CUBA: De la Carta de México... ...al largo marasmo de la oposición cubana
...al largo marasmo de la oposición cubana
Por Jorge A. Pomar, Colonia
Ambos autores enfocan la rebelión anticastrista a través del prisma del terror implantado en la capital por Sergio González López. [Foto titular: Sergio González López, alias El Curita, acostumbraba usar sotana para perpetrar sus atentados dinamiteros.]
Labor de recapitulación de crucial importancia la que viene realizando el titular del blog Pedro Pablo Arencibia, habida cuenta de que, sin una visión realista del pasado, resulta más difícil captar las comlejidades del presente y medir los propios de cara al futuro incierto. El Abicú se ha sumado a esa empresa desmitificadora.
El error capital del anticastrismo, cuyas consecuencias pesan como una losa de plomo sobre el movimiento opositor, consistió en su renuencia a hacer causa común con los batistianos que auténticos y ortodoxos habían ayudado --decisivamente-- a derrocar. He ahí la fuente, la causa originaria del inacabable rosario de discordias internas y aparatosas derrotas sufridas hasta la fecha.
Aquella fobia del exilio histórico hacia todos los personajes involucrados con el Batistato era comprensible desde el punto de vista psicoanalítico. Por la sencilla razón de que solidarizarse a posteriori con la bestia --literalmente-- negra del gobierno pasaba por el órdago de admitir su craso error histórico. Lo cual equivalía a reconocer el carácter nocivo, irresponsable, terrorista y en el fondo antisistémico de sus temerarios arrebatos juveniles.
Tabú totémico antibatistiano que se remonta al 29 de agosto del 56, fecha en que el cardenense José Antonio Echeverría suscribiera, arbitrariamente a nombre de todos, la fatídica Carta de México. Un "pacto con el diablo", según confesara al regreso el líder de la FEU a su hermana menor Lucy (a juzgar por lo que declara en ambos vídeos, aún no ha aprendido a distinguir entre la conducta de su inolvidable hermano en la esfera privada y la pública, entre los designios colaterales del asalto al Palacio Presidencial y las consecuencias prácticas).
Pero el peor de los compromisos asumidos en dicho documento por aquel joven socialista no fue el acuerdo de combatir al régimen con la armas cada cual por su cuenta, sino el anatema textual contra el "diálogo cívico" ya en curso. Ambos firmantes boicoteaban así de antemano cualquier solución negociada del conflicto, abiéndoles las puertas al terror del M-26-7.
De donde cabe colegir que, si bien con vagos proyectos revolucionarios de distinto alcance, sus estrategias individuales iban más allá del simple retorno a la legalidad constitucional, preconizado en las calles por la espontánea y eficaz movilización pacífica, a la que acusaban de contemporizar con la dictablanda batistiana. A la rúbrica de la Carta de México seguirían asaltos, sabotajes, guerrillas, sangrientas represalias policiales…
Y a paso de conga, el aumento de la doblez de las mal llamadas “clases vivas” (hasta entonces habían jugado a dos bandas), la dolosa parcialidad de la prensa burguesa (ducha en mezclar torturas y asesinatos verídicos con mentiras y falsos reportajes, en cargar las tintas contra las fuerzas represivas, alabar las acciones rebeldes y glorificar a sus héroes y mártires), la defección a regañadientes del escéptico Eisenhower, el consiguiente descarrilamiento de la opinión pública criolla y, a la postre, aquel evitable delirio tremendo de la cubanidad en pleno un primero de enero del 59.
Según cuentan a porfía en la Isla y la Diáspora, eran todos ellos "jóvenes idealistas". Obviamente, no tienen en cuenta que el concepto abstracto de idealismo igual denota cualquier corriente de pensamiento. La pregunta retórica que se impone y sólo los menos se hacen es la siguiente: ¿habrían actuado del mismo modo de haber previsto las consecuencias?
Sea cual fuere la hipotética respuesta, y con independencia de que fuesen en familia o en privado fuesen buenas o malas personas igual que sus rivales gubernamentales, lo obvio y didáctico es que no ganamos nada en absoluto con juzgarles por lo que hubiesen podido o querido hacer, en vez de por todo lo que, sin su temerario concurso, jamás habría logrado el "diablo" con el que los más se aliaron a sabiendas.
La inmensa mayoría, incluidos los partidarios del régimen, desde luego que, de posee una bola mágica, habríanse abstenido. Pero, como dice el aforismo gnoseológico, para adivino Dios. El hecho es que, al calor de sus arrestos juveniles, de los hábitos violentos arraigados en el campus universitario a partir de la Revolución del 33 y del inveterado culto mambí a la degollina, se saltaron a la torera todos los datos biográficos y señales de peligro en la creencia de que la humanidad se divide entre dos principios incompatibles del mal que nunca se mezclan en una sola mente...
Como José Antonio al confabularse con Fidel para apostarlo todo con pleno conocimiento de causa y riesgos al albur de un comando suicida cuyo incierto éxito surtiría el efecto de forzar a su émulo a bajarse de la Sierra Maestra. Bastaba, sin embargo, con comportarse como el católico que decía ser y sumar su prestigio e influencia a la resistencia civil. No lo hizo.
Ignorando, como tantos criollos hasta el sol de hoy, la infalible paradoja histórica de que en los conflictos sociales sangrientos los Aquiles más cultos, nobles y heroicos apenas sirven para legitimar a los peores rufianes, José Antonio prefirió morir en su maniquea ley del talión. A contrapelo de la prédica más dulce de su fe cristiana: el Sermón de la Montaña. Filosofía de la vida que el Abicú no considera viable en la coyuntura actual, empero admite que, llevada hasta sus últimas consecuencias --lo cual raras veces sucede entre cubanos--, sería digna de admiración y respeto.
Maniqueo, eligió el peor entre los dos demonios en pugna de su calenturienta fantasía juvenil. En su descargo vale recordar que hasta la curia católica insular, hoy en ruin concordato a beneficio mutuo con el Palacio de la Revolución, apoyaba espiritualmente la solución violenta en detrimento de la pacífica, que sin embargo se perfilaba fácil...
En efecto, el desigual combate tuvo lugar allí, pero consta que dos de los asaltantes se habían lanzado por una ventana a un pasillo colateral externo donde fueron ametrallados. En cuanto a los otros dos, cayeron en un piso de los altos y sus cadáveres tuvieron tiempo de sobra para desangrarse antes de ser levantados legalmente horas después por el médico forense de rigor en tales sucesos criminológicos.
Por otro lado, amén de que los padres jamás lo habrían consentido, ¿dónde el vecindario, la muchedumbre de los curiosos, los deudos, los estudiantes, la prensa, la policía, el personal forense…? Aún se desconoce la identidad del caviloso chiquillo que, desde luego, a su tierna edad apenas podía azorarse de ver correr tanta sangre humana fuera de los populares “muñequitos” (comics) de nuestra infancia. [Foto de arriba: Carátula de una novela dizque "factográfica". El autor español calza con la imagen de archivo la versión maniquea oficial del "chivatazo" y la "masacre" de Humboldt 7".]
Juan Pedro descendió por el respiradero del edificio hasta el piso inferior, y cuando trataba de tomar el elevador fue ametrallado a mansalva. Todo su cuerpo quedó acribillado a balazos. Fructuoso y Machadito también descendieron hasta el piso inferior y desde allí se lanzaron por una ventana hasta un pasillo de la planta baja, pero estaba cerrado por una reja... indefensos en el suelo, desarmados, ambos fueron ametrallados y luego rematados fríamente.
Los cuatro fueron arrastrados por el pelo desde el lugar donde resultaron asesinados hasta la acera de frente al edificio, y luego, en la misma forma, hasta la esquina, donde los tiraron sobre un camión. Todo esto en medio de las protestas y lamentos de los vecinos desde los balcones de la cuadra, que fueron acallados con ráfagas de ametralladora tiradas al aire como advertencia".
¡Cuánta crueldad! A los mulatos Carbó Servía y José Machado los arrastrarían, si acaso, por las cortas pasas, operación imposible. ¿De dónde entonces el riachuelo de sangre en la escalera? Si por ventura no era otro líquido, tan fresca y transparente además que ni siquiera había coagulado. Amén de que, siendo tan evidente la ferocidad policial, ¿cómo se las arregló el fotógrafo para captar con tanta paciencia y nitidez la escena con el menor en solitario minutos después?
En realidad, el pequeño César había sido retratado por el reportero durante un recorrido escolar por el Museo Antropológico Montané, sito por azar concurrente dentro de los predios de la UH. Para más inri, se ha sabido que la escena data de los años 4o.
Aunque los peritos desenmascararon la estratagema, el desaprensivo director del semanario más leído del país, Miguel Ángel Quevedo,* nunca accedió a publicar el desmentido. El colmo de la falta de escrúpulos de los revolucionarios es que llegaron a poner una bomba en el baño del concurrido cine infantil de la calle San Rafael.
Un centenar de petardos haría estallar El Curita --miope más cerebral que ocular como casi todos ellos, excepto el jefe-- en zonas céntricas de la capital durante una sola noche, hazaña celebrada por el semanario de Quevedo y, cual más cual menos, los quince grandes periódicos con tirada matutina y vespertina existentes a la sazón. El loado "Comandante" aún no había hecho su entrada triunfal en La Habana, pero "la diversión" que el trovador pesepista (del PSP) Carlos Puebla** luego daría por definitivamente finiquitada en su contagiosa pero rastrera guaracha empezaba a acabarse.
Por lo demás, una deshonestidad mediática generalizada bajo el castrismo que, aunque en mucho menor medida, afecta también a cierto sector progresista de la disidencia leal y sus medios de difusión (blogósfera insular y exiliar incluidas, que tienen también cierta notoria tendencia al sensacionalismo narcisista).
Del tradicional culto testicular a ultranza, han pasado de golpe y porrazo a las pancartas a favor de puras abstracciones: amor, paz, no a la violencia, diálogo (sin condiciones previas con el gobierno a título excluyente), concordia social y perdón a unos victimarios que aún abusan del poder de la manera más brutal posible y no dan la menor señal de querer dejar de hacerlo.
Así las cosas, no sería descabellado afirmar que, a la par con el doble legado violento del mambisado decimonónico y de la Revolución del 33, la referida Carta de México, aquel pacto sellado a sabiendas con el diablo castrista del 56, fue en verdad el borrador del certificado de defunción de la pujante sociedad civil republicana y, a la vez, el de nacimiento del actual totalitarismo marxista en la Isla.
Cuyo epicentro se hallaba justo al pie del Alma Mater de la benemérita, autónoma y muy anárquica Universidad de La Habana (UH), convertida al calor de la lucha armada contra el Machadato en club jacobino del “Bonche”, refugio seguro de matones profesionales y trampolín predilecto desde el cual los niñatos revoltosos de la burguesía se zambullían a punta de pistola en el meollo de la “política cómica”…
En cambio, Prío tardó poco en desengañarse y despegó del aeropuerto de Rancho Boyeros sin pena ni gloria, él, que había financiado generosamente el desembarco del yate Granma, pero igual sin ser incordiado ni interpelado por los implacables Tribunales Revolucionarios, pesar de tener en su conciencia sendos asesinatos alevosos al inicio de su mandato: el del líder portuario Aracelio Iglesias y el de Jesús Menéndez, ambos negros y comunistas.
En cuanto al veterano Grau San Martín, quien tenía también cuentas pendientes con la historia, entre ellas el desalojo policial de las sedes sindicales controladas por el Partido socialista Popular (PSP comunista), ni siquiera se tomó la molestia de poner tierra de por medio: murió de viejo en su residencia de Miramar en 1967. A despecho de haber sido de los primeros en descifrar las claves ocultas del Nuevo Régimen con uno de sus antológicos sarcasmos: “Antes había tres partidos: el Amarillo [Ejército], el Azul [Policía] y el Blanco [Marina de Guerra]. Ahora uno solo: el Verde [Ejército Rebelde]".
Señales inequívocas de que la leyenda negra sobre la “Seudorrepública” y el Batistato había sido deliberadamente exagerada o apenas una excusa que, entre otros ex dirigentes de la FEU, no impidió a Eloy Gutiérrez Menoyo, Rolando Cubelas, Faure Chomón, etcétera, bañarse de sangre junto con los hermanos Castro y el Che Guevara hasta que por fin se percataron del horroroso error y rectificaron a medias (Menoyo y Cubelas) o se dejaron ningunear a conciencia (Chomón) con tal de no correr la trágica suerte de un Pedro Luis Boitel, muerto en prisión en 1972 a resultas de, hasta dónde sé, la única de huelga de hambre contra el régimen llevada hasta sus últimas consecuencias.
Inmolación inútil, porque la tan cacareada rebeldía universitaria, atribuida al imaginario empuje subversivo de la Plaza Cadenas, se esfumó como por encanto desde enero del 59 para dar paso al cinismo, la trivialidad y la trepadera, cuando no a la complicidad y la sicofancia docente y estudiantil.
Con todo, no cabe duda de que, aquel 13 de marzo del 57 el comando suicida que asaltó el Palacio Presidencial se hubiese salido con la suya, “ajusticiando al tirano en su madriguera” (José Antonio, alias “Manzanita” en su famosa proclama por Radio Reloj), “otro gallo” habría cantado. Pero a buen seguro de similar plumaje, pues el destino de la nación habría quedado en manos de una pandilla de pistoleros profesionales, sociatas por demás, que no otra cosa era a todas luces el “glorioso” Directorio Estudiantil. En suma, aquellos polvos mesiánicos trajeron estos hediondos lodazales de desconfianza mutua donde a día de hoy aún se revuelve el fragmentario, aperreado movimiento anticastrista dentro y fuera del patio.
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* Gracias, Luisc y Anónimo del 23/11/09 12:17. Como recordarán quienes hayan tenido la cortesía y paciencia de leérselo, el elocuente y desgarrador mea culpa de Quevedo fue en este blog objeto de un extenso análisis al que remite el enlace de arriba. El texto íntegro, glosado a todo lo largo del post, aparece al final. Entre otras fuentes puede consultarse sin preámbulos en el portal del Partido Socialdemócrata de Cuba. como sugiere Luisc.
** La inesperada fuga del tirano a medianoche el 31 de diciembre del 58 lo sorprendió compartiendo plácidamente nada menos que con su camarada y amigo, el senador batistiano Rolando Mansferrer, en el prohibitivo Cabaret Montmartre. A saber, el temible jefe de "Los Tigres de Mansferrer" había combatido del lado republicano --o sea, con las Brigadas Internacionales reclutadas por los comunistas al efecto-- en la Guerra Civil española.
*** Imposible esperar que esta interpretación negativa de la vida y acción de José Antonio sea del agrado de mi paisana Lucy. Durante mi infancia feliz en Cárdenas solía retozar en el céntrico parque "La Placita", donde más de una vez alguno de mis mayores me señaló con respeto y admiración la casona de los Echeverría. Con toda certeza los vi a todos más de una vez. Cierto, no comparto su enfoque por las razones apuntadas.
Igual sé, como ella en su fuero interno, que perjura al afirmar que no preferiría haber visto a su inolvidable hermano seguir un curso de acción que no le condujera al martirio en plena flor de la juventud. Pero hasta ahí mis discrepancias. Nada personal contra ella y su familia. Al contrario, oyéndola rememorar los hechos, Lucy me inspira una mezcla de simpatía y ternura fraternal. Por eso, las contadas veces que volví a nuestra ciudad natal, jamás pisé esa casa, convertida en un museo que es el máximo escarnio oficial póstumo al infortunado "Manzanita".
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