lunes, mayo 03, 2010

Raúl Dopico: Apuntes para una estética del castrismo.

Nota del Bloguista

1) En una de las primeras entrevistas de Fidel Castro a la TV norteamericana después del 1 de enero de 1959 ( en la entrevista aparece Fidel en pijama y su hijo Fidelito ) respondiendo a una pregunta dijo que él se afeitaría la barba cuando fuera un buen gobernante.Todavía no se ha afeitado; cumplió su palabra.

2) No sólo ¨la época dominada por la destrucción como estilo; la destrucción lenta, pavorosa de toda una ciudad, de todo un país.¨.Fueron la obertura de una obra de más de medio siglo en cartelera obligatoria donde EL ROBO Y LA VIOLENCIA tienen los papeles protagónicos.

3) ¨Vestirse de miliciano era chic¨. realmente no era chic pero no vestirlo y no hacer guardias en el centro de trabajo y no asistir a las movilizaciones de la milicia era ¨señalarse como apático hacia el proceso ¨ y eso equivalía prácticamente a ser clasificado como contrarrevolucionario en un país donde la cárcel, el paredón y todo tipo de desmanes eran ¨ justificados¨ por la inmensa mayoría de los cubanos por el miedo de que si ellos se oponían, entonces a ellos se les llamarían contrarevolucionarios y la rueda o ¨la planadora ¨les pasaría también por encima a ellos. No obstante, la modelo Norka ( ella es de Párraga y su nombre es un nombre bien cubano ), la vedette Rosita Fornés, la bailarina Alicia Alonso y otros, sí se vistieron de milicianas por el sarampionismo que tenían en esa época. Punto y aparte son los oportunistas de siempre.

4) Había que imitar a Fidel en su vestir pues no sólo porque ¨las telas ¨ que quedaban del capitalismo se estaban acabando sino por cosas como estas:

Tomado de http://www.taringa.net

¨En marzo de 1963, en un discurso en la Universidad de La Habana, Castro criticó a los "vagos, hijos de burgueses" que "andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes "elvispreslianas" , y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus "shows" feminoides por la libre".

A principios de 1965, la Unión de Jóvenes Comunistas y la Unión de Estudiantes Secundarios instaron, en un comunicado, a los institutos preuniversitarios a que expulsaran a los elementos "contrarrevolucionarios y homosexuales (...) en el último año de su carrera en la enseñanza secundaria superior, para impedir su ingreso a las Universidades".

Casi de inmediato, comenzó "el Proceso de Depuración", no sólo en los institutos preuniversitarios sino también en los centros de educación superior.

Poco después, miles de jóvenes considerados "contrarrevolucionarios" o "burgueses" - entre ellos un gran número de homosexuales y religiosos- fueron enviados a los campamentos de las llamadas Unidades Militares para la Ayuda de Producción (UMAP), para "reeducarlos".

5) Ese gris juglar de los bares se llamaba Carlos Puebla y su borrachera del 31 de diciembre para el 1 de enero de 1959, según me han contado algunos testigos, la pasó durmiendo en un sofá de la casa de Rolando Masferrer.
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Tomado de http://zoevaldes.net/


Apuntes para una estética del castrismo.
Por Raúl Dopico.Justify Full
Mayo 3, 2010

El nacionalismo no sólo es una aberración moral: también es una estética falaz

Octavio Paz

1. I. Los orígenes

Dicen que tras la llamada “Revolución de Terciopelo” y su nombramiento como presidente de Checoslovaquia, Vlacav Havel llegó al palacio barroco de Kolodeje, que funcionaba como sede de la presidencia de Gustav Husak, y al entrar dijo: “Ahora me doy cuenta que el problema del comunismo no es filosófico sino estético”.

El Palacio de Kolodeje había atravesado un largo recorrido: cárcel secreta con tenebrosas celdas construidas con madera en el sótano-allí estuvo preso el propio Gustav Husak-, centro de entrenamiento de las fuerzas represivas del gobierno comunista (convirtieron sus espléndidos salones en dormitorios con largas hileras de burdos camastros y cubrieron con cal los delicados y perfectos estucados venecianos coloreados de los techos). Y finalmente, a finales de los años 50 del pasado siglo (lo llenaron con cuanto objeto encontraron en otros castillos y palacios), sede del gobierno. Quién sabe cuántos cambios sufrió el palacio en los siguientes treinta años, para que el dramaturgo checo se horrorizara al entrar en él.

Desde que se derrumbó el muro de Berlín hemos comprobado que los problemas de estética que descubrió Havel al llegar a Kolodeje no eran exclusivos del comunismo checoslovaco, sino una de las tantas deformaciones que tenían en común todos los países comunistas. Cuba, por supuesto, es dueña de similares atributos, sólo que, sin la contención ante los excesos que podía ejercer la tradición cultural europea, le imprimió a sus extravíos una fuerte dosis de de predador salvaje, que va desde la burda conversión del palacio presidencial en un museo que homenajea la violencia disfrazada de heroísmo, hasta el tráfico ilegítimo con el patrimonio nacional.

Con la llegada del castrismo la creación, la percepción y la apreciación en toda su magnitud de la belleza cambió dramáticamente a lo largo de más de cinco décadas, en la medida en que se ideologizaba de forma aberrante todo el sistema educacional, los mecanismos de aislamiento informativo se hicieron cada vez más férreos y las carencias materiales hundieron al país en la miseria.

La ruina estética comenzó el 8 de enero de 1959. Junto a los elegantes carros que pasaban por calles limpias, junto a las tiendas de Galiano, San Rafael, Neptuno y Monte, junto al esplendor del malecón habanero, junto a los edificios modernos que se empinaban al cielo y junto a los anuncios que esperaban que llegara la noche para darle luz a la ciudad, un pueblo bien vestido vitoreaba, en grandes tumultos de negros, blancos y mestizos, a unos barbudos andrajosos que entraban a La Habana montados en camiones y tanques de guerra, sin saber que el cabecilla que los dirigía devendría monarca absoluto, que no se iba a quitar aquella barba ni siquiera cuando la vejez se la transformara en cuatro pelusas teñidas. Sin saber que no se iba a quitar el traje verdeolivo de campaña y las botas militares, ni siquiera para tener sexo con sus amantes. Y que sólo desecharía tan rústica indumentaria cuando, al borde de la muerte, se tiene que aferrar a una vestimenta deportiva para pretender trasmitir saludables aires juveniles. Y no podía ser de otra forma. El cabecilla ególatra ostentaba el peor apodo que se puede cargar en un país de gente limpia y presumida: bola de churre.

1. II. Elementos estilísticos y temáticos

Tal vez, para ser precisos, habría que ubicar el inicio de la desolación estética unos días antes de aquel fatídico jueves 8 de enero de 1959. El jueves 1 de enero, en medio de la madrugada, el general Batista asume su derrota en el mejor estilo de los cobardes: deja atrás el caos y se fuga del país con el pretexto de abrirle espacio a la reconciliación. Horas después caían las primeras cabezas, cuando las turbas se lanzaban a las calles a degollar parquímetros y romper vitrolas, inaugurando así la épica revolucionaria de un pueblo enardecido; la época dominada por la destrucción como estilo; la destrucción lenta, pavorosa de toda una ciudad, de todo un país.

Uno de los primeros cambios en el estilo de vida del cubano lo sufrió la vestimenta. Con la irrupción de los trajes verdeolivo y las botas en la gran fotografía diaria de la realidad cubana, la homogenización en la manera de vestir cobró una dimensión insospechada, con la presencia de milicianos armados por doquier. Lo mismo a la entrada de un cine, que de los estudios de televisión de la CMQ, que de un hotel. Vestirse de miliciano era chic. Y con el poder que otorgaba la vestimenta comenzaron a desarrollarse particulares modos de comportamiento: la prepotencia de los que se sentían elegidos para proteger los designios mesiánicos del líder a cualquier precio, que estimularon los fársicos juicios sumarios en medio de inmensos circos romanos; las manifestaciones con interminables e hipnóticos discursos, salpicados con frecuentes y orgiásticos coros de ¡Paredón!, que enaltecieron, desde su mortal acústica, la posterior costumbre del cubano a la verborrea, mientras manchaban de sangre la patente de corso; la trágica transformación de las señoras y señores en compañeras y compañeros, que posibilitó la degradación absoluta del respeto en el trato y la convivencia social: se borró el por favor para encumbrar soberbia y despotismo en las relaciones sociales, como consecuencia de la exacerbada violencia que emanaba de los signos en el discurso del poder.

( Camilo Cienfuegos y otro ¨rebelde¨ en el Palacio Presidencial encima de un cuadro que seguramente era de un pintor de renombre; nota del bloguista )

En muy poco tiempo la homogenización en el vestir se radicalizaría con la desaparición casi total de la elegancia masculina de los trajes. Un dril cien era un rezago burgués imperdonable. Y así, casi sin darse cuenta, al mismo tiempo que el cubano cambiaba su manera de hablar (hoy incluso cuesta entenderles, no por el argot, sino por el atropello con que sueltan las palabras y la dificultad con que las articulan, cual si una papa en la boca se los impidiera), la costumbre de vestir con elegancia dio paso a una sociedad uniformada (policías, milicianos, militares, alfabetizadores, pioneros, becados, obreros); a una sociedad en la que crecía, como el espinoso marabú, el mal estilo; a una sociedad que se vulgarizaba, en la medida que perdía su buen gusto y distinción, y en la que estar a la moda se podía convertir en delito; a una sociedad que estructuraba su nueva estética regida por el desapego a la higiene de su monarca, que, a diferencia de los antiguos monarcas europeos, ni siquiera sentía pasión por los perfumes.

Pero los cambios estilísticos no eran casuales ni propios de una espontánea improvisación. Los provocaban las vergonzosas aberraciones temáticas que dominaban la mente del líder, obsesionado con darle carácter propio a su obra, para crear eso que en los círculos del poder castrista muy pronto se reconocería como “el estilo de Fidel”. Un estilo que se forjó con condimentos muy peligrosos: hijo bastardo (no sentía amor por sus padres y consideraba a su madre una puta), nacido en el seno de una familia terrateniente que hizo fortuna con el robo de tierras y el pago de salarios en especie; hombre carismático, con cierto dominio de la retórica oratoria, lleno de odio desmedido hacia el éxito de los Estados Unidos y con ínfulas de emperador romano indigestado por la admiración hacia Hitler, Robespierre y Gaspar Rodríguez Francia.

Para “el estilo de Fidel” los temas preferidos fueron la revolución verdadera y la igualdad social. Creía que las revoluciones anteriores habían sido traicionadas por los americanos, Batista y los ladrones del partido Auténtico (entiéndase Grau y Prío) y estaba convencido de la necesidad de que la burguesía nacional, la iglesia y los capitalistas desaparecieran con todos sus valores y significantes; con sus virtudes y defectos, para lograr el más justo igualitarismo. Y para ello necesitaba el poder absoluto y la eliminación absoluta de la libertad. Y por supuesto, lo logró creando una estética de la fealdad, de lo burdo, una estética embaucadora, y teorizando y filosofando sobre ella, mediante un largo monólogo lleno de consignas, arengas, ofensas y a través de la apropiación del ideario martiano y la impostación de teorías marxistas, para exaltar un feroz nacionalismo antinorteamericano; un nacionalismo con síndrome de down; un nacionalismo que sublimaría el fracaso, la aberración moral y la cultura de la muerte, en aras de la Nada inmortal (inmoral) en que convertiría a la Patria, tras usufructuarla y lucrar con ella de modo absoluto a través de un patético slogan: “patria o muerte, venceremos”.

Y entonces las puertas se cubren con una caligrafía cuidada que dice “Fidel esta es tu casa”, y los muros cargan el peso ideológico de “Cuba, primer territorio libre de América”. O el de “Cuba, territorio libre de analfabetismo”. El control de los medios de comunicación por el líder lo ayudan a moldear su estética, a homogenizar sus valores, a machacar su contenido: ¡pin pon fuera, abajo la gusanera! Y entonces el líder pone la pistola sobre la mesa, y sentencia que dentro de la revolución todo, y que fuera de la revolución no va a permitir nada, pero una voz, en un extraño desafío, dice que tiene miedo. Maricones, piensa el líder ¡Paredón! Porque somos marxistas-leninistas, eso de Los Beatles está prohibido, coño. Y para las UMAP todos los que no se adaptan a ser hombres nuevos, con esos pelos largos y esas barbas y ese rock and roll extranjerizante. Y esa dulce vida que quiere pervertir a la clase obrera. Y a los desviados sexuales a clavarlos por el culo con la estética del machismo ¡Y los diez millones van, y de que van van! ¡Paredón! ¡Nixon, Maricón, acuérdate de Girón! ¡Paredón! Pastorita tiene guararey conmigo. ¡Que se vaya la escoria! ¡Paredón! ¡Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla! ¡Paredón! En la guerra como en la paz, mantendremos las comunicaciones. Y es que después de todo, el líder, con su exceso de autoestima, sigue creyendo que no importa que haya quien lo condene, pues la historia lo absolverá.

1. III. La estética castrista y el arte

El concepto que mejor define la estética castrista no salió de la mente febril del líder, sino de la voz de un gris juglar de bares que cantó: “Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar”.

Las técnicas y tratamientos del castrismo para el “embellecimiento” de su sociedad igualitaria estaban dirigidas a la creación de una cultura proletaria, donde la concepción burguesa de la cultura debía ser extirpada. Lenin lo había dejado bien claro: el arte tiene que ser “un reflejo de la realidad”. Y Cuba necesitaba la entrega total al realismo socialista. Nada de cabarets y diversión nocturna y libido. Cero P.M. Cero Revolución con una R al revés. Cero poetas católicos con versos que evaden la realidad. Realismo socialista, sí, pero no el que se ve, sino el que el líder dice que se ve, el que el líder dice que el proletariado ve. Un realismo socialista homogéneo: todos piensan lo mismo, comen lo mismo, leen lo mismo, hacen lo mismo y disfrutan de lo mismo. De lo contrario, el artista antagonizará con la estética dominante, y al tratar de imponer su individualidad se verá condenado al ostracismo. El artista tiene que someter su visión, su búsqueda de un modo personal de expresión a la voluntad y el ego del líder, que entendidos desde los intereses del control de la libertad, significan convertirse en propaganda, en panfleto, en divulgación, en monumental exaltación. Incluso intentos mediocres de cumplir esas exigencias imitando medios de expresión burgueses, como el arte pop, para repetir la figura de Martí, del Che (en un cuadro que parece decir “Che marica”) o la del propio líder inspiran sospecha sobre su posible impacto en la colectividad.

Después de la publicación del poemario “Fuera del Juego” en 1968, Heberto Padilla, sin saberlo, desnudó las posturas que podía asumir el artista ante la estética que imponía el castrismo: una era la escogida por él: la beligerancia (otros como Reinaldo Arenas lo imitarían), aunque eso lo llevara a la cárcel, tal y como sucedió en 1971; otra era la de sobrevivir manteniendo un bajo perfil, para seguir haciendo, aunque fuera en el ostracismo, como les sucedió a Lezama Lima y a Virgilio Piñera, una obra al margen de los cánones oficiales; y otra era aceptar el realismo castrista, castrense, castrante. La mayoría de los artistas cubanos adoptó la última de las posturas. Lo que produjeron en novelas, cuentos, poesías, pintura, escultura, música, obras de teatro, cine, danza y arquitectura es, en la mayoría de los casos, deplorable.

La imposición de la estética castrista al arte es una consecuencia directa del rechazo que hace el modelo igualitarista de sociedad a todo lo que la nación ha ido modelando como identidad a lo largo de su proceso fundacional. Para imponer su estética el castrismo demoniza el pasado cultural. Desaparecen Mañach, Baquero, Novás Calvo, Carlos Montenegro, Lydia Cabrera; se tergiversan Martí, Varela, Saco y Varona; y se reescribe la historia. El patrimonio literario es desechable; el filosófico, inservible; y el pictórico, en su valor contemplativo o decorativo, inútil. El artista tiene que ser un soldado, y su obra ideológica, utilitaria, enaltecedora de los valores del igualitarismo social, y comprometida políticamente. Lo demás, era sólo esteticismo burgués caduco y baldío.

Sin embargo, a la distancia, cincuenta años después de que a Cuba le fuera impuesta la estética del castrismo, el arte que ha trascendido a nivel mundial es el que se negó a doblegarse a esa “estética falaz”, porque si bien no todo el arte beligerante o sobreviviente es trascendente (desde la vanguardia plástica de los 80 hasta la literatura disidente, pasando por el teatro de Víctor Varela o el Jalisco Park y el Guillermo Tell de su converso hermano), casi nada de lo que generó la estética castrista es rescatable, más allá de algunas canciones de la nueva trova, o de lo que permanecerá porque fue injertado involuntariamente en la memoria emotiva de varias generaciones: las Aventuras televisivas de los mambises, el muñeco ecuatoriano Toqui, que quería ser tu amigo, los muñequitos rusos, con el tío Estiopa que nos resultaba ajeno, el viejo espigón, que invitaba a la burla del viejo es pingón, la tía tata, cercana, y el combo Los Yoyo, las Alegrías de sobremesa, con su humor blanco para evadir la censura, el Noticiero de televisión, que era donde único todo salía bien, la maestría de Reinaldo Miravalles diciendo: “Alberto Delgado, cará, la picardía que Se permuta, las canciones de Tejedor, el nocturno de Juan y Junior, casi tan gris como el color de invierno, o los Sabadazos de Carlos Otero.

1. IV. Consecuencias de la estética castrista

La construcción de la estética castrista trajo como principal consecuencia la anulación de la ética existente en la Cuba pre-castrista, y el desarrollo de una nueva ética basada en la delación, la doble moral, la división familiar, la corrupción, la simulación, la institucionalización del robo como mecanismo social de sobrevivencia, la apatía ante la libertad política y la libertad de autorrealización, la visión de la realidad a través del mundo de las siglas, creado para abarcar todas las esferas de la vida (PNR, CTC, CDR, FMC, MINFAR, MINIT, DSE, DTI, ESBEC, INIT, MINSAP, MICON, MINBAS, MINAZ, MINAG, MINIL, INTUR…) y una perenne sensación interior de miedo, resultado de la impresión que causa en los sentidos la represión del estado sobre el individuo.

Pero la estética castrista también posibilitó el surgimiento de los grandes mitos de la revolución: la inmortalidad del líder, el apoyo unánime a su proyecto de nación, el avanzado sistema de salud, el sistema educacional eficiente y moderno, el pueblo culto y, sobre todo, el pueblo feliz.

Sin embargo, más de cinco décadas después de aquel 1 de enero de 1959 en que se decapitó el primer parquímetro, de lo único que puede vanagloriarse el castrismo es del enquistamiento de su ética en toda la sociedad. Los mitos se han ido derrumbando, uno tras otro, tras la paulatina y silenciosa implosión de la estética castrista, provocada por la incompetencia administrativa, la ineficiencia económica y el fracaso de todo el experimento de ingeniería social, que sumió al país en la miseria, la desesperanza y la desolación. La incultura, la infelicidad, la falta de educación, la insalubridad, y el descontento popular con el modelo de país que padecen marcan la Cuba actual. Sólo falta que el líder nos desmienta públicamente su inmortalidad, para darle inicio al entierro definitivo de la estética castrista, para que de una vez y por todas entendamos, ante el cadáver horizontal, pudriéndose de tanta muerte tardía, que eso de que sólo los cristales se rajan y de que los hombres mueren de pie, es una mentira colosal

1. V. A la espera de la era post- castrista

En el siglo XX Cuba renunció dos veces a defender la libertad, la igualdad y la fraternidad. Primero, cuando Batista dio el golpe de estado y la nación, dividida entre la apatía y el conformismo, por un lado, y las ambiciones y rencores políticos mezclados con visiones nacionalistas, por otro, le abrieron el camino al castrismo. La segunda, cuando el castrismo le quitó la libertad y la empujó hacia la exacerbación del igualitarismo y la eliminación de la fraternidad tradicional del cubano, mientras por cobardía y por miedo a las consecuencias individuales, la masa se complotaba contra la minoría que se revelaba, aplastándola en paredones de fusilamiento y represión. Estos hechos provocaron la desmoralización de Cuba, la pérdida de sus valores estéticos y éticos.

Pero la estética castrista fracasó porque creó un entorno hostil con el que pretendía incidir directamente sobre el individuo y crear una nueva naturaleza humana, que renunciara a lo individual en pos de lo colectivo, algo que no se aviene con la psicología humana. Las personas no pueden ser mejores ni más felices si su entorno es hostil y le limita sus ambiciones, su confort y su libertad.

Ahora que la era castrista llega a su fin, el principal desafío que enfrenta Cuba es el de crear una sociedad decente, en la que las instituciones basen su existencia en el respeto a la gente. Una sociedad donde impere un liberalismo humanitario, en el que no tengan cabida minorías nacionalistas totalitarias que quieran imponer su voluntad. Una sociedad en la que pensemos como hombres universales, como, según decía Freud, gente normal capaz de trabajar creativamente y amar. Como gente solidaria, que con sabiduría encuentre el equilibrio justo entre la libertad y la igualdad. Y para lograr este ideal debemos darle una dimensión ética a la memoria común.

Weber creía que la función primordial del estado es el monopolio del poder, pero el estado post- castrista no podrá ejercer el poder a plenitud si no le da prioridad al saneamiento de la memoria, del recuerdo de las terribles experiencias vividas bajo las condiciones del poder represivo del castrismo, mediante el juzgamiento moral de los culpables.

Los recuerdos pueden dividir y generar polémica. Pero es necesario, casi vital, recordar. No puede progresar una nación que olvida el pasado sin justicia, una nación que no tiene memoria.

Cómo olvidar que un viejo colegio Marista fue convertido en cuartel de la seguridad del estado; que a pesar de que Fidel odiaba a muerte a La Habana, y se empeñó en destruirla, convirtiéndola en una ciudad pobre y hedionda, no logró quitarle su belleza natural, su esplendor burgués. Cómo olvidar que si se hacía cine, un arte de lujo, era cine pobre; que las calles estaban llenas de propaganda garabateada desde el mal gusto, que usurpaba el espacio que debían ocupar los bellos anuncios de exquisitos perfumes. Cómo olvidar que desaparecieron las maestras normalistas, que tocaban piano, sabían artes manuales y eras mujeres decentes, para sustituirlas con makarenkas, con maestras que se deformaban en verdaderos antros de amoralidad y promiscuidad, y que llegaban a las aulas llenas de ignorancia y faltas de ortografía. Cómo olvidar que existió una ley que criminalizaba la vagancia; que los kikos plásticos nos cocinaban los pies en el asfalto hirviente. Cómo olvidar el terrible diseño del tubo de aquella pasta Perla con sabor indescifrable; la existencia de una sola marca de todo lo poco que había. Cómo olvidar el diseño de cajón de bacalao de los edificios de Alamar; las largas hileras de literas en los inmundos campamentos de las escuelas al campo, que recordaban el hacinamiento en los campos de concentración nazis; la inutilidad del parque Lenin-más allá de servirle de escondite a Reinaldo Arenas-, que sólo se emparentaba con la del Palacio de los pioneros. Cómo olvidar la grandilocuencia panfletaria de los mausoleos para asesinos que querían convertirnos en máquinas de matar; las casas de los médicos de la familia con médicos vendidos como mano de obra barata en otros países. Cómo olvidar los traseros que se limpiaban con papel periódico; los muertos que dejamos en guerras mercenarias inútiles; los gritos confirmando que el que no salte es yanqui; las advertencias de que esta calle es de Fidel. Cómo olvidar que, al ver los videos de Lage y Pérez Roque. O los de Ochoa y los de la Guardia, nos dimos cuenta que hasta para las bacanales la nomenclatura castrista tenían mal gusto, que les faltaba el dulce encanto de la burguesía, que carecían de clase. Cómo olvidar que el palacio de gobierno era una espantosa raspadura sobre la que revoloteaban hambrientas auras tiñosas.

Si no recordamos, entonces el post-castrismo engendrará una agresiva desmoralización generalizada desde la política hasta la vida cotidiana, porque los castristas, convertidos en la nueva clase empresarial enriquecida y con acceso al poder, se encargarán de seguir limitando las libertades y los valores de la democracia, generando, como ha señalado Havel con respecto a las sociedades de Europa del Este, una “depresión post-comunista”, donde las sociedades se paralizan por el “desánimo y la pérdida del sentido ético”.

Estamos ya entrados en la segunda década del siglo XXI, y un puñado de mujeres están confrontando al castrismo desde el color blanco y sus signos estéticos. Estas mujeres, sin proponérselo, nos están abriendo las puertas para el renacimiento de una estética post- castrista. Quizás por eso le prohibieron a la gente vestirse de blanco en el desfile del primero de mayo. Y quizás, como el blanco es el color de Dios, de Obatalá, el valor y resistencia de estas mujeres sea un buen comienzo, ahora que el palacio de Kolodeje pasó a ser propiedad de Vítězslav Kumpera, nieto del dueño original, y que ya sabemos lo dañino que puede ser que nos gobierne un campesino bastardo, con ínfulas de monarca vitalicio, que no gusta de bañarse ni de usar caros perfumes, y que reconoció en la inauguración de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, que “no soy un gran aficionado a la música, pero tengo una gran colección de marchas militares”. Después de todo, el problema del castrismo, como el de todos los totalitarismos de izquierda, no es de filosofía, sino de estética.

Raúl Dopico.

Gracias al autor por su excelente artículo. Más textos de Raúl Dopico en Las Fábulas del Tiranicida