viernes, marzo 20, 2009

EL TRIUNFO DE UNA TIRANÍA

Tomado de El Nuevo Herald.com


El triunfo de una tiranía

Por Vicente Echerri

Me gustaría que el título de este artículo fuese una interrogación (tal vez, motivado por una diminuta esperanza, lo sea, aunque no lleve los signos de la duda). Cincuenta años de poder absoluto y de fracaso como gobierno no sólo no han erosionado sensiblemente el prestigio de la revolución cubana, sino que éste más bien parece reafirmado y acrecentado en el escenario internacional. Cuando tiranuelos de segunda clase como Robert Mugabe de Zimbabue, o Alexander Luka-

shenko de Belarús, o incluso ese pequeño truhán de Daniel Ortega son amonestados, sancionados o excluidos por las democracias occidentales, Castro I y II siguen contando con un asombroso índice de popularidad y de respeto que nosotros, las víctimas de ese largo despotismo, somos incapaces de entender.

Este año ha sido insólito el desfile de presidentes latinoamericanos por La Habana, todos obsequiosos y obsecuentes con la tiranía personal más antigua del mundo, al tiempo que con manifiesto desinterés, si no total desdén, por las voces que, dentro y fuera de Cuba, se le oponen. Todos han mostrado un fervoroso entusiasmo en ser recibidos por el mandante enfermo y semijubilado, y los que lo han logrado no pueden ocultar su satisfacción, que acaso iguale su pequeñez o su estulticia.

¿Habrían tenido la misma disposición --se pregunta uno-- para reunirse en su momento con Pinochet, Pérez Jiménez, Stroessner, Trujillo o Somoza? La pregunta, desde luego, es retórica. Sabemos que no, que la sola idea de asociarse con esos nombres hubiera provocado una invencible repugnancia a estos untuosos demócratas que corren a La Habana con sonrisas, adulaciones y condecoraciones. Y, sin embargo, Fidel Castro, su hermano y el régimen que representan son mucho peores que cualquier dictador contemporáneo que haya habido en América Latina; no sólo por estancia ininterrumpida en el poder, sino por magnitud de desmanes, por número de asesinatos políticos, por nivel de destrucción --física y moral-- de una nación, por incapacidad de mostrar ningún logro real, ninguna virtud que lo redima.

Aunque toda tiranía es esencialmente deshonesta y degrada la dignidad de un pueblo, algunas pueden mostrar ciertos resultados que, si bien no bastan para justificar la supresión de las libertades, sirven para atenuar o equilibrar sus estragos. El franquismo fue represivo y nada remiso en liquidar a sus opositores, pero Franco creó la infraestructura económica y echó las bases de la transición de la España que habría de sucederle exitosamente. A Pinochet se le acusa de haber asesinado a 3,000 personas, sin contar millares de encarcelados y exiliados, pero Chile se convirtió durante su régimen en la primera economía de América Latina, una situación que ha perdurado luego del regreso a la democracia. Pérez Jiménez gobernó arbitrariamente por diez años, pero la modernización de Venezuela se le agradece. El castrismo en cambio no deja nada más que ruinas.

Incluso esos ''logros'' en los terrenos --educación y salud pública-- que hasta algunos de sus enemigos le reconocen al castrismo, son falaces. En primer lugar, porque la gratuidad de la educación y la salud en Cuba anteceden con mucho a la revolución y, luego, porque la calidad de ambos servicios, como promedio nacional, puede catalogarse de pésima, para no contar la explotación a que se ven sometidos estudiantes y profesionales en ese país, unos de cuyos rubros de exportación son médicos y enfermeras que alquilan a terceros en condiciones que se asemejan a las de la esclavitud.

Esto ocurre, además, en un país que se está cayendo a pedazos, donde nada, nada en absoluto, funciona ni siquiera medianamente bien, donde el envilecimiento --que, en cualquier país normal, queda para segmentos marginales de la población-- afecta a todo el mundo, cuyo medro más lucrativo es el tráfico de productos robados y la prostitución, lacras sociales inducidas o generadas por la gestión corruptora de un gobierno tiránico, de corte feudal, que rige desde hace medio siglo.

¿Cómo puede encontrarse justificación --se pregunta uno-- a la existencia de esta atrocidad? ¿Cómo puede un mandatario libremente elegido en cualquiera de nuestros países no sentir un asco insuperable por estos trogloditas que han convertido a Cuba en una sentina? ¿Cómo el decoro más elemental no les impide no ya visitar La Habana en ejercicio de legitimación, sino incluso darle la mano o sentarse al lado de líderes o representantes de esa crapulosa tiranía? ¿Qué admiración mueve tanto a europeos como a latinoamericanos a presionar a Washington para que reconozca el derecho a existir de ese carbunclo, esa suerte de pústula que tiene el Tío Sam en sus narices desde 1959?

Cualquier explicación, y algunas hay --la eficacia propagandística, el resentimiento contra Estados Unidos, la fijación con un sueño de adolescencia al cual resulta muy difícil renunciar, etc.-- no bastan para entender esta predilección y esta ceguera. Algunos opinan que el tiempo, por sí solo, le ha dado la victoria al castrismo; que cincuenta años de poder absoluto compran su legitimidad; otros creemos que hay crímenes que no prescriben. La bárbara opresión de un pueblo debe estar entre ellos.

©Echerri 2009

1 Comments:

At 2:01 p. m., Anonymous Anónimo said...

Las principales "razones" a mi ver son el anti-americanismo y la total indiferencia al pueblo cubano como seres humanos, pues han sido convertidos en meras fichas para avanzar cierta ideología o fantasía y ciertos intereses.

Por supuesto la propaganda castrista ayuda, pero es mas bien un pretexto, o sea, algo conveniente para los que de todos modos apoyarían o tolerarían la dictadura castrista. La versión castrista de la realidad les da el guión que simplemente tienen que recitar para "explicarlo" todo.

El amargamente triste caso de Cuba muestra que no se puede confiar en la bondad o caridad ajena. Los cubanos hemos pecado mucho de eso, en vez de actuar por cuenta propia, y los resultados han sido sumamente decepcionantes.

 

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