Pedro Corzo: El calvario de las prisiones cubanas
Por Pedro Corzo
La prisión es agobiante bajo cualquier gobierno, pero cuando se cumple cárcel en condiciones como las que caracterizan al régimen cubano se transita en la angustia. La familia tiene que estar muy unida para sobrevivir. Los amigos son reprimidos por las fuerzas policiales, e intimidados por las sociales.
El prisionero tiene que poseer unas reservas morales muy fuertes para soportar el aislamiento, donde se hace real la vieja expresión de la muerte en vida. Las comunicaciones con el mundo exterior son escasas y controladas por las autoridades.
Una huelga de hambre en una prisión totalitaria es una acción dramática que puede fácilmente concluir en tragedia. Una elección muy peligrosa en cualquier situación, es posiblemente catastrófica cuando tiene lugar en un estado donde no hay opinión pública, donde las denuncias al interior del país no pasan de ser un heroico susurro.
La solidaridad con el desafecto implica peligros. Represión, pérdida de empleos. Marginación. El respaldo a un huelguista implica pasar al bando de los reprimidos, de los odiados. Se conoce sólo lo que el gobierno quiere, se comenta en público lo que las autoridades permiten y la versión oficial, si es que existe, se sustenta en el descrédito del huelguista.
El mundo no conocía lo que ocurría en las prisiones cubanas, pero ya la dictadura no puede esconder sus sucios secretos. El monopolio que ejerce sobre la información tiene fisuras, y al fin las personas han empezado a ver y escuchar lo que ocurre en la isla.
Una huelga de hambre bajo el castrismo puede ser fatal en todos los órdenes: se puede morir, quedar inválido, lisiado de por vida o lo que es peor, perder el respeto de tus compañeros si dejas el calvario antes que se asuma una postura en común, o tus propios amigos te lo exijan.
Las huelgas de hambre son un instrumento de protesta, una estrategia, una acción para llamar la atención. Sin embargo, pueden convertirse en el último combate de la existencia por una decisión consciente o simplemente porque tu cuerpo no soportó la fatiga.
También hay quienes hacen una huelga de hambre con la intención precisa de echar la batalla final. De darlo todo por sus convicciones. Pedro Luis Boitel fue uno de ellos. En su última huelga no quiso informar a las autoridades. Escogió su manera de morir.
El heroísmo de Orlando Zapata Tamayo, su férrea voluntad, las muchas huelgas que realizó, también parecen indicar que escogió conscientemente la ruta de la inmolación por sus ideales. El clamor de su cuerpo ha conmovido al mundo y ante esas convicciones no hay dictadura que valga, el individuo se impone al poder.
Todo parece indicar que ellos y muchos otros partieron a la huelga a sabiendas de que sería su final. Eligieron morir así. Un corajudo grito de silencio. Un acto de total independencia.
Rechazar alimentos por un periodo corto de tiempo, dice Amado Rodríguez, 29 días en huelga de hambre, exige disciplina, concentración y la convicción suficiente para no ceder ante los reclamos del cuerpo. Pero cuando la decisión se extiende y se suman los días y las debilidades, y sólo queda el recurso de las fuerzas morales para enfrentar las demandas de una humanidad que se derrumba, es cuando en verdad el huelguista se percata de que tiene que nutrirse de su espíritu, viajar hasta los más profundo de su ser para desgajarse de todo aquello que se ha vuelto lastre porque su objetivo en ese momento es darse a la causa, transformarse en la luz que marcará el derrotero de los ideales.
Han sido muchas de 1959 a la fecha las huelgas de hambre que han realizado los presos en Cuba. Huelgas individuales y colectivas, como una en La Cabaña, en 1968, en la que se involucraron más de 800 prisioneros políticos. Algunas huelgas incluían no beber agua, como la que relató el ya fallecido Jorge Rodríguez Muro. Fue en la cárcel de Remedios, la desesperación de una sed de siete días, sin atención médica, que obligó al enemigo a satisfacer sus demandas.
El médico Alberto Fibla González, ex preso político cubano, participante de varias huelgas de hambre, refiere en el libro Cuba y castrismo: huelgas de hambre en el presidio político, de José Antonio Albertini: ``Una huelga de hambre es un proceso terrible. Un huelguista está agonizando después del vigésimo día sin ingerir alimentos. El hambre es insoportable. Comienza con esa sensación de vacío que todos conocemos. [. . .] Aparecen los vómitos que deshidratan, al mismo tiempo que se experimenta frialdad, palidez y sudoración pegajosa. La vista merma de día en día y se convierte en una nube que distorsiona paredes y rejas. Las piernas parecen despegarse del cuerpo. [. . .] La piel se va aplastando contra el hueso, como si fuera a fundirse con él. Esto que digo no es más que el preludio obligado que conduce, si la postura se mantiene, a una muerte lenta y angustiosa''.
s justo que citemos los al menos 12 prisioneros políticos cubanos que han perecido en huelgas de hambre: Roberto López Chávez, Luis Alvarez Ríos, Francisco Aguirre Vidarrueta, Carmelo Cuadra Hernández, Pedro Luis Boitel, Enrique García Cuevas, Olegario Charlot Spileta, José Barrios Pedré, Reinaldo Cordero Izquierdo, Santiago Roche Valle, Nicolás González Regueiro y Orlando Zapata Tamayo.
Lamentablemente, las huelgas de hambre se han llevado a muchos compañeros, pero muchos más han quedado quebrantados de por vida. Pero a veces se aprecian más en aquellos que con un coraje ejemplar asumieron el derecho divino de morir a su manera, pero que por diversas razones y motivos sobrevivieron a su empeño de partir como querían.
Periodista y documentalista cubano.
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