Vicente Echerri: Justeza de una celebración el apresamiento de Vicky Peláez como espía
A Vicky Peláez un juez le han puesto una fianza de un cuarto de millón de dólares y sin poder salir de su domicilio y con con un grillete electrónico en una de sus piernas en caso de que pague la fianza. La experiencia del espía ruso ( el onceno) que se escapó de EE.UU. y que posteriormente fue detenido en Chipre y al que se le impuso una fianza de aproximadamente 20 000 dólares, escapándose después, ha alertado a las autoridades norteamericanas.
Me imagino que de escaparse Vicky Peláez, no sería extraño que fuera para Cuba.
Tomado de http://www.elnuevoherald.com
Justeza de una celebración
Por Vicente Echerri
El arresto el pasado domingo de la periodista peruana Vicky Peláez --acusada, junto con una docena de individuos, de espionaje y lavado de dinero-- habrá consternado a muchos de sus cofrades de esa izquierda enfática y pseudoilustrada que todavía se siente tan a sus anchas en algunos recintos académicos y en las redacciones de ciertos diarios; pero, sin duda, ha sido recibido con extraordinario regocijo por parte de la comunidad cubana exiliada. En los veinte y tantos años que ella llevaba escribiendo para El Diario-La Prensa de Nueva York ha llegado a concitar tanta cólera y odio entre los nuestros de esta orilla que, desde que se supo la noticia de su arresto, no cesan las felicitaciones y los gestos de celebración. Sólo la muerte de Fidel o Raúl Castro podría exceder esta espontánea manifestación de regocijo: hay quien ya ha descorchado champaña y no faltan los que se proponen combinar el festejo de este prendimiento con el feriado del cuatro de julio.
¿Por qué alguien tan sin importancia puede provocar una animosidad tan visceral? Precisado a responder, diría que Peláez es mucho más un tipo que una persona, una especie de entidad genérica que encarna a la militante roja latinoamericana casi en estado de pureza química, alguien en quien coinciden todas las simpatías abominables (Abimael Guzmán, Ché Guevara, Castro, Chávez, Arafat, Saddam Hussein) con todos los truismos de una ideología desfasada. Su izquierdismo rancio (no tanto por viejo como por podrido) recicla con prurito de observancia los enfáticos mitos progres de los sesenta que, a su vez, ya eran calcos de los años treinta, llenos de beatería estalinista y de fervor por la enfebrecida república española. Una suerte de Pasionaria chola que debió sentir que cumplía una misión heroica y transcendente al desgranar su antiimperialismo de manual a las puertas mismas de Wall Street.
( Vicky Peláez )
Con estos rasgos tan caricaturescos no era difícil imaginar que se enfrentaría naturalmente a los cubanos del exilio que venimos de regreso y de huida del paraíso comunista y, por esa razón, somos los primeros aguafiestas del continente. Todas las boberías regurgitadas por generaciones de agitadores profesionales o aficionados en América Latina, intoxicados de milenarismo marxista, profetas vehementes del advenimiento de la sociedad sin clases, se estrellan contra la evidencia de la que nosotros los cubanos somos portadores. El sueño de sindicalistas y predicadores, de políticos radicales y teólogos de la liberación, de indigenistas sinceros y canallas, de aventureros de la repartición igualitaria y de magistrados y ejecutores de la impaciente justicia de la revolución, trocado en pavorosa pesadilla y rotundo mentís. Este ha sido el reiterado testimonio de un exilio que, por su propia existencia, dinamitaba la gran ilusión de la que Peláez era una abanderada sin fisuras.
Ahora nos dicen que también se dedicaba al espionaje y al ``lavado'' de dinero y estas acusaciones encajan y, en alguna medida, desconciertan. Desconciertan porque uno siempre se imagina al espía como a un discreto simulador; alguien que finge lo que no cree para obtener información valiosa, perfil éste que no parece corresponderse con el estridente discurso antinorteamericano con que Peláez intoxicaba a sus lectores. Encajan porque vienen a culminar, como consecución práctica, una larga trayectoria en la defensa verbal de una causa, en mi opinión, de oprobio; acciones que revelan, de ser ciertas, una coherencia entre los dichos y los hechos de su animadversión; a tono con la vocación de sanguijuela que trae a muchos latinoamericanos desde sus arrabales del odio para chupar la sangre de un país que detestan y en contra de cuyos intereses están desde el primer día, aunque no siempre dispongan de la página de un periódico para expresarlo.
Pocos, muy pocos artículos de Vicky Peláez debo haberme leído en todos estos años que ella ha dedicado a destilar veneno contra la nación que la acogiera, pero de esos pocos persiste en mi memoria, con igual desagrado, el empeño de descrédito y desinformación. No parecía que le importara mentir o inventarse sucesos conforme a sus deseos, ni que le avergonzara en lo más mínimo que sus mentiras le fuesen descubiertas. Debe haber visto su papel más que de periodista, de encargada del frente de propaganda de Sendero Luminoso para idiotas de habla hispana en Nueva York. De uno de sus artículos recientes, que alguien me enviara expresamente por internet y cuyo tema no logro recordar, sólo me quedó la idea de que esta mujer merecía la deportación, aunque fuera ciudadana de Estados Unidos: tanta enemistad y ánimo traidor debo haber encontrado en sus palabras.
Parece que más bien merece la cárcel, o al menos esa es la opinión de la fiscalía que la acusa y del juez que la ha excluido de fianza. El que los frutos de su presunto espionaje fuesen casi ridículos, o que espiara para Rusia, como podría haberlo hecho para Cuba o Irán, es menos importante que el objeto de su traición: el país donde vivía y al cual --de haber llegado a naturalizarse-- había jurado defender. Espero que a algunos de sus lectores --los ingenuos y honrados que también debe haber-- este suceso les sirva como incentivo a la cautela. Mis compatriotas, en tanto, están de plácemes. No puedo menos que unirme a sus celebraciones.
(C)Echerri 2010
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