunto Cofiño era la cara más amable de la atención que le dispensó la policía política.

Acostumbrado a leer sus poemas ante multitudes, el escritor debió conformarse con un recital, rigurosamente vigilado, para los obreros de la fábrica Amistad Cubano Soviética. En el 2006 regresó a La Habana invitado a un encuentro de poetas, recordó a Yuri Gagarin y alabó ''la derrota del imperialismo en las playas de Girón'', lo cual parece haberle granjeado la confianza perdida de los suspicaces comisarios.

No todos los escritores rusos, sin embargo, han merecido la misma pleitesía. Alexander Solzhenitsin murió sin ser redimido y el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, lo despachó en un sucinto obituario de sesenta y tantas palabras donde todavía hubo espacio para denostarlo en medio de un apunte biográfico de rigor. Nada extraño a los designios de la publicación que, en su momento, dedicara similar cantidad de palabras para despedir a José Lezama Lima y a Virgilio Piñera, rescatados muchos años después en lo que se conoce como una infame operación de ``tumbas blanqueadas''.

Para hacer honor a la verdad, el conocimiento, muy parcial, de la literatura de Solzhenitsin en Cuba se debe a los buenos oficios del ensayista Ambrosio Fornet en su labor de editor durante los años sesenta. En un momento de aparente apertura, poco antes de que el caso Padilla hiciera apretar las tuercas de la represión, fue cuando el Instituto del Libro acogió su idea de fundar una serie editorial, de primorosos libros de bolsillo, diseñados en su gran mayoría por el pintor Raúl Martínez, bajo el criollo título de Cocuyo. La selección inicial no pudo ser mejor para el lector cubano, que entró en contacto con los más grandes escritores contemporáneos de Europa y Estados Unidos.

( Alexander Solzhenitsin )

Aunque luego devino aliado de causas menos loables, poniendo su inteligencia al servicio de las postrimerías de la dictadura que alguna vez cuestionó con sus gestos culturales, lo cierto es que el primer libro publicado por Cocuyo fue Un día en la vida de Iván Denisovich. Novela breve, autobiográfica en no pocos sentidos, y crítica de los desatinos stalinistas, algunos cubanos la leyeron temiendo la predestinación de su espeluznante argumento, mientras otros pensaban que el socialismo con pachanga nunca llegaría a los extremos descritos por el patriarca literario ruso. En algún momento, ambos criterios se cruzaron en el camino dando como resultado el engendro castrista que ya dura medio siglo.

Con la llegada de Leonid Brezhnev al poder en la Unión Soviética de 1964 y el establecimiento de una mayor alianza con el gobierno de Cuba, el destino de Solzhenitsin quedó sellado para el público de la isla. Nunca más se supo de él y cuando alguna noticia circulaba sobre su persona venía amparada por la desidia y la distorsión del periodismo salido del llamado campo socialista, donde el gran escritor pasó a ser un paria entre sus lectores naturales.

Fue así como los libros de Solzhenitsin, llegados subrepticiamente al país, pasaron a integrar la digna lista de autores prohibidos que circulaban enfundados en portadas de la revista Bohemia. Aunque me consta que en la oficina del burócrata que dirigía el Instituto del Libro, hoy devenido escritor de mamotretos que quieren ser novelas históricas, descansaban en sus libreros vistosas ediciones en español de Pabellón del cáncer y El archipiélago Gulag.

Luego de veinte años de exilio forzado, Solzhenitsin murió en su casa como era su deseo, según dio a conocer la viuda. En vida recibió todos los homenajes y redenciones posibles. Tanto Gorbachov como Putin lo consideran un héroe de su tiempo por haberse enfrentado al fascismo, el stalinismo y al llamado capitalismo salvaje. Fue profeta en su tierra.

Mientras tanto, Lezama y Piñera, homólogos cubanos sin la temeraria vocación del ruso, esperan por el perdón oficial del gobierno que los hundió en el abismo del miedo y la intransigencia.