sábado, septiembre 12, 2009

LOS NIETOS DE CONCHA

Los nietos de Concha



Por Tania Díaz Castro
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LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - No recuerdo en qué circunstancias conocí a la abuela Concha, como le llaman todos, si en una cola del pan, en la farmacia o pasando por el frente de mi casa. Pero lo cierto es que la abuela Concha es una persona afable, sencilla y amiga de hacer favores. Una de esos seres que caen bien tan sólo de mirarlos.

Tiene un bando de nietos, todos vecinos de Santa Fe, antiguo poblado de pescadores situado al oeste de La Habana y llamado, desde hace varios años, “pueblo de balseros”, porque no se sabe cuántos de aquí se han marchado en balsas hacia Florida. También la abuela Concha tiene un montón de hijos, aunque no todos están a su lado.

-Hay varios allá, donde usted sabe –dice señalando hacia el norte- que me envían dinero con frecuencia, con lo que también ayudo al familión, sobre todo para que los niños puedan tomar leche y las embarazadas coman alguna carne.

El día que se inició el nuevo curso escolar, la abuela Concha pasó por mi casa con dos de sus nietos más pequeños, rumbo a la escuela. Se detuvo unos minutos a conversar.

-Este es Yaidel, hijo de Yosvany, el último que se fue, y este es Yulieski, de Yanín, mi hija menor. Yosvany trabaja en Miami como carpintero. Allá lleva cinco años. Yaidel tiene la misma cara del padre y hasta su mismo carácter.

-Entonces no será como el Ché.

Ese día, en la primera página del periódico Granma se publicó una foto de una fila de niños con las manos en alto, y un titular en rojo, a ocho columnas, que decía: ¡SEREMOS COMO EL CHÉ!

-Nada de eso, ninguno de mis nietos será como el Ché, y son trece. Ocho aquí, tres en California y dos en Miami.

-Pero los ocho de aquí tendrán que jurar cada mañana, al llegar a la escuela, que serán como el Ché.

-Que juren lo que sea. Los niños no entienden de juramentos, mucho menos mis nietos, que han recibido dotes especiales de los dioses. Lo importante es lo que ven en casa y allí nadie ha sido militar. Todos salieron a su padre, un hombre pacífico, trabajador, enemigo de las armas. Tal vez por eso jamás cortó el bacalao con este gobierno.

Me despido de la abuela y entro en la casa. Miro otra vez la foto de Granma y no me extraña que esté firmada por Yaimí. Y me pregunto: ¿Por qué los cubanos de la isla de Fidel Castro tienen obsesión con los nombres que empiezan con Y. Debían llamarse Ernesto, Ernestina, o Ernest pues, desde que nacen, están obligados a ser como el Ché?