Carlos Alberto Montaner: Fidel y Raúl Castro
Cuando sus adversarios políticos podían hablar libremente, Fidel Castro Ruz no era carismático y lo prueban sus sonados fracasos como oscuro dirigente estudiantil, mediocre y cobarde pandillero político y como político del Partido Ortodoxo. El carisma de Fidel Castro fue fabricado antes de la Revolución por los medios ( entre ellos el New York Times y otros diarios norteamericanos ) y después del triunfo revolucionario por la coacción y el efecto letal de las armas, así como por la intensiva propaganda de los medios masivos de comunicación del país y de la izquierda liberal fuera del país.
Lo más sobresaliente de Fidel Castro ha sido la falta de cualquier escrúpulo para aplicar de manera implacable y sin titubear lo que otros grandes pensadores políticos han escrito:: lo planteado por Curzio Malaparte en Técnica del Golpe de Estado , para alcanzar el Poder político; mientras que para mantenerlo, lo escrito por Nicolás Maquiavelo en su obra ¨El Príncipe y la estrategia o metodología de Joseph Goebels, el Ministro de Propaganda de la Alemania Nazi.
Veamos un ejemplo: palabras de Nicolás Maquiavelo: ¨Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado.¨
Otras son:
Tomado de http://www.personal.able.es
Resistencia a los cambios
Los hombres viven tranquilos si se les mantiene en las viejas formas de vida. La incredulidad de los hombres, hace que nunca crean en lo nuevo hasta que adquieren una firme experiencia de ello. La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos.
La venganza
A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras ya que de las graves no puede: la afrenta que se hace a un hombre debe ser, por tanto, tal que no haya ocasión de temer su venganza.
( Nicolás Maquiavelo )
La crueldad
Se puede hacer un buen o mal uso de la crueldad. Bien usadas se pueden llamar aquellas crueldades (si del mal es lícito decir bien) que se hacen de una sola vez y de golpe, por la necesidad de asegurarse, y luego ya no se insiste más en ellas, sino que se convierten en lo más útiles posible para los súbditos. Mal usadas son aquellas que, pocas en principio, van aumentando sin embargo con el curso del tiempo en lugar de disminuir.
El príncipe debe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor del pueblo consiga evitar el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado. El príncipe debe evitar todo aquello que lo pueda hacer odioso o despreciado.
Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores se deben hacer poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor. Los hombres, cuando reciben el bien de quien esperaban iba a causarles mal, se sienten más obligados con quien ha resultado ser su benefactor, el pueblo le cobra así un afecto mayor que si hubiera sido conducido al Principado con su apoyo.
Generosidad
Hay que ser liberal con todos aquellos a quienes no quita nada - que son muchísimos - y tacaño con todos aquellos a quienes no da, que son pocos.
Con aquello que no es tuyo ni de tus súbditos se puede ser considerablemente más generoso. El gastar lo de los otros no te quita consideración, antes que la aumenta.
Castigos
Con poquísimos castigos ejemplares será más clemente que aquellos otros que, por excesiva clemencia, permiten que los desórdenes continúen, de lo cual surgen siempre asesinatos y rapiñas.
Naturaleza humana
Se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todos tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida y los hijos cuando la necesidad está lejos; pero cuando ésta se te viene encima vuelven la cara. Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio.
La naturaleza de los hombres es contraer obligaciones entre sí tanto por los favores que se hacen como por los que se reciben.
Delegar las medidas impopulares
Los príncipes debe ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearle odio y ejecutar por sí mismo aquellas que le reportan el favor de los súbditos. Debe estimar a los nobles, pero no hacerse odiar del pueblo.
Entretener al pueblo
Se debe entretener al pueblo en las épocas convenientes del año con fiestas y espectáculos.
Elección y manejo de consejeros
No hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero cuando todo el mundo puede decírtela te falta el respeto. Un príncipe prudente se procura un tercer procedimiento: elige hombres sensatos y otorga solamente a ellos la libertad de decirle la verdad, y únicamente en aquellas cosas de las que les pregunta y no de ninguna otra.
Simular y disimular
Es necesario ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar. Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres. La poca prudencia de los hombres impulsa a comenzar una cosa y, por las ventajas inmediatas que ella procura, no se percata del veneno que por debajo está escondido.
Cualidades del Príncipe
De ciertas cualidades que el príncipe pudiera tener, incluso me atreveré a decir que si se las tiene y se las observa siempre son perjudiciales, pero sí aparenta tenerlas son útiles; por ejemplo: parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal manera que si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad contraria.
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Tomado de http://es.answers.yahoo.com
Son bastante conocidas estas frases goebbelianas
¨Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad¨
“Miente, miente, que al final algo quedará... ...cuanto más grande sea una mentira, más gente lo creerá..."
(Joseph Goebels)
Pero veamos algunos de los principios de la propaganda goebbeliana que son menos conocidos; y sería bueno e interesante que cada uno de los lectores de este blog valore si el Castrismo los usa o no.
1 ) Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
2) Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
3) Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. "Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan.
4) Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
5) Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
6) Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.
7) Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
8) Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
9) Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
10) Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11) Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa "como todo el mundo", creando una falsa impresión de unanimidad.
Fidel y Raúl
Por Carlos Alberto Montaner
Madrid
27 de Mayo de 2010
Comencemos por establecer ciertas premisas elementales:
Todas las sociedades evolucionan. Cada generación percibe la realidad de forma diferente e intenta modificarla de acuerdo con sus valores, intereses y con la información de que dispone.
Fidel y Raúl Castro forman parte de lo que se ha llamado la generación de 1953, así designada por conmemorarse ese año el centenario del nacimiento de José Martí.
La cosmovisión que entonces tenía Fidel, y que luego le impuso a la sociedad, era la de un joven radical antiimperialista y anticapitalista, convencido de que las dos causas fundamentales de los problemas económicos y políticos de Cuba derivaban de la explotación de los capitalistas y de los malvados designios de Estados Unidos.
A esa convicción le agregaba un profundo desprecio por el sistema republicano de gobierno, con sus múltiples partidos, poderes independientes que se equilibraban y libertades individuales que permitían que las personas tuvieran y manifestaran puntos de vista divergentes. Todo eso se le antojaba como corrupto, caótico y tendiente a la desorganización.
Ese diagnóstico rápido, en su caso, venía acompañado de una invencible confianza en su capacidad para reorganizar la sociedad de acuerdo con sus propias teorías sobre cómo debía estructurarse el aparato productivo para convertir a Cuba en un país próspero y disciplinado. Él sabía lo que había que producir y consumir, dónde, cómo y porqué. No conocía la duda. Era un joven ególatra lleno de certezas. Ni siquiera se percataba de que carecía de la menor experiencia laboral.
Carismático, con una fuerte personalidad capaz de ejercer un gran poder sobre sus subordinados, especialmente si no estaban intelectualmente bien dotados, y de seducir a las masas con su oratoria arrebatada, musolinesca, que ahora se nos antoja un tanto ridícula, logró convertirse en el líder indiscutible, temido y obedecido por una parte sustancial de la sociedad.
Finalmente, la URSS dotó a la Revolución de un cierto orden económico, una estructura administrativa y un modo imbatible de control social. Fidel, con esas herramientas, incorporó al país al mundillo comunista y construyó una jaula perfectamente hermética.
Como sabemos, en 1989 el Muro de Berlín fue derribado, en 1991 despareció la URSS y el marxismo-leninismo dejó de ser una referencia intelectual seria. Fue sólo una utopía que dejó cien millones de muertos durante el periodo en que se puso a prueba su viabilidad.
Fidel Castro, sin embargo, insistió en mantener a flote su dictadura personal sin apartarse demasiado de la organización que le dejó en pie la URSS y sin renunciar a las principales supersticiones marxistas. Confundía la terquedad con los principios e interpretó la desaparición del comunismo en Occidente como una traición de los comunistas de la URSS, encabezados por Gorbachov, a quien suponía parte o víctima de una conjura de la CIA.
Así las cosas, en 1990 comenzó a recoger los escombros del movimiento comunista en América Latina, junto a Lula da Silva fundó el Foro de Sao Paulo, llamó a cuanto aventurero compartía la visón de la Guerra Fría, incluidos los narcoterroristas de las FARC y del ELN, y preparó el primer perímetro defensivo para continuar su épica batalla contra Estados Unidos y Occidente y contra el odiado capitalismo, aunque en la nueva etapa tuviera que servirse de algunos inversionistas. Era una batalla absurda y condenada al fracaso, pero estaba dispuesto a librarla: cualquier cosa era mejor que aceptar que había vivido toda su vida en el error, precipitando a Cuba en una catástrofe sin sentido.
La suerte, sin embargo, le deparó cierto espacio para contemplar de nuevo la posibilidad del triunfo: en diciembre de 1998 fue elegido Hugo Chávez en Venezuela y poco después Lula da Silva, aunque muy condicionado por la realidad brasilera, se convertía en presidente de Brasil. El Socialismo del siglo XXI comenzaba a dar sus primeros pasos.
En diciembre de 2005, en un discurso pronunciado en Caracas por Felipe Pérez Roque, ya se formulaba la nueva visión del eje La Habana-Caracas: Chávez y Castro se echaban sobre sus hombros la tarea de triunfar donde había fracasado Moscú. Ellos eran el nuevo Moscú y el Socialismo del siglo XXI el nuevo evangelio con el que conquistarían primero América Latina y luego el resto del mundo.
Pocos meses después, en el verano del 2006, ocurrió algo previsible, pero impensable en las sociedades dirigidas por un endiosado caudillo: Fidel Castro enfermó gravemente y debió entregarle el poder a su hermano, el general Raúl Castro. El riesgo de morir era muy alto.
No obstante, Fidel, como sabemos, no murió, pero quedó gravemente enfermo e incapacitado para ejercer como Presidente. Conservó, sin embargo, la autoridad política total sobre el régimen, y la autoridad moral y psicológica sobre su hermano, lo que le ha permitido impedir cualquier desviación sustancial de las líneas maestra impuestas por él al país desde hace más de medio siglo.
Raul Castro: de Ministro de Defensa a Jefe de Estado
Durante toda su vida, Raúl Castro había vivido como un apéndice intelectual y físico de su hermano mayor. Desde la adolescencia, cuando sus padres se lo entregan a Fidel, Raúl se había acostumbrado a obedecerlo y a admirarlo. Fidel lo había arrastrado al ataque al Moncada, al desembarco del Granma, a la lucha guerrillera y a la cúpula dirigente. Él había vivido la vida que su hermano le había diseñado. Fidel lo había dotado de ideas y de impulsos.
A pesar de todo, eran dos personas muy diferentes. Raúl, aunque podía matar incluso con mayor frialdad que su hermano, era una persona más jovial y realista, nada carismática, con sentido de sus propias limitaciones y dispuesta a gobernar colegiadamente con el concurso de sus subordinados. Por eso, desde que asumió la presidencia del país dejó en claro que prepararía las cosas para que la sucesión se produjera dentro de las instituciones del sistema comunista: el Partido asumiría las funciones de control y ahí se transmitiría ordenadamente la autoridad tras su muerte.
Por supuesto, antes de llegar a ese punto, Raúl se propuso organizar y aumentar sustancialmente la producción para que la sociedad cubana comprobara que en la Cuba del poscastrismo, de la cual él era la primera muestra, era posible prosperar y superar las inmensas carencias que padecía el país.
Ésa era una de las principales diferencias entre los dos hermanos. Fidel negaba la terrible realidad material en que vivían los cubanos. Cuando Fidel se refería a Cuba sólo veía una sociedad de niños educados y con acceso a un extendido sistema de sanidad, y con un Estado solidario dedicado a la solidaridad universal con los necesitados de todo el planeta. Cuando Raúl se refería a Cuba, contemplaba millones de personas mal alimentadas, cobijadas en viviendas semidestruidas, con acceso muy precario a los servicios de agua, electricidad, comunicaciones y transporte. Raúl pensaba que el sistema sólo podía consolidarse tras la desaparición de la generación del 53, la que hizo la revolución, si esas miserias materiales eran eliminadas.
Él pensaba que podía llevar a cabo esa labor. No era, como Fidel, una persona desorganizada y caótica, sino alguien metódico, capaz de trabajar en equipo, que durante 47 años había sido un exitoso Ministro de Defensa, capaz de convertir a unos cuantos guerrilleros sin instrucción militar (él mismo incluido), en el noveno ejército del mundo, capaz de triunfar en Angola y Etiopía, como ocurrió a lo largo de la década de los setentas.
Incluso, tenía otra experiencia notable: tras la desaparición del subsidio soviético, Raúl había sido capaz de reducir las fuerzas armadas cubanas a un tercio de lo que fueron en su momento de mayor esplendor, cancelando casi totalmente a la Marina y a la Fuerza Aérea, que sólo conservó un par de escuadrones con capacidad de combate.
Lo que Raúl no entendía es que dirigir un ejército es mucho más fácil que dirigir exitosamente el tejido empresarial de una sociedad moderna. Un ejército es una organización vertical, basada en la obediencia ciega, cuya función es el ejercicio de la fuerza. Su eficiencia se mide por su capacidad para destruir, controlar o intimidar. Eso sólo depende de los medios de que disponga, de las reglas que lo organizan y del liderazgo de los jefes.
El tejido empresarial, por el contrario, está condicionado por la necesidad de rendir beneficios. Debe recibir unos insumos, producir bienes o servicios, satisfacer a los consumidores y generar beneficios para mantener el aparato productivo, crecer, invertir, innovar y continuar incesantemente el ciclo que exige el proceso de creación de riqueza. Por eso a un ejército le toma un minuto destruir un puente y a la sociedad le toma un año construirlo.
A partir del verano del 2006, Raúl Castro está descubriendo la inmensa diferencia que hay entre las dos tareas. Mientras las empresas necesitan tomar decisiones de manera autónoma basadas en su realidad, y en las que el impulso psicológico que moviliza a los trabajadores no es la obediencia ciega a los jefes sino sus propios intereses materiales, los ejércitos operan de manera absolutamente diferentes. Cuando Raúl Castro era Ministro de Defensa le daba una orden a un general y ésta solía cumplirse a rajatabla, hoy puede dar la orden de que se produzcan más gomas de autos, o más planchas de zinc, y al cabo de cierto tiempo podrá observar que la orden ha sido parcial o totalmente ignorada, o, incluso, advertirá que lo han engañado y las metas supuestamente cumplidas jamás se han alcanzado. Para mayor contrariedad, mientras en el ejército podía mandar a la cárcel o al paredón a quien le tomara el pelo, en el mundo empresarial sólo podrá separarlo de su cargo.
1 Comments:
Excelente post.
El titular de la Asamblea Nacional (Parlamento) de Ecuador, Fernando Cordero Cueva, viajó a Cuba como portador la condecoración Eloy Alfaro Delagado, que el Legislativo otorga al dictador Fidel Castro Ruz.
http://www.youtube.com/watch?v=DgfwxH4pZuA&feature=player_embedded
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