RESGUARDO, PASAPORTE Y SUEÑO
Resguardo, pasaporte y sueño
Por Raúl Rivero
Madrid -- Derribar una pared siempre será más fácil que atravesarla. Romper un candado más sencillo que salir al mundo con las rejas cerradas. Burlar la vigilancia de los centinelas más viable que caminar con serenidad frente a ellos hacia la libertad. Lo que pasa es que la poesía, la imaginación y la voluntad invencible de unos hombres hacen que esos fenómenos estallen día a día en el desventurado mapa de Cuba.
Esos milagros, en los que casi nadie puede creer, una magia que es, a veces, equívoca y sospechosa hasta para los mismos magos, consigue que la carne --martirizada y expuesta a todos los rigores-- se quede vulnerable y quieta en los calabozos, mientras el pensamiento vuela y la necesidad, la memoria y la nostalgia le otorgan a esa nada inmaterial el patrocinio del tacto, del olfato, la vista, el oído y el paladar.
Hablo, desde luego, de los poetas cubanos que están presos en las cárceles de la isla desde la primavera del 2003. Cubanos que llegaron a prisión desde diferentes lugares del país, desde proyectos políticos o profesionales diversos, pero con la poesía escondida como un resguardo que en unos habían enseñado y otros no.
En España se acaba de recibir el segundo libro escrito en los calabozos por Ricardo González Alfonso. Se titula Confines humanos y entró ya en los ahora pulcros dominios de la imprenta para que los lectores tengamos, dentro de poco tiempo, una prueba de primera mano de la proeza de soñar y tocar la poesía allá adentro, donde --como se dice en Cuba-- el diablo debió de dar sus tres voces, pero también se quedó callado.
Hombres sin rostros, su primer poemario lo publicó en Madrid la editorial Sephia, en el año 2006.
Se anuncia, para este invierno, un cuaderno de versos de Omar Rodríguez Saludes, el foto reportero condenado a 28 años de cárcel. Y, se sabe, por amigos y viajeros, que Regis Iglesias trabaja en su segundo libro, después que Aduana Vieja, de Valencia, diera a conocer, en el 2004, sus Historias gentiles antes de la resurrección.
Por los canales caprichosos y delirantes que hay que usar para sacar textos de las prisiones en Cuba, comienzan a conocerse los trabajos de Normando Hernández, Pablo Pacheco y se dice que ha terminado su primera colección de versos el médico Luis Milán Fernández, que comenzó a escribirla en la cárcel de Canaleta en Ciego de Avila.
Hay otros poetas que desafían los muros todos los días y hay uno, el doctor Oscar Elías Biscet, que escribe y guarda, pero viaja cuando quiere junto a Luis de Góngora y Francisco de Quevedo, con todos los escritores que le acompañan en sus celdas desde que estaba, a finales del siglo pasado, en la cárcel de Holguín llamada Cuba sí.
Todos ellos hacen sus travesías porque son libres. Libres se ven en los sueños cuando regresan a sus casas con los dones de sus sentidos y reciben los amaneceres en las ventanas que quieren y con el sol bajo sus órdenes. Las líneas de esa vida tangible las traza su capacidad, su ambición y la fuerza que les trasmite su deseo de vivir.
En la vigilia se van también. En ese territorio tienen que inventar un estado de ánimo, momentos de concentración para hallarle fundamento a sus ilusiones puras, aunque un poco algodonosas sin definiciones, ni precisión.
Los poetas presos se saben de memoria los versos del viejo soñador y viajero de esos mundos, Heberto Padilla. Y dicen que en sus celdas resplandece un verso por tenaz y porque es música: ``Te esperaré,/ hora mía entre todas las horas de la tierra''.
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