sábado, febrero 21, 2009

COLOM Y EL TIGRE DE LA MALASIA

Colom y el Tigre de la Malasia



Por Adolfo Rivero Caro


No duró mucho la felicidad de Michelle Bachelet. Consiguió la anhelada fotografía con su héroe, Fidel Castro. Este, sin embargo, inmediatamente lanzó una diatriba contra Chile por haberle quitado a Bolivia su acceso al océano Pacífico en el siglo XIX. Y esto, por supuesto, provocó una gran irritación en Chile. Esa irritación no debía de estar dirigida tanto contra las declaraciones de Cuba como contra la ineptitud de la Bachelet, incapaz de comprender que la dictadura cubana es esencialmente hostil a la democracia. Los Castro sólo apoyan a gobiernos decididos a entronizar una dictadura. Como Chávez, Evo Morales o Correa. A un régimen que lleva 50 años en el poder no le interesa mucho lo que considera un efímero apoyo de cuatro años. Es más importante congraciarse con Evo Morales, un seguidor incondicional, que con una simple simpatizante como la presidenta chilena. En todo caso, ahora la comunidad cubanoamericana de Miami, y todo el mundo, sabe que el gobierno y los socialistas chilenos simpatizan con la dictadura más vieja del mundo y rechazan y desprecian a sus heroicos defensores de los derechos humanos. Para muchos, ha sido una gran sorpresa. No debió haberlo sido.

Desde hace algún tiempo, en América Latina estamos viendo una emulación en la infamia. Gobiernos democráticos (Chile, Argentina, Ecuador y Panamá) haciendo verdaderas peregrinaciones a una ruinosa Habana, convertida en una especie de nueva Meca. Es doloroso pero nos ayuda a comprender por qué este continente sigue anclado en el subdesarrollo. ¿Qué progreso pueden impulsar gobiernos que simpatizan con una dictadura sangrienta que ha hundido a Cuba en la mayor de las miserias? El último ejemplo lo ha dado Alvaro Colom, el lamentable presidente de Guatemala.

En ese bello y querido país, más del 50 por ciento de la población vive por debajo del nivel de la pobreza, que se define como un ingreso insuficiente para comprar un paquete básico de bienes y servicios. Casi 58 por ciento tiene ingresos por debajo de la extrema pobreza, que se define como la cantidad necesaria para comprar un paquete básico de alimentos. El Acuerdo de Libre Comercio de América Central (CAFTA) de julio de 2006, ha estimulado las inversiones extranjeras, pero problemas de seguridad, falta de obreros calificados y mala infraestructura han frenado su crecimiento. Guatemala sufre la herencia de 36 años de guerra civil, que ha dejado a miles de antiguos guerrilleros, violentos y analfabetos, en las calles. ¿Quién puede asombrarse del enorme crecimiento de las pandillas, de la violencia y la delincuencia callejeras? Ahora bien, ¿quién entrenó y mantuvo a las guerrillas guatemaltecas durante décadas? ¿No fue la dictadura de La Habana? El presidente Colom parece ignorarlo. Fue a la Habana para otorgarle a Fidel Castro la Orden del Quetzal en el grado de Gran Collar, el máximo galardón que alguien puede recibir del estado guatemalteco. La orden del Quetzal se concede a las personas que han dedicado su vida al avance de la humanidad. Su insignia es una cruz de cinco brazos que pende de 17 eslabones enlazados por una cadena de oro de casi un metro de largo y 2.5 cm de ancho. Uno se pregunta, ¿cuántos miles de dólares no valdrá esa bella insignia? ¿No hubiera sido mejor invertir ese dinero en una escuela o un policlínico? ¿O es que realmente estos no hacen falta en Guatemala?

El pobre Colom. Castro estaba leyendo El tigre de la Malasia, de Emilio Salgari, uno de los libros favoritos de su adolescencia, y no hubo forma de convencerlo para que interrumpiera su lectura para aceptar personalmente la Orden del Quetzal. No le podían importar menos Colom, la orden y Guatemala. Por favor, ¿qué importancia podían tener esa gente? Habían perdido la guerra. Ya se había molestado bastante en acceder a la foto con la Bachelet. El presidente Colom, sin embargo, totalmente insensible al ridículo, no percibió el desaire. Todo lo contrario. Llegó a la conclusión de que se había quedado corto, y procedió a declarar: ''Quiero pedirle disculpas a Cuba por haber prestado nuestro territorio para haber preparado la invasión a Cuba. No fuimos nosotros, pero fue nuestro territorio''. Todo fue inútil. Castro no lo recibió.

En Guatemala, el líder oposicionista Otto Pérez se preguntaba por qué Colom no le había exigido a Cuba que se excusara por haber entrenado y mantenido la guerrilla guatemalteca. Todo el mundo sabe que los movimientos guerrilleros que surgieron en América Latina en los años 60 no sólo estuvieron inspirados en la revolución cubana, sino que fueron propiciados y mantenidos por Fidel Castro, que aspiraba a ser líder de una revolución continental. ¿No se decía por aquel entonces que había que convertir los Andes en una gran Sierra Maestra? Por aquel entonces se pensaba que la causa del subdesarrollo latinoamericano estaba en las inversiones americanas. Lenin lo había explicado muy bien en El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito en 1916. Por favor. Es increíble que ese librito, tan seductor como inepto, haya sido y siga siendo la brújula intelectual de la intelectualidad latinoamericana. Seguiremos muy mal mientras eso no cambie. Hasta la primitiva Malasia de Emilio Salgari se ha convertido en un ejemplo de desarrollo.

En Miami, Félix Ismael Rodríguez, combatiente de Bahía de Cochinos y ex presidente de la Asociación de Veteranos Brigada 2506, dijo que era vergonzoso que Colom se disculpara porque su país hubiera colaborado con un intento por devolverle la libertad al pueblo cubano, todavía bajo el yugo de una dictadura sangrienta y empobrecedora, que ya dura 50 años. Totalmente cierto. Hay algo, sin embargo, en que todos los cubanoamericanos estamos de acuerdo: Colom no representa la opinión del pueblo guatemalteco.