viernes, enero 23, 2009

TOMÁS NO SE ARREPIENTE

TOMÁS NO SE ARREPIENTE

Por Luís Cino


Arroyo Naranjo, La Habana, enero 22 de 2009 (SDP) De los 65 años que ha vivido, Tomás Ramos Rodríguez pasó en prisión más de 31 años. Lleva más de medio siglo en lucha por la democracia en Cuba y no se da por vencido. Ha enfrentado a dos dictaduras consecutivas. Primero fue por la vía insurreccional; desde los 90, lo hace a través del activismo civilista.

Aún vivía en su natal Camajuaní (Villa Clara) cuando se unió a la lucha contra la dictadura de Batista. “Con sólo 15 años de edad, fui enlace del Movimiento 26 de Julio en Santa Clara y La Habana”, recuerda.

En 1960, apenas un año después del triunfo del Ejército Rebelde, se incorporó al Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), una organización armada que se oponía al régimen de Fidel Castro. “Todo por lo que habíamos peleado fue traicionado, no tenía motivos para ser fiel a una causa en la que ya no creía”, explica.

Tomás comenzó a servir de enlace entre las células clandestinas del MRR en la capital y las guerrillas anticastristas del Escambray. A través de los camiones de La Estrella, una compañía transportadora de ganado que radicaba en Placetas, y secundado por Luís Díaz y Luís Echenique, hacía llegar balas, comida, medicamentos y otros suministros al grupo de alzados que comandaba Maro Borges.

El 23 de diciembre de 1961 fue arrestado por el G-2 en La Habana. Por la causa 23 del 62 lo condenaron a 9 años de prisión por “alzamiento y propaganda contrarrevolucionaria”. “No me cogieron listas de nombres. No me pudieron hacer hablar, fui sólo a la cárcel, nadie fue preso por mi culpa”, afirma con satisfacción.

Cumplió la condena en las fortalezas de La Cabaña, El Príncipe y el presidio de Isla de Pinos. Salió en libertad el 23 de diciembre de 1970.

Tomás Ramos fue uno de los 363 ex presos políticos que salieron de Cuba hacia Estados Unidos por el puerto de Mariel en 1980. Fue internado en el campamento militar Fort McCoy, en Wisconsin. Allí permaneció 27 días. Sus compañeros lo designaron su representante ante las autoridades norteamericanas. Luego, fue reclamado por familiares y se trasladó al sur de la Florida.

En Miami se reunió con viejos conocidos del presidio de Isla de Pinos: el comandante Nino Díaz, el piloto Ricardo Rodríguez Castro y Enrique Díaz. Todos eran del MRR. Le dijeron que era necesario un hombre que se infiltrara en Cuba para establecer contactos dentro de la isla. Tomás no vaciló.

Viajó en la lancha Amanda I, con matrícula FL 4538AM, de su propiedad. Desembarcó por Punta de Hicacos, Matanzas, el 6 de octubre de 1980. Lo capturaron varias horas después en Varadero. No le ocuparon armas, explosivos o documentos comprometedores Ante los interrogadores, alegó que había regresado por motivos familiares. No le pudieron comprobar nada, pero lo condenaron a 3 años de prisión por “entrada ilegal”.

Cumplió la condena en la prisión habanera Combinado del Este. Salió en libertad el 6 de octubre de 1983. En 1989 se fue a Estados Unidos con visa de refugiado político. Pero el exilio no se hizo para Tomás. Enseguida se puso a las órdenes del Partido Unidad Nacional Democrática (PUND), una organización dirigida por Sergio Hernández y Nino Díaz que propugnaba la lucha armada contra el régimen cubano.
Ellos lo conectaron con Frank Sturgis, un oficial de la CIA, que le encomendó su próxima misión.

Volvió a infiltrarse en Cuba en 1989. Viajó acompañado por Gustavo Rodríguez Sosa. Afirma que “traía instrucciones precisas para derribar la principal torre interceptora de Radio Martí, regar 7500 proclamas en El Vedado y contactar con militares que conspiraban contra el gobierno para propiciar un golpe de estado.”

El plan parecía demasiado ambicioso y casi suicida. Con carnés falsificados, Tomás Ramos burlaría la vigilancia y accedería a la azotea del Hotel Habana Libre, donde estaba ubicada la torre. “Para derribarla no emplearía explosivos, sino una cizalla mecánica”, refiere.

Tomás asegura que el plan tenía posibilidades de éxito. Atribuye el fracaso a que Rodríguez Sosa se entregó a las autoridades y lo denunció. Se separaron tras el desembarco. Los militares emplearon perros y helicópteros durante la persecución. Tomás logró escapar. Dos días después de entrar en Cuba, tras un espectacular operativo, lo capturaron en la humilde casa donde aún vive en la barriada de Párraga, Arroyo Naranjo, en las afueras de la capital. Lo condenaron a 20 años de cárcel.

Pero esta vez la prisión transformó su vida definitivamente. A mediados de los 90, conoció en la prisión 1580 a Domiciano Torres Roca, un activista de derechos humanos que lo captó para su organización. “Domiciano Torres logró convencerme de que los tiempos de la violencia habían pasado y que ahora la lucha pacífica era la mejor forma de enfrentar al régimen”, afirma.

Desde la cárcel, Tomás empezó a enviar denuncias al exterior sobre los atropellos a que se veían sometidos los reclusos. En represalia, el Departamento de Seguridad del Estado ordenó que lo enviaran a la prisión de Guantánamo, donde permaneció 3 años y un mes.

No fue el único ni el peor de los castigos que tuvo que soportar durante sus condenas en cárceles de todo el país. Muestra 6 heridas de bayonetas en su cuerpo: 5 en las piernas y un tendón seccionado en la mano izquierda. Recuerda el nombre del represor que le ocasionó esta última: el teniente Alcibíades Martínez, a quien apodaban Girón. Tomás perdona, pero “hay cosas que no se pueden olvidar.”

Tomás salió en libertad el 16 de junio de 2008. Desde entonces, apoya y participa en numerosas iniciativas de la oposición civilista. Sus padecimientos (hipertensión y mal de Parkinson) y la vigilancia de la policía política no logran amedrentarlo.

Tomás no se arrepiente de haber empleado la violencia para combatir al régimen: “No estoy arrepentido, sino orgulloso. Sólo que el mundo y los tiempos cambiaron y con ellos, los métodos de lucha. Estoy convencido que sólo la lucha pacífica por la democracia y los derechos humanos logrará dar al traste con la dictadura”.
luicino2004@yahoo.com