La iglesia católica frente al régimen de Batista
Nota del Bloguista
En marzo de 1958 el régimen de Batista también trató de encontrar una solución electoral pero ahora a la oposición armada: le propuso al Movimiento 26 de Julio que participara como un partido político en las entonces cercanas elecciones del 1 de junio de 1958; Fidel Castro rechazó esa proposición y lanzó en el Manifiesto del 12 de Marzo ( un manifiesto francamente terrorista ) la convocatoria a una Huelga General para el mes de abril, que después Fidel Castro apenas apoyó y cuyo fracaso Fidel Castro aprovechó para aplastar a lo que quedó de la dirigencia de la vertiente de ¨El Llano ¨ del Movimiento 26 de Julio después de ser diezmada por los órganos represivos de la dictadura; esa vertiente fue la que más aportó a la lucha y era y es clasificada como liberal-pequeño burguesa por los Castro. Se puede leer más en http://baracuteycubano.blogspot.com
( Monseñor Luigi Centoz )
En 1958 el Nuncio Centoz pidió pública y explícitamente la renuncia de Fulgencio Batista y los Obispos cubanos hicieron pública otra carta donde de manera diplomática e implícita pedían la renuncia de Batista.
En http://redalyc.uaemex.mx/ se lee:
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Tomado de http://nuevomundo.revues.org/
La iglesia católica frente al régimen de Batista
( Fragmento )
Por Dr. Manuel de Paz-Sánchez
catedrático de Historia de América
Universidad de La Laguna
Islas Canarias. España
En julio de 1956, cinco meses antes del histórico desembarco de Fidel Castro y sus hombres, la revista La Quincena, una publicación socio-religiosa editada por los franciscanos españoles de Cuba, dedicó uno de sus jugosos editoriales a enjuiciar la situación política del país y, más concretamente, la solución ofrecida por Batista a la oposición, que consistía en esencia en la celebración de elecciones parciales a las que seguiría una convocatoria general. Las elecciones de 1954, aunque sirvieron para cubrir el expediente formal, sólo habían satisfecho a los Estados Unidos, que valoraron positivamente el afán democratizador del general Batista.
4El órgano de los franciscanos de Cuba, una de las organizaciones religiosas más progresistas e implicadas en la dinámica social y política de la Isla, no ahorró críticas al sistema y, en este sentido, no tardó en observar, con acierto, que Cuba se encontraba ante el dilema político más importante de su historia republicana. “El país está frente a un dilema tajante: o elecciones o revolución. Situarse de espaldas a la solución electoral es aceptar o el ostracismo o la vía conspirativa. El continuismo por elecciones unilaterales significa la guerra civil. Y eso hay que evitarlo de todas maneras, porque los llantos, la sangre y los odios que conlleva no tendrían sino una ridícula compensación, un menguado provecho en el caso de que la revolución triunfara. No se habrán resuelto los problemas fundamentales del país, pero se irrogaría un daño inmenso a la paz ciudadana” “¿Solución en dos etapas?, Editorial, La Quincena, año II, nº 13, La Habana, 22 de julio de 195 (...)
5Los franciscanos, la masa católica e, incluso, elementos significativos de la jerarquía eclesiástica de Cuba, empero, no tardarían en cambiar de opinión, sobre todo cuando los acontecimientos, desarrollados en una cascada explosiva y abrumadora, demostraron que la única solución posible a la crisis institucional pasaba por la desaparición del usurpador Batista y por la instauración de un sistema político transformador, en el que todas las opciones revolucionarias, católicas y progresistas, quisieron ver su modelo político ideal y que, desde la nostalgia de la propia historia, parecía reconciliar a los cubanos consigo mismos a través del viejo sueño martiano de una república con todos y para el bien de todos.
6Enrique Chirinos Soto, corresponsal del periódico limeño La Prensa, describió la realidad política cubana a principios de noviembre de 1956, y puso de relieve, precisamente, la grave contradicción en que parecía envuelto el presidente Batista, esto es, su afán de aparentar, ante sus conciudadanos, una acrisolada tradición democrática, sobre todo mediante la indiscutible libertad de prensa con la que contaba el país y, por el contrario, la existencia de una oposición cada vez más creciente e irresistible contra un gobernante y un sistema que no habían conseguido establecer, pese a sus empeños, unas mínimas bases de credibilidad política e institucional. “Típico hombre fuerte latinoamericano en muchos aspectos –escribía Chirinos Soto-, Batista es, ante todo, un usurpador”. A menudo, subrayaba el periodista, había pretendido explicar el cuartelazo, pero nunca lo había conseguido. En 1954, Batista “llamó a elecciones y también bajó al llano. Previamente, había modificado, en el sentido de sus conveniencias, las leyes electorales. El ex presidente Grau San Martín intentó oponer su candidatura a la de Batista, tal como Montagne, en el Perú, intentó enfrentarse a Odría en 1950. A última hora, Grau se retiró de la contienda y, en consecuencia, no hubo necesidad apremiante de recluir en la cárcel al candidato de la oposición”.4 .4 E. Chirinos Soto: “La XII Reunión de la SIP. Batista, dictador a pesar suyo”, La Prensa, Lima, 1 (...)
( Monseñor Enrique Pérez Serantes )
7Pero había más. En muchos sectores, sinceramente opuestos al régimen de Batista, existía la firme convicción de que la única salida era que el antiguo sargento taquígrafo abandonase el poder y que, en definitiva, cualquier solución electoral planteada por el usurpador, estaba constitucionalmente viciada en origen. Sobre todo porque, como recordaban los franciscanos de La Quincena, existían obvias razones para dudar de la sinceridad del presidente. “Los suspicaces ven en este juego electoral una trampa a la que se quiere atraer a la oposición, dividiéndola y utilizándola para sus fines. Si esta intención macabra existe, será descubierta a tiempo, cuando la oposición fije las condiciones ineludibles y lógicas con que ha de estar asistida una consulta popular”. El punto neurálgico de la solución electoral era, pues, el sistema de garantías electorales, según concluía la aún condescendiente revista religiosa.
8Mas, como recordaba Chirinos Soto, el pueblo cubano, en su inmensa mayoría, desconfiaba de la política y de los políticos profesionales. Había dejado de creer en un sistema democrático cimentado, históricamente, en la corrupción y en la vulneración continuada del pacto institucional, y, desde luego, necesitaba de un fuerte revulsivo para salir de su modorra política. “El pueblo cubano, que no quiere a Batista, permanece prácticamente al margen de la polémica constitucional entre políticos de oficio. La estrategia de los opositores de extrema se dirige, por lo tanto, a excitar al pueblo. Y para excitar al pueblo, procuran que Batista tome los caminos más descaradamente dictatoriales. Tal es la razón de ser de las conspiraciones, de las proyectadas aventuras expedicionarias desde México y de los actos de terrorismo. Que Batista se convierta en tirano y que el pueblo se enfurezca, aunque haya después un diluvio de sangre. He ahí el peligroso estado de ánimo de los opositores radicales de Batista”5. 5 . Ibidem.
9El ex presidente derrocado, Carlos Prío Socarrás, aparecía, por aquel entonces, en el epicentro de la conspiración contra Batista, y había sido acusado por el gobierno cubano de connivencia con Rafael Leónidas Trujillo, a quien los periódicos de La Habana describían, “tal vez apropiadamente, como la bestia del Caribe”. Así, pues, a principios de noviembre de 1956, la situación política cubana carecía, como mínimo, de dos elementos fundamentales para coordinar una acción decisiva contra el hombre fuerte de Cuba. Por un lado, faltaba cohesión y unidad de criterio entre las disímiles fuerzas de oposición y, por otro, no parecía que los ex presidentes Grau San Martín y Prío Socarrás, aplastados por el peso de sus propias biografías, fueran los dirigentes políticos más adecuados para protagonizar un liderazgo aglutinador de las fuerzas contrarias al régimen de Batista.
10Nada une, escribía también el corresponsal de La Prensa, a las dispares fuerzas de oposición, “salvo la común odiosidad a Batista”. Pero, además, “no hay por el momento ningún dirigente de envergadura. No hay ningún caudillo que capitalice la fe de un pueblo que ha perdido la que tenía en sus hombres públicos. Grau San Martín representó, en una época, la mejor esperanza de Cuba. Llegó al poder…, y su administración fue escandalosamente deshonesta. Tampoco Prío Socarrás dictó cátedra de virtud”. Batista, en consecuencia, estaba en condiciones de resistir, no sólo por la falta de alternativas reales, sino porque, también, contaba con una basa fundamental, la representada por las fuerzas armadas.
11El aparente fracaso de la insurrección en la provincia oriental de Cuba, en momentos próximos al desembarco del Granma, los dramáticos avatares iniciales de la propia expedición rebelde y, además, la escasa iniciativa popular a la hora de secundar a los insurgentes, hicieron afirmar al representante accidental de España –que estaba en estrecho contacto con la representación consular en Santiago de Cuba -, que “la impresión general que se tiene aquí es que el movimiento revolucionario está prácticamente dominado, constituyendo la persecución y captura del grupo rebelde una labor de la policía”.
12El descalabro revolucionario fue atribuido por Eduardo Groizard, entre otros factores, al hecho de “contar el Gobierno con el apoyo del Ejército”, y, desde luego, a “la excelente situación económica de Cuba, ya que debido a la escasez de azúcar en el mundo entero y la consiguiente alza de precios, va a ser este año la zafra libre, con lo cual se va a beneficiar de una forma o de otra la mayor parte de la población de este país”. Sus palabras resultaban tranquilizadoras, aunque, como buen observador, dejó cierto margen a la incertidumbre. “El movimiento que dirige Fidel Castro –subrayó- cuenta por el momento con el apoyo de un sector muy limitado aun dentro del conjunto de la oposición, sin que se pueda decir que constituye un peligro para el Gobierno". 6 . Despacho de Groizard del 4 de diciembre de 1956, fols. 2-3 (AGA. Exteriores, C-5356).
13Días después, sin embargo, se mostró alarmado por el incremento de las “prácticas terroristas”, especialmente en las zonas montañosas de Oriente, lo que constituía un indicio evidente del propósito rebelde de crear, “mediante estos métodos de fuerza, un clima revolucionario”. El gobierno, para hacer frente a la situación, mantenía la ley marcial en todas las provincias, excepto en La Habana y Matanzas, y la fuerza pública y el ejército se encontraban en estado de alerta, protegiendo los puestos estratégicos, los edificios públicos y las vías de comunicación.
14El régimen, en efecto, no tardó en dar muestras de su vocación represiva, y, según destacaba Groizard, se habían practicado numerosas detenciones en todo el país y, además, acababa de conocerse la “ejecución de veintiuna personas pertenecientes a partidos antigubernamentales en la ciudad de Holguín, provincia de Oriente, sin que hasta el momento el Gobierno haya dado explicación alguna sobre ello”. Naturalmente, la opinión pública, la prensa y algunos políticos pidieron el esclarecimiento de los hechos y el castigo de los culpables, y las propias “clases responsables” del país no dudaron en condenar unos acontecimientos que, como poco, tendrían “un efecto retardatario en el propósito de restablecer la normalidad política y hallar una salida a la crisis nacional”.7 . Despacho de Groizard del 30 de diciembre de 1956 (AGA. Exteriores, C-5356).
15La Quincena tampoco guardó silencio y, a principios de enero de 1957, aplaudió los rumores sobre una “nueva mediación” que, como en tantas otras ocasiones, tendría que venir de la mano de Estados Unidos. Una mediación que garantizase, de una vez por todas, “una solución genuina y permanente a la crisis política”. Pero, al mismo tiempo, la revista se interrogó sobre las causas de los males que aquejaban a Cuba y, en este sentido, no dudó en atribuir tales problemas al propio gobierno de Batista. “¿De quiénes y de qué depende hoy por hoy el logro de esos objetivos? Depende, ante todo, de los hombres que nos gobiernan. Ellos, gestores de la crisis iniciada con el golpe de Estado, están en el deber de arribar a un concreto desenlace. Ellos tienen la fuerza y el poder, y con dos o tres decisiones viriles e inteligentes pueden encaminar al país hacia la normalidad institucional y política”. La gestión de concordia, en este sentido, debería depender de un organismo adecuado, como el propio Bloque de Prensa, cuya actuación inmediata podría poner fin a las “trágicas consecuencias de estallidos de violencia, crueldad, terrorismo y represión” que sacudían la sensibilidad popular. 8 . “La Quincena sugiere”, La Quincena, III, 1, 15 de enero de 1957, p. 37.
16Las palabras de La Quincena apuntaban, también, a una realidad que, ya desde entonces, mostraba perfiles ciertamente preocupantes. La falta de una verdadera oposición institucional, la carencia de alternativas reales - desde la “propia legalidad”-, al régimen de Batista, la desconfianza popular hacia la actividad política más o menos oficial, y la necesidad de que los movimientos cívicos ocupasen el lugar que los partidos, con sus continuas disputas de intereses y su sistemático usufructo de la zafra del poder, se mostraban incapaces de ocupar, al menos dignamente. Esta realidad marcará la historia política de Cuba durante los dos largos años de la etapa insurreccional contra Batista.
17En mayo de 1957, el arzobispo de Santiago de Cuba, el español Enrique Pérez Serantes, rompió su silencio. Hombre de carácter rudo pero profundamente amante de su pueblo, el prelado gozaba de cierta fama de progresista porque, en julio de 1953, con motivo del asalto al cuartel Moncada por Fidel Castro y sus hombres, garantizó, con su prestigio institucional y personal, la vida del joven dirigente rebelde, ciertamente amenazada en los momentos de represión y brutalidad que siguieron a la debacle insurgente.
18En una carta a sus diocesanos –34 parroquias y casi dos millones de fieles católicos 9-, el prelado oriental comenzaba por deplorar el “estado de terror y violencia que venimos contemplando, en una rápida carrera de disgustos, de incomprensión y de represalia, provocados por hechos de todos conocidos”, y, acto seguido, tras justificar su evidente prudencia a la hora de hacer público un pronunciamiento eclesial, conminaba a los responsables de la caótica situación del país a una rápida terminación de la contienda, “pero no a sangre y fuego, por no ser estos los elementos que pueden propiciar la paz verdadera y estable que necesitamos urgentemente”, sino que, “siendo el sacrificio la medida del amor”, se debería estar dispuestos a “abrazarnos con el sacrificio, el que sea, el más costoso, en aras de la paz, por la cual debe interesarse todo el que en verdad ame a Cuba”. Consciente, sin embargo, de la dificultad de su rogativa, Pérez Serantes invocaba el favor de Dios, ordenaba la exposición del Santísimo y el rezo del rosario en todas las parroquias de su jurisdicción y establecía la terminación de las ceremonias con la “bellísima oración por la paz” que había redactado el obispo de Pinar del Río 10. 9 . “El arzobispo de Santiago de Cuba exhorta a la paz”, Ecclesia, Madrid, 8 de junio de 1957, p. 23- (...) . 10 . “Arzobispado de Santiago de Cuba. Al pueblo de Oriente”, 28 de mayo de 1957, en La Voz de la Igle (...)
( El Embajador Juan Pablo Lojendio fue insultado en televisión por Fidel Castro y el español fue a pedirle cuentas a Fidel Castro al mismo estudio de TV donde todavía se encontraba Fidel pese a que ya era de madrugada; en una foto de la revista Bohemia se ve a Fidel Castro acobardado; nota y foto añadids por este bloguista )
19El embajador de España, Juan Pablo de Lojendio, se hizo eco de la exhortación episcopal y destacó su contenido en telegrama del día 31 11. Las palabras de Pérez Serantes venían a unirse a las voces de protesta que, “casi todas las instituciones de carácter social de Santiago de Cuba”, habían hecho llegar a Batista en un escrito en contra de la brutal represión protagonizada por las fuerzas armadas y sus sicarios locales. En este sentido, subrayaba el diplomático, el propio texto del documento episcopal dejaba ver claramente, aunque entre líneas, “su protesta por la situación imperante”. Además, subrayaba Lojendio, “monseñor Enrique Pérez Serantes, Arzobispo de Santiago de Cuba, español de nacimiento, es personalidad de gran prestigio y popularidad en este país y en diversas ocasiones ha intervenido eficazmente para cortar los brotes de violencia que se producen en el mismo estos últimos años. Por ejemplo, fue a él a quien se entregó después del movimiento insurreccional de 1953 su Jefe el Dr. Fidel Castro, el mismo que figura ahora de nuevo al frente de la rebelión actual”12. 11 . “Telegrama cifrado número 38. La Habana, 31 de mayo de 1957” (AGA. Exteriores, C-5356). 12 . Despacho de Lojendio del 3 de junio de 1957, fol. 3 (AGA. Exteriores, C-5356).
20Por otro lado, la propia prensa, aun la más timorata y conservadora, pareció adherirse al llamamiento por la paz y, para ello, periódicos como el famoso Diario de la Marina, no dudaron en resaltar el pronunciamiento episcopal 13, la condena de las instituciones cívicas de Oriente “al modo de reprimir empleado allí”, y, naturalmente, aunque en titulares de menor relieve, la respuesta del alto mando militar: “El general Rodríguez Ávila, tras dolerse de que esos organismos no hayan protestado de los atentados a la Fuerza Pública y colocación de bombas, recaba que se ayude a mantener la paz y orden en la ciudad”14. * 13 . “Aquellos que de verdad amen a Cuba deben sacrificarlo todo en aras de la paz. Mons. Pérez Serant (...) 14 . “Condenan las instituciones cívicas de Oriente el modo de reprimir empleado allí”, Diario de la Ma (...)
21Las críticas de Pérez Serantes no cayeron en saco roto. Batista, en un discurso dirigido a sus seguidores, omitió intencionadamente cualquier referencia al documento pastoral, sin duda para tratar de orillar la interpretación del mismo como “una censura a la política del Gobierno frente a la insurrección armada” y, en cambio, como subrayaba Lojendio, elogió otras intervenciones de elementos de la jerarquía eclesiástica, como las del condescendiente cardenal arzobispo de La Habana y las del obispo de Pinar del Río, “cuyo texto ha sido mejor acogido en el campo gubernamental”15. * 15 . Despacho de Lojendio del 10 de junio de 1957, fol. 2 (AGA. Exteriores, C-5356).
22Poco a poco, sin embargo, la imagen de Fidel Castro como una alternativa real y en absoluto desestabilizadora para el futuro de Cuba fue tomando cuerpo en la conciencia ciudadana. Desde tan tempranas fechas, el embajador de España, en contacto con “persona de mi muy antigua y buena amistad y al parecer estrechamente vinculada a ciertos aspectos directivos del movimiento revolucionario”, pudo trazar un panorama relativamente alentador sobre la personalidad del líder rebelde y de sus seguidores, jóvenes de buena familia cuyo objetivo moral resultaba evidente, salvar a Cuba de la dictadura del usurpador y de los malos políticos profesionales.
23“Mi interlocutor y amigo –afirmaba el representante de España -, me ha puesto en guardia respecto a las versiones que circulan en torno a las ideas extremistas de Fidel Castro, a quien considera ante todo un idealista, pero hombre en suficiente contacto con la realidad para darse cuenta de que Estados Unidos no consentiría jamás la instauración en Cuba de un poder capaz de turbar la política general del hemisferio. Me dijo mi amigo que para el Movimiento 26 de Julio, que el Dr. Castro encabeza, cotizan económicamente gentes de elevada condición social y acreditada seriedad, que entre los muchachos que acompañan en su aventura a Castro los hay de muy buena formación católica y que, de momento, prima también en ellos un sentimiento idealista y una protesta contra las formas habituales –y no precisamente ejemplares- de la política de Cuba, por lo que no solamente están en contra del régimen de Batista, sino también en contra de los partidos de oposición que sólo aspiran a la obtención de las ventajas materiales del poder”. Además, estaba fuera de duda la general simpatía hacia el movimiento insurreccional en la provincia de Oriente, “avivada por la represión dura y poco inteligente de las fuerzas de la policía en dicha región de la isla, y con importantes adhesiones por todo el territorio nacional, sin que esto signifique que sus dirigentes piensen de momento en la posibilidad de derribar al Gobierno del General Batista que es fuerte y cuenta con el apoyo de las fuerzas armadas”16. En un corto espacio de tiempo, sin embargo, la situación iba a presentar perfiles sorprendentes e imprevisibles.* 16 . Despacho citado de Lojendio del 10 de junio de 1957, fols. 3-4.
Los católicos y el movimiento 26 de julio: un informe “muy reservado” de Lojendio
24La meticulosa información suministrada por Lojendio al Ministerio de Asuntos Exteriores permite reconstruir, con gran precisión, la evolución experimentada por los católicos cubanos y por sus pastores a lo largo de 1958, año en el que la caída del régimen de Batista comenzó a perfilarse claramente a partir de la primavera, cuando el movimiento civil decidió unir sus esfuerzos, aún a pesar del fracaso de la huelga general de abril, para dar un giro radical a la política del país y, en este sentido, otorgó su apoyo a la única opción realmente sincera y plausible en aquellos momentos, la que representaban Fidel Castro y sus jóvenes compañeros de la Sierra Maestra 17. 17 . Manuel de Paz Sánchez: Zona Rebelde, cit., pássim.
25En este sentido, el documento que reproducimos a continuación, un despacho "muy reservado" de Lojendio de marzo de 1959, contiene no sólo una descripción pormenorizada de los principales acontecimientos relacionados con los católicos cubanos en el último año de la insurrección contra Batista sino, también, valiosas observaciones personales sobre la frustración de sus esperanzas a partir del triunfo revolucionario el 1º de enero de 1959, frustración que se relaciona, sobre todo, con algunos aspectos esenciales del credo católico en lo tocante a la labor social de la Iglesia, especialmente en el campo pedagógico. El giro hacia un radicalismo extremo, como apuntaría Lojendio en diversas ocasiones, acabó con las ilusiones de importantes sectores del catolicismo local que vieron en la revolución la posibilidad de construir una República en la que todos los cubanos tuvieran su espacio propio. "El fantasma del comunismo ha hecho su aparición en forma temible en el panorama nacional. En los medios católicos más responsables la preocupación es muy grande", aseguraba Lojendio ya desde el propio mes de marzo de 1959.
26La actuación católica, durante el proceso insurreccional, fue resumida por el embajador español en estos términos: "Una inclinación cada día mayor de una parte de la Jerarquía, una gran parte del Clero y una gran mayoría de la masa católica hacia la simpatía, primero, y la abierta colaboración, más tarde, con la causa revolucionaria. Una actitud más cauta y reservada de otros Prelados y una creciente crítica de su actitud por parte de muchos católicos". Pero, en cualquier caso, se trató de una colaboración espontánea, sin acuerdo previo, entre los más diversos sectores de la vida nacional, y donde los católicos, como otros colectivos, no exigieron ninguna condición previa. "Debo señalar también - subrayaba el diplomático- dos puntos esenciales para la comprensión de todo este panorama en su conjunto: Uno de ellos es la inexistencia de pacto o convenio alguno entre representantes del catolicismo con dirigentes revolucionarios, la falta de compromiso para el futuro, la ausencia de acuerdo o programa ideológico o de acción"; y, en segundo lugar, se hacía necesario precisar que, en términos generales, la actitud de Batista hacia la Iglesia no había sido hostil, como había acaecido en otros lugares de la geografía americana. "Otro - matizaba Lojendio- es el hecho de que, aunque en la lucha con la policía cayeron algunos jóvenes católicos, no puede decirse, como ya antes ha quedado indicado, que el Gobierno de Batista persiguiese a la Iglesia o a los católicos. La verdad es la contraria y en ello hubo de influir una gestión personal que hice en Abril del año pasado".
27El 1º de enero de 1959, "la masa casi total del catolicismo cubano estaba sumada a la Revolución" y, en tal sentido, añadía el representante de España: "Yo creo que la actuación de todos los sectores del catolicismo cubano, con sus diferencias de matiz que he señalado, no solamente es defendible sino que ha sido la adecuada a la realidad política del país y al cumplimiento de su deber", puesto que, en definitiva, "el régimen caído no merecía la adhesión de las conciencias católicas", aunque, por otra parte, la citada actitud del gobierno de Batista "de consideración a la Iglesia y sus autoridades no daba ocasión a la más alta Jerarquía de adoptar las medidas extremas que algunos revolucionarios exigían", y que, a la postre, aceleraron el proceso de identificación de la masa católica con el ideal revolucionario.
28La batalla de la Iglesia por ocupar un espacio propio en la nueva sociedad y por difundir sus principios morales con libertad y eficacia, empero, no tardó en convertirse en una causa perdida. Incluso aquellos sectores del catolicismo rebelde más allegados al gobierno revolucionario se vieron desplazados, algún tiempo después, de su menguada situación de cercanía al poder. Pérez Serantes, el casi mítico prelado oriental, utilizó todo su prestigio revolucionario para exigir, al menos, el derecho a la educación religiosa, pero sus empeños fueron vanos. Tampoco las grandes manifestaciones de fe popular, como la acaecida en el congreso Mariano celebrado en La Habana a fines de 1959, con la visita a la capital de la Patrona de Cuba; los comportamientos espectaculares de algunas individualidades del clero que optaron por el exilio o, avanzada ya la implantación del régimen socialista y la presión desde el exterior, las propias protestas colectivas del episcopado cubano permitieron un cambio mínimamente significativo de la situación. La voz de la Iglesia en Cuba acabó siendo silenciada por el peso de los acontecimientos y, a partir de entonces, tras la expulsión masiva de numerosos sacerdotes y miembros de las órdenes religiosas, especialmente de origen español, los prelados y sus escasos sacerdotes se limitaron, durante décadas, a realizar una mínima labor pastoral en condiciones precarias. El sueño de libertad se había convertido, para muchos de ellos, en una dramática pesadilla, y el futuro de la nación, oculto tras un espejismo socialista y tropical, parecía haber prescindido de la religión para siempre.
Manuel de Paz-Sánchez, « La ilusión imprevisible (1956-1959). España, los católicos y la revolución cubana », Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates, 2007, [Online], Put online on 30 January 2007. URL : http://nuevomundo.revues.org/3022. Consulted on 29 May 2010.
AuthorManuel de Paz-Sánchez
Es doctor en Historia y catedrático de Historia de América en la Universidad de La Laguna (Islas Canarias. España).
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