sábado, julio 03, 2010

La expedición martiana de La Fernandina: mito e ilustración

Nota del Bloguista

Para ser justo, debo decir que Nydia Sarabia en su libro Noticias confidenciales sobre Cuba, 1870-1895 publicado en Cuba en 1985 detalla como gracias a Horatio S. Rubens, periodista norteamericano y abogado amigo de José Martí, y a la independencia del Poder Judicial dentro del gobierno norteamericano se logra recuperar buena parte de la expedición de La Fernandina, algo que en la tiranía Castrista siempre se ha tratado de ocultar y que antes del triunfo de la Revolución tampoco fue muy conocido. En la monumental obra en 10 tomos Historia de la Nación Cubana, publicada en 1952, sí aparece algo de esa devolución si mal no recuerdo; dejo eso a los especialistas.

Una digresión: fue Nydia Sarabia la que al encontrarse de casualidad con Dulce María Loynaz y empezar a hablar en una cola de la leche, y conocer que al periodista Pablo Álvarez de Caña, segundo esposo de Dulce María y el amor de su vida, no lo dejabala dictadura regresar a morir en Cuba, habló con Celia Sánchez Manduley y esta pudo obtener el permiso del régimen por su estrecha relación con el tirano. El otrora famoso periodista de las crónicas sociales de El Diario de La Marina pudo morir en Cuba y al lado de su amada esposa Dulce María que no quiso irse de Cuba con él porque ¨la hija de un general no se va de su país¨.Dulce María Loynaz era hija del Mayor General del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo, el autor del Himno Invasor.
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Tomado de http://eichikawa.com


Fernandina: mito e ilustración


Por Arnaldo M. Fernández
Julio 2, 2010


Así como su ocurrencia de que «en Cuba solo ha habido una revolución» animó a la historia oficial, Castro consiguió ponerla en vilo con que «detrás de estos hechos está la CIA». Nydia Sarabia, por ejemplo, se sumó a la comparsa historiográfica de que la agencia de detectives Pinkerton era pionera de la CIA, con deliberada intención de uncir «El plan de Fernandina y los espias del diablo» (Anuario del Centro de Estudios Martíanos, mayo de 1982, páginas 200-209). Así, el fiasco del plan original de Martí para la «guerra necesaria» se habría malogrado por el enjambre de agentes federales, policías y espías estadounidenses que cayó sobre el puerto de Fernandina (Florida).

( Dr. Antonio de la Cova )

A quienes se les ocurren estas cosas para congraciarse con Castro suele aguardarles la mala suerte de chocar con investigaciones históricas rigurosas. Así como desguazó, entre otros muchos, el mito fidelista de que «El Tigre» González le había sacado los ojos a Abel Santamaría, el Dr. Antonio Rafael de la Cova espulgó tanto los periódicos como la correspondencia privada y gubernamental de la época para demostrar que ninguna CIA en cierne estuvo detrás del fiasco de la Fernandina y los cubanos, incluso Martí, tuvieron su tanto de culpa.

Sólo por razón de su cargo, el colector de aduanas George L. Baltzell indagó los pormenores de la flotilla organizada por Martí junto con el empresario de Fernandina Nathaniel Barnett Borden. Todo parece indicar que detrás de Baltzell no estaban «los espías del diablo»: seis meses después del incidente, Baltzell buscaba aún que el gobierno de los EE. UU. le reembolsara $5.02 gastados en telegramas oficiales.

Martí descargó la culpa sobre el coronel mambí Fernando López de Queralta, pero él mismo acompañó a López de Queralta a la oficina de un corredor de dudosa reputación, en busca de algo todavía más dudoso: un barco de vapor. De paso firmó el registro del Club Social y dejó así constancia de haber estado en Fernandina.

Borden había levantado tempranas sospechas al contratar a dos capitanes que se conocían entre sí para los yates Lagonda y Amadís, respectivamente, fletados en nombre del mismo cliente: D.E. Mantell (Martí). Al salir el Lagonda (enero 1, 1895) corría ya por los muelles de Nueva York el rumor de los yates «filibusteros», del cual se apropió enseguida el periódico amarillista World. Un editor telegrafió a Hall, corresponsal en Fernandina, para que estuviera atento a las «embarcaciones sospechosas» Lagonda y Amadís. Hall era también juez del condado y mostró de inmediato el despacho al aduanero Baltzell.

En el Llagonda venían Patricio Corona (alias Miranda) y Manuel Mantilla, quien se presentó como John Mantell, hijo de D.E. Mantell. Ambos empezaron a llamar la atención por frecuentar los bares de Fernandina. Entretanto un tal James Batewell llevó el rumor neoyorquino de la «expedición filibustera» hasta Washington, por carta al secretario del Tesoro, John G. Carlisle, con el declarado propósito de recibir la «recompensa» que concedía el gobierno en casos de confiscación de embarques ilegales.

Baltzell y Hall inspeccionaron sin contratiempos el Llagonda, pero al otro día el capitán Griffing reportó que se habían cargado unas «cajas sospechosas». Mantilla se puso tan nervioso que arrojó armas y cartuchos al agua, en vez de llevarlos a los almacenes de Borden. Baltzell terminaría por incautar el barco y avisarle a Frank Clark, fiscal de distrito del sur de la Florida. Mantilla y Corona se montaron en el primer tren que pasó para Jacksonville.

(Nydia Sarabia Hernández, Historiadora y Presidenta de Honor del Consejo Martiano de la Prensa Cubana, Ibrahim Hidalgo de la Paz, investigador del Centro de Estudios Martinanos y la periodista Miralys Sánchez Pupo, Presidenta del Consejo Martiano de la Prensa cubana)

Cuando la tercera nave (Baracoa) arribó a Fernandida (enero 13, 1895), el Savannah Morning News anunciaba ya que «la expedición estaba presuntamente bajo la dirección de Martí, el patriota cubano». Al día siguiente los aduaneros detuvieron al Amadis en Tybee Island (Georgia), pero sólo encontraron sacos de carbón. Sin embargo, el rumor de que esta nave conducía expedicionarios a Costa Rica propició que el gobierno tico enviara tropas de San José a Puerto Limón. Los exiliados cubanos allí cometieron la indiscreción de justificarse con que la expedición organizada en la Florida se enfilaba contra el régimen colonial español en Cuba.

Así y todo, la animosidad del «diablo» puede inferirse de la actuación del fiscal de distrito, quien autorizó enseguida la liberación de las naves Baracoa y Lagonda. Igual suerte corrió el Amadis en Savannah. Las armas fueron decomisadas en principio, pero al cabo se devolvieron todas a Borden, quien juró por su madre que no eran de D.E. Mantell. El fiscal Clark declaró que nothing more would be done by the government in regard to the affair.

-Foto: Florida House Inn en Fernandina © The Florida Times Union. En este hotelito paró Martí en febrero de 1893 y en octubre de 1894.