viernes, enero 30, 2009

CUBA : LA BOMBA H ( ARMANDO HART )

La bomba H


Por Alejandro Rios

Resulta difícil pensar que fue ministro de Cultura por más de veinte años en Cuba, entre las décadas setenta y noventa, época ciertamente complicada y no menos aciaga para los artistas y escritores, quienes ya habían padecido las primeras andanadas de intolerancia y represión, entre 1959 y 1976, cuando asume la cartera.

Dogmático si los hubiera, el funcionario y burócrata devenido self-made polemista marxista, Armando Hart Dávalos, tuvo la infausta tarea de ''institucionalizar'' a los irredentos creadores, con los cuales su mentor en jefe no sabía lidiar, así como blanquear la fachada de sus predecesores, causantes de tantos descalabros: UMAPs (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), parametraciones, quinquenios grises, progroms callejeros, congresos culturales homofóbicos y otros desmanes que contaron siempre con la anuencia del Dr. Castro y, paradójicamente, hasta con la del propio Hart, quien entonces fungía como ministro de Educación, alfabetizando, militarizando escuelas y perpetrando currículos revolucionarios para crear el hombre nuevo vaticinado por su colega Ernesto Guevara.

Hart no fue guerrillero de la Sierra, sino agente del clandestinaje en la ciudad durante sus años mozos, hoy roza los ochenta, lo cual le hace padecer el cargo de conciencia de no haber subido a la loma. Tal vez, por lo mismo, no puede encadenar tres ¿ideas? sin mencionar al Fidel que ''vibra en su montaña'', característica que lo coloca entre los dirigentes históricos más vergonzosamente adulones.

Ningún esfuerzo físico parece haber mellado su textura. Cuando otros congéneres de la nomenclatura se hacían filmar y retratar en breves incursiones al llamado trabajo voluntario, Hart siempre se las agenció para ni siquiera simular su compromiso con la clase obrera, mocha o carretilla de construcción en mano. Transpiraba a borbotones cuando ciertas obligaciones políticas lo colocaban a temperatura ambiente.

Hart parece estar siempre en trance, henchido de magníficos proyectos en peligro de ser abortados por la plebe, incapaz de entender lo trascendente. En sus reuniones del Ministerio de Cultura parecía un obispo oficiando misa sobre el misterio del espíritu santo aunque algo más críptico, no obstante su agnosticismo.

Detrás de su apariencia de burgués gentilhombre, todo blancura y buenos modales, se escabulle un hombre ambicioso y sin escrúpulos en estrechas componendas con la policía política que agobiaba el rebaño cultural que le tocó velar. Su tarea principal era servir de valladar entre el poder supremo y los impertinentes intelectuales y creadores cubanos.

Su administración no estuvo exenta de tropiezos pero, en honor a la verdad, supo responder puntual a las infidencias como corresponde a un funcionario de su categoría: prohibiendo libros y escritores, podando filmes, poniendo zancadillas, impidiendo viajes al exterior, enseñando los instrumentos de tortura a los más tozudos, borrando del mapa a los que abandonaban el paraíso terrenal por propia voluntad. Tuvo, eso sí, la habilidad de transferir a sus amanuenses la ejecución de tanto trabajo obsceno.

Creó el disparate de las 10 instituciones básicas de la cultura en cada municipio de la isla, lo cual dio lugar a incongruencias antológicas insalvables y donde debió haber un círculo de decimistas campesinos se fundó un cuarteto de cuerdas, sin cuerdas.

Nunca pudo vencer la obstinación de Alfredo Guevara, quien siempre soñó con su ministerio y debió conformarse con presidir el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, para que formara parte activa de la institución, ni de su esposa Haydée Santamaría, quien se atrincheró en Casa de las Américas hasta que se quitó la vida, según la leyenda por el drama del éxodo del Mariel aunque una teoría más prosaica asegura que fue por la infidelidad matrimonial extemporánea del impoluto Hart.

Como todos los de su estirpe, es dado a la buena mesa y los trabajadores del Ministerio de Cultura recuerdan el aroma de exquisitas carnes a la hora del almuerzo, circunvalando su generosa oficina en la que fuera residencia de la familia Sarrá en el maltrecho Vedado habanero.

Cuando al parecer ya Castro no sabía qué hacer con él, sus requiebros y tantos desatinos, como aquel de dejar que los Estados Unidos hiciera una exposición de libros en el Capitolio Nacional, actual sede de la Academia de Ciencias, le buscó una apartada colocación para propagar el pensamiento de José Martí.

La incontinencia verbal de Hart, sin embargo, no encuentra sosiego. Tal vez sea una de las pocas personas que reconoce públicamente, sin pudor, la importancia de las reflexiones de Fidel Castro y a cada rato publica columnas en la prensa cubana, que son una suerte de ajiacos desabridos donde es capaz de anunciar el armagedón para la civilización occidental, excluyendo del fin inminente, por supuesto, el eficiente proyecto cubano sobre el cual afirma que ``con la cultura que el Apóstol (Martí) y Fidel representan se pueden encontrar los caminos del socialismo en Cuba y en el mundo''.

Hart no ha perdido las esperanzas de seguir encaminando a los cubanos por el fracaso más anunciado de su historia, lo hizo antes en la cultura y ahora lo ejecuta estropeando la herencia de José Martí. Recientemente le dijo a un periódico mexicano, sin pestañar, que hay que reinventar el socialismo y estudiar a Marx, Engels y Lenin.

Se suele incriminar a los Pavones, Sergueras y otros funcionarios de semejante ralea sobre épocas oscuras vividas por las distintas expresiones de la cultura cubana. El legado pernicioso de Hart, más extenso y perdurable, es una tarea pendiente en nuestra historia de la infamia que ya dura medio siglo.

1 Comments:

At 8:57 p. m., Anonymous Anónimo said...

Tanta gente miserable y ruin en poder por tanto tiempo...tanto envilecimiento de todo, absolutamente todo...ni el mismo Hercules pudiera limpiar tal cantidad de mierda.

 

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