LOS ROSTROS DE MI PUEBLO
LOS ROSTROS DE MI PUEBLO
Por Juan González Febles
El puesto de ‘Osvaldito’ se convirtió en el espacio de excelencia de muchas abuelas de Lawton. Ubicado en la calle E, casi esquina a la calle Porvenir, disponía de una marchantería estable y complacida. No fueron pocos los que llevaron una malanga, una calabaza o un boniatito como cortesía: “Pa que resuelvan, ‘que esto ta’ malo…”.
La inversión, para que el puesto echara a andar, fue considerable para los parámetros de miseria en que la vida de nosotros corre -o quizás repta- por las arterias atrofiadas de la patria. Osvaldito y su grupo de amigos la asumieron. Con ese mismo entusiasmo hicieron frente a inspectores, intermediarios, transportistas, carestías, mermas e impuestos. Pero el negocio prosperaba…
Margarita llegó a la tierra para tener muy pocas recompensas. Lo único que recibió fue un corazón fuerte, bueno, generoso y tierno. Un equipo preparado por Dios para lidiar con toda la adversidad y con toda la maldad del mundo. La vida la premió, quizás para compensarla, con dos hijas. La mayor, bella e inteligente. La menor, con retraso severo y una enfermedad degenerativa exótica.
Margarita vivió desde siempre en un garaje mal adaptado y con más aspecto de guarida para alimañas que de residencia para seres humanos. De eso que dan en llamar revolución, conoció sólo los errores, que es como decir que la conoció toda.
En su agujero malsano y húmedo, Margarita crió y educó a sus dos hijas. Escuchó y creyó todas las promesas, por eso, cuando llegó el desengaño, este se instaló profundo, más allá de la región de los sueños, que se le quedó para siempre desolada y estéril.
Margarita esperó con toda la paciencia de este y de todos los tiempos las promesas que le fueron hechas. Hasta que un día, rota su paciencia, rompió el sello, impreso en papel del estado, que la separaba de la casa de sus sueños. Margarita tomó una vivienda de las que permanecen cerradas, para charada, premio o negocio de revolucionarios.
La historia de Margarita y de su paciencia rota fue publicada más allá del límite insular. La amenazaron y no cedió. Se aferró a su historia de adversidad y convirtió en reales las mentirosas historias oficiales sobre tirano generoso y esbirros compasivos. En su delirio, hasta se inventó delatores honestos. Por primera vez en la vida, vivió sin humedad en un espacio limpio y bien iluminado. Pero su tregua fue corta.
El grupo de viejos holgazanes que decide sobre la vida de los otros, que es decir, las vidas de nosotros, comenzó el año 2009 con la orden de cerrar todos los puestos de venta de productos del agro en manos de particulares. También decidieron deshojar, perdón, desalojar a todas las Margaritas en posesión ilegal de viviendas destinadas a recompensa y blasón de revolucionarios.
Todos los puestos de venta similares al de Osvaldito fueron cerrados. Todos los invasores indeseados de casas vacías, destinadas a subasta entre delatores, esbirros u otras personas de bien para el papel del estado, fueron desalojados por la Policía Nacional, quien lo duda: revolucionaria.
Los rostros de mi pueblo aparecen contraídos en un rictus de amargura e impotencia. El grupo gobernante, que se inició en el laboreo político con oficio de matadores, gobierna en nombre de los trabajadores sin haber completado, -casi ninguno de ellos- el ciclo de un año de trabajo digno.
Es un selecto y reducido grupo de ancianos de uniforme, con licencia para matar. Se llaman a si mismos revolucionarios profesionales. Desde las sombras, con engaños y todo tipo de alevosías, hicieron la revolución que borró la esperanza en los rostros de mi pueblo.
jgonzafeb@yahoo.com
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