lunes, enero 26, 2009

FIDEL Y EL TRIUNFO

Fidel y el triunfo


Por Carlos Ripoll

Todo aniversario de un acontecer mayor invita al estudio de su origen y de sus efectos. El cincuenta aniversario de la revolución que liquidó la dictadura de Fulgencio Batista ha producido numerosos análisis de sus fracasos y de sus logros. El punto de vista, la perspectiva, como siempre, ha condicionado el juicio del observador.

Hay un triunfo burgués y un triunfo revolucionario. Depende de la escala de valores que aplique quien juzga. Lo que caracteriza al burgués, como buen reaccionario, es su conformidad social, por la que al ver que las cosas no van bien, su optimismo lo lleva a esperar, a favor de sus intereses, un descalabro inevitable: su dialéctica no le da para más. El revolucionario, por otra parte, inconforme con el estatus quo, propugna un cambio en la sociedad y sabe que hay procesos de particular naturaleza que escapan los pronósticos de la historia. El gobierno de Cuba, que aún se proclama ''revolucionario'', es también ejemplo de lo burgués por su aferramiento al pasado, por su inmovilidad, y por su miope interpretación del porvenir.

De acuerdo con la etimología del vocablo, revolución, del latín revolvere, es volver las cosas al revés. Disculpando la redundancia, se puede decir que hay una revolución revolucionaria y una revolución burguesa. Revoluciones burguesas, según Marx, fueron la de Francia, la inglesa y la americana, y con ese criterio debió serlo también la de Martí puesto que no se propuso poner las cosas al revés. Hay una perspectiva burguesa y una perspectiva revolucionaria para analizar la realidad, y hay una ética burguesa y una ética revolucionaria. Lo que es legítimo para uno resulta inmoral para el otro. Así es ocioso denigrar a Castro por sus mentiras. Detractores y amigos se han unido para decir que era comunista desde el ataque al Moncada: para unos, de esa manera, resulta un traidor deleznable, pero esa ''traición'' para el revolucionario es un mérito: engañar a la burguesía para que triunfara la revolución. Fracasado el pequeño burgués Fidel Castro, cuando le convino a su frenética ambición, inventó esa patraña que tantos le abonan.

Triunfar es tener éxito, salirse con la suya: el león triunfa sobre el mártir cristiano en el circo de Roma. Limitar el análisis de la revolución cubana a sus efectos materiales es un error. Es incongruente hablar del fracaso de Castro manejando aprecios burgueses, cuando lo cierto es que el ''desastre'' de Cuba es su triunfo, ya que lo justifica como un paso hacia la sociedad comunista y le asegura el poder. No es válido comparar logros económicos, políticos y sociales, los índices de la época anterior a la revolución, con los posteriores, toda vez que el éxito revolucionario no se mide con los porcentajes de una democracia capitalista. En economía, como en todo lo demás, para la revolución totalitaria sólo tiene prioridad lo que la sirve. Si el hambre y la miseria sirven al ideal marxista-leninista, el hambre y la miseria son bienvenidas: las hambrunas en la Unión Soviética y China, por las que murieron cien millones de seres humanos y llevaron al canibalismo, en nada perturbaron a Stalin o a Mao.

Lo más lamentable y doloroso del castrismo es el sojuzgamiento del espíritu, por lo que allá, en buena parte, el cubano dejó de pensar: por instinto de conservación quiere huir de la geografía, o halla refugio en la indiferencia. El gobernante sabe que la actuación del súbdito lo condiciona, y así le hace representar el papel de creyente, hasta que de verdad sienta que cree. Al actor le resulta más cómodo vivir el papel que agonizar en la duda; también de esa manera le parece estar en el camino que la historia preparó para que él dijera que sí, y que la historia seguirá después por el camino que él ha escogido. Actuar de una manera determinada, mucho más en grupo, con el apoyo de una descomunal propaganda, consolida la fe. La teatralidad en la liturgia de las sociedades, las repúblicas y las religiones actúa como el mitin en la plaza pública y los desfiles en los regímenes totalitarios. Limitado por el terror, el cubano no se levanta en masa contra la crueldad y la estupidez del castrismo porque, sin darse cuenta de ello, también por el papel que ha representado, y aún representa, se siente parte del crimen. Es la sombra del ``hombre nuevo''.

Es más grato para los que sufren en la cárcel de hierro o del mar en Cuba, y para los que sufrimos la del exilio, imaginar a Castro hoy, amarrado por la enfermedad a un retrete, comiéndose las uñas ante el fracaso por ver las viviendas rotas; las mesas vacías, el lujo en la posada para el extranjero y la prostitución, el marabú pujante en los campos y al cubano, en su mayoría desconcertado, impasible, corrupto o hipócrita, listo para salir a tambor batiente en aplauso de la revolución y de los asesinos que la aprovechan. Ese es el triunfo de Castro, cincuenta años de infame triunfo; también por saborear el fracaso de quienes se le han opuesto, y de verse en pueblos de América, confusos por un pasado de vergüenza, de santón y de maestro.