LA ERA DE CAPRICORNIO
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La disposición de Obama a dialogar con el régimen augura una etapa de gran alivio para los jerarcas de La Habana.
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Por Julián B. Sorel, París | 10/11/2008
Cubanos observan un reportaje sobre la victoria de Obama, en La Habana el 5 de noviembre de 2008. (AP)
La elección del senador Barack Hussein Obama a la presidencia de Estados Unidos representa mucho más que un triunfo del ala izquierda del Partido Demócrata o de la integración racial en ese país. Su victoria marca el acceso de una nueva generación al poder político y social en la nación más rica e influyente del mundo. No es sólo un relevo de dirigentes o de partido; es también el inicio de una transición hacia otra época, que promete ser muy distinta de la que ahora concluye.
Los hijos del baby boom posterior a la Segunda Guerra Mundial —Bill Clinton y George Bush, Jr.— gobernaron de 1992 a 2008. Fueron los abanderados de la generación que protagonizó el hippismo, la revolución sexual, la popularización de las drogas, la crisis de Vietnam y Watergate, y la gran revolución del liberalismo, la mundialización de tendencia y mercados. Fueron los hombres y mujeres que, ya en la plenitud de su actuación pública, asistieron al derrumbe del socialismo soviético, la prodigiosa transformación tecnológica del último decenio y el auge de nuevas amenazas a la seguridad mundial, casi todas vinculadas al terrorismo islamista.
Según algunos astrólogos, esa generación encarnó cabalmente la Era de Acuario. Fue el tiempo de las ilusiones sobre la paz y el amor universal, el inconformismo, la solidaridad, la búsqueda de paraísos colectivos, la rebeldía y los trastornos mentales. A esa etapa —dicen— sucede ahora en el orden de la rotación zodiacal la Era de Capricornio, en la que sin duda predominarán otros caracteres y valores.
¿Qué puede esperar Cuba?
Por lo pronto, en los próximos cuatro u ocho años de presidencia demócrata, es previsible que se reduzca o elimine el semiembargo vigente, que aumenten las relaciones comerciales, se incremente el turismo y se amplíe el acceso de la Isla a los créditos y las instituciones financieras internacionales.
Ocho años de mandato demócrata le darían además al régimen la oportunidad de deshacerse de otro medio millón de desafectos y posibles opositores (al ritmo actual de unos 50.000 emigrantes al año) que, apenas instalados en el extranjero, se convertirían en fuentes de remesas para las familias de la Isla. Esa válvula de escape contribuiría a paliar la inconformidad de los jóvenes con el sistema castrista.
Ese período sería también un plazo razonable para iniciar la extracción de petróleo en la zona del Golfo de México bajo jurisdicción cubana. Este aspecto económico podría tener una triple repercusión en el porvenir de la Isla: aumentaría los ingresos del gobierno, reduciría la dependencia de un personaje tan imprevisible como Hugo Chávez, cuya solidez política depende sobre todo de la cotización del crudo en los mercados mundiales, y aumentaría el interés de México, Brasil y el propio Estados Unidos en mantener relaciones cordiales con el régimen de La Habana.
Lo último, aunque no lo menos enjundioso, es que la reconciliación con Washington equivaldría a la legitimación definitiva de la dictadura cubana. La estrategia castrista de "resistencia al imperialismo" obtendría una victoria inapelable a los ojos del pueblo y de los sectores latinoamericanos que todavía comparten el antiyanquismo primario utilizado y azuzado por el castrismo. La reciente capitulación incondicional de la Unión Europea se debió, en parte, a que las cancillerías del Viejo Continente daban por descontado el triunfo de Obama y el probable giro de la política norteamericana hacia Cuba.
Es probable que, en el caso de negociación con Obama, Castro se vea obligado a hacer concesiones. Por ejemplo, le pedirá que suelte a los presos políticos. Pero dejará en pie el aparato represivo y jurídico necesario para volver a llenar las cárceles de opositores en cuanto lo estime conveniente.
Lo de reformar ese dispositivo sería harina de otro costal. Porque siempre podría invocar la soberanía, la no injerencia, la vigencia de la pena de muerte en Estados Unidos, etcétera. En última instancia, el régimen podría aplicar alguna medida simbólica, como ha hecho al suscribir los pactos de derechos humanos de Naciones Unidas —que seguirán siendo papel mojado mientras el resto del aparato estatal se mantenga incólume—.
Y hasta podría ir más lejos y tolerar cierto grado de pluralismo político y celebrar elecciones con la participación de una oposición amaestrada. Durante los 40 años que duró el comunismo en Hungría siempre hubo varios partidos minoritarios que se repartían el 10% de los escaños en el Parlamento. El Partido Comunista conservaba el 90% restante, repartía los naipes y cortaba el bacalao.
Desde la pasividad
La epifanía de la Era de Capricornio llega en un momento providencial para el nuevo/viejo gobierno de Castro II. Nunca había atravesado el comunismo cubano una situación de tanta fragilidad social y económica, ni siquiera después del naufragio de la URSS. Tras la crisis financiera mundial, el bajón del petróleo y la devastación causada por los ciclones Ike y Gustav, las perspectivas de recuperación estaban bajo mínimos, por más que los voceros del castrismo alardeasen de cifras de crecimiento económico absolutamente oníricas.
La disposición de Obama a dialogar con el régimen y a aflojar o eliminar las restricciones vigentes, augura una etapa de gran alivio para los jerarcas de La Habana. Si hasta ahora la sociedad ha aguantado resignada las condiciones de vida que el gobierno le ha impuesto, ¿qué no aguantará si en vez de seis libras de arroz al mes recibe siete o si le aumentan un poco la ración trimestral de masa cárnica o de tilapia transgénica?
Tanta pasividad en un pueblo antaño levantisco y celoso de su libertad, ha intrigado siempre a los politólogos. El régimen la presenta como prenda de la adhesión popular a la causa del socialismo. La oposición la denuncia como síntoma de una patología social generada por el totalitarismo.
En cualquier caso, esa pasividad no desentonará con los tiempos que comienzan. El símbolo de Capricornio es una chiva (cabra) con cola de pez.
© cubaencuentro
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